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CARTA ENCÍCLICA

OPTATISSIMA PAX

DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR

PÍO

POR LA DIVINA PROVIDENCIA

PAPA XII

A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS LOCALES
EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA

SE PRESCRIBEN PÚBLICAS ORACIONES PARA CONSEGUIR LA PAZ
ENTRE LAS CLASES SOCIALES Y LAS NACIONES

VENERABLES HERMANOS
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA

 

1. La tan deseada paz, que debe ser «la tranquilidad en el orden»[1] y la «libertad tranquila»[2], tras las cruentas vicisitudes de una larga guerra, vacila hoy, como todos notan con tristeza y amargura, todavía insegura, y tiene suspendido en un angustioso afán el espíritu de los pueblos, mientras que en no pocas naciones, devastadas últimamente por el conflicto mundial y por las destrucciones y miserias que han sido su dolorosa consecuencia, las clases sociales, movidas recíprocamente por amargo odio, amenazan, como todos ven, minar y convertir, con tumultos y turbulencias sin cuento, los cimientos mismos de los Estados.

2.Una profunda amargura oprime Nuestro espíritu ante tan funesto y lamentable espectáculo, y Nos parece que el mandato paterno y universal que de Dios hemos recibido no sólo Nos impulsa a encarecer a todos que procuren apagar los secretos odios y renovar felizmente la concordia, sino también a exhortar a cuantos son nuestros hijos en Cristo a que eleven al cielo con mayor frecuencia sus plegarias, porque, como muy bien sabemos, todo o que sin la protección divina se lleva a cabo, resulta defectuoso y estéril, según la sentencia del salmista: «Si el Señor no edifica la casa, en vano se fatigan los que la fabrican»[3].

3. Son inmensos los males que exigen un inaplazable remedio. Porque por una parte, en muchas naciones la economía, por los enormes gastos militares, y las inmensas destrucciones bélicas, se halla en tal situación de inseguridad y agotamiento, que muchas veces no está en condiciones de resolver los problemas que se van planteando y de sostener las oportunas iniciativas, que podrían dar trabajo a quienes por desgracia contra su voluntad, se ven constreñidos a un ocio inútil. Por otra parte, desdichadamente, no faltan quienes exasperan y explotan la miseria de las clases proletarias, con secreto y astuto cálculo, obstaculizando así los nobles esfuerzos enderezados a la reconstrucción en el recto orden y la justicia de las fortunas deshechas.

4. Es necesario que, finalmente, comprendan todos que no se pueden conseguir de nuevo los bienes perdidos, ni conservar os que peligran, mediante las discordias, los tumultos y las matanzas entre hermanos, sino solamente mediante la laboriosa concordia, la mutua comprensión y el trabajo pacífico. Los que con plan premeditado agitan inconsideradamente las multitudes, excitándolas al tumultos, a la sedición y a las injurias a la libertad ajena, sin duda alguna no ayudan a mitigar la indigencia del pueblo, sino que más bien la aumentan, provocando la ruina final, exacerbando el odio e interrumpiendo el curso de las actividades de la vida social. De hecho, las luchas de los partidos «fueron y serán para muchos pueblos una calamidad mayor que la guerra misma, que el hambre y la peste»[4].

5. Pero al mismo tiempo, todos deben comprender que la crisis social es tan grande hoy y tan peligrosa para el porvenir, que es necesario que todos y cada uno, y especialmente los que más tienen, antepongan el bien común a los provechos y utilidades privadas. Y, antes que nada, urge la pacificación de los espíritus, trayéndoles a la concordia fraternal, la comprensión mutua, a la recíproca colaboración. Hasta el punto de que puedan llevarse a la práctica aquellas doctrinas y aquellas normas directivas que están de acuerdo con las enseñanzas cristianas y con las circunstancias del momento.

6. Tengan todos presente que el acerbo de males que en los últimos años hemos tenido que soportar se ha descargado sobre la humanidad principalmente porque la Religión divina de Jesucristo, que promueve la mutua caridad entre los hombres, los pueblos y las naciones, no era, como habría debido serlo, la regla de la vida privada familiar y pública. Si, pues, se ha perdido el recto camino por haberse alejado de Jesucristo, es menester volver a Él tanto en la vida privada como en la pública. Si el error ha entenebrecido las inteligencias, hay que volver a aquélla verdad divinamente rebelada que muestra la senda que lleva al cielo. Si, por fin, el odio ha dado frutos amargos de muerte, habrá que encender de nuevo aquel amor cristiano, que es el único que puede curar tantas heridas mortales, superar tan tremendos peligros y endulzar tantas angustias y sufrimientos.

7. Y puesto que se acercan ya las suaves fiestas de la Navidad que nos hacen contemplar a aquel Niño Jesús, que en el pesebre deja oír su vagidos y aquellos angélicos coros, que invocan para los hombres la paz, juzgamos oportuno exhortar calurosamente a todos los cristianos, y especialmente a los que están en la flor de los años, para que corran en gran número a los nacimientos y allí derramen sus plegarias para hacer que el Niño Dios quiera benignamente apagar y alejar las amenazadoras teas que agita el odio en las sediciones y en los tumultos.

Que él ilumine con su luz las inteligencias de los que muchas veces, más que movidos por terca malicia, son arrastrados al engaño por errores que se disfrazan bajo las especiosas apariencias de la verdad; que reprima y aplaque el odio de los espíritus, componga las discordias, haga vivir y florecer de nuevo la caridad cristiana; que a los que gozan de abundante fortuna les enseñe la abundante generosidad con los pobres; que a los que padecen de necesidad y pobreza les aporte y con su ejemplo y con su ayuda los consuelos del espíritu y enderece sus deseos hacia todas las cosas celestiales, que son las mejores y las que nunca se pierden.

Entre las angustias presentes, ponemos gran confianza en las oraciones de los niños inocentes, escogidos y preferidos por el Divino Redentor de modo especial. Alcen, pues, ellos sus cándidas voces y su débiles manecitas, símbolo de su inocencia interior, implorando la mutua caridad, y que a las fervorosas plegarias unan aquellas prácticas piadosas y aquellos óbolos generosos con que la divina justicia, por tantas culpas ofendida, se puede aplacar y, al mismo tiempo, los indigentes puedan recibir, en la medida que permite la disponibilidad de cada uno, los socorros convenientes.

8.Tenemos plena confianza, Venerables Hermanos, en que con el empeño y la diligencia de que habéis dado tantas pruebas, haréis que estas paternales exhortaciones Nuestras sean acatadas y produzcan dichosos frutos, y en que todos, y de modo especial los niños, correspondan con decisión y entusiasmo a esta invitación Nuestra, que vosotros haréis vuestra.

9.Confortado con esta suave esperanza, como prenda de Nuestra paternal benevolencia y auspicio de las gracias celestiales os damos a todos y cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, lo mismo que a la grey confiada a vuestro cuidado, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 18 de diciembre del año 1947, noveno de Nuestro Pontificado.

PÍO PP. XII



Notas

[1] San Agustín, "De Civitate Dei, lib. 19, cap. XIII; Santo Tomás, II, II, 29, ad primum".

[2] Cicerón, 2ª Filípica, cap. 44.

[3] Salmo 126, 1.

[4] Tito Livio, "Historia", lib IV, cap. IX.

 



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