 
 
     
     199 
    
 
     
     de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no senti- 
    
 
     
     mos el intenso deseo de comunicarlo, necesita- 
    
 
     
     mos detenernos en oración para pedirle a Ãl que 
    
 
     
     vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada 
    
 
     
     dÃa, pedir su gracia para que nos abra el cora- 
    
 
     
     zón frÃo y sacuda nuestra vida tibia y superficial. 
    
 
     
     Puestos ante Ãl con el corazón abierto, dejando 
    
 
     
     que Ãl nos contemple, reconocemos esa mira- 
    
 
     
     da de amor que descubrió Natanael el dÃa que 
    
 
     
     Jesús se hizo presente y le dijo: «Cuando esta- 
    
 
     
     bas debajo de la higuera, te vi » ( 
    
 
     
      Jn  
    
 
     
     1,48). ¡Qué 
    
 
     
     dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas 
    
 
     
     delante del SantÃsimo, y simplemente ser ante sus 
    
 
     
     ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Ãl vuelva a 
    
 
     
     tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar 
    
 
     
     su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, 
    
 
     
     en definitiva, «âlo que hemos visto y oÃdo es lo 
    
 
     
     que anunciamos » ( 
    
 
     
      1 Jn  
    
 
     
     1,3). La mejor motivación 
    
 
     
     para decidirse a comunicar el Evangelio es con- 
    
 
     
     templarlo con amor, es detenerse en sus páginas 
    
 
     
     y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa 
    
 
     
     manera, su belleza nos asombra, vuelve a cau- 
    
 
     
     tivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar 
    
 
     
     un espÃritu 
    
 
     
      contemplativo  
    
 
     
     , que nos permita redescu- 
    
 
     
     brir cada dÃa que somos depositarios de un bien 
    
 
     
     que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. 
    
 
     
     No hay nada mejor para transmitir a los demás. 
    
 
     
     265.âToda la vida de Jesús, su forma de tratar a 
    
 
     
     los pobres, sus gestos, su coherencia, su genero- 
    
 
     
     sidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entre- 
    
 
     
     ga total, todo es precioso y le habla a la propia 
    
 
     
     vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se