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     270.âA veces sentimos la tentación de ser cris- 
    
 
     
     tianos manteniendo una prudente distancia de 
    
 
     
     las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toque- 
    
 
     
     mos la miseria humana, que toquemos la carne 
    
 
     
     sufriente de los demás. Espera que renunciemos 
    
 
     
     a buscar esos cobertizos personales o comuni- 
    
 
     
     tarios que nos permiten mantenernos a distan- 
    
 
     
     cia del nudo de la tormenta humana, para que 
    
 
     
     aceptemos de verdad entrar en contacto con la 
    
 
     
     existencia concreta de los otros y conozcamos 
    
 
     
     la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la 
    
 
     
     vida siempre se nos complica maravillosamente 
    
 
     
     y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la 
    
 
     
     experiencia de pertenecer a un pueblo. 
    
 
     
     271.âEs verdad que, en nuestra relación con 
    
 
     
     el mundo, se nos invita a dar razón de nuestra 
    
 
     
     esperanza, pero no como enemigos que señalan 
    
 
     
     y condenan. Se nos advierte muy claramente: 
    
 
     
     «Hacedlo con dulzura y respeto » ( 
    
 
     
      1 Pe  
    
 
     
     3,16), y 
    
 
     
     « en lo posible y en cuanto de vosotros depen- 
    
 
     
     da, en paz con todos los hombres » ( 
    
 
     
      Rm  
    
 
     
     12,18). 
    
 
     
     También se nos exhorta a tratar de vencer « el 
    
 
     
     mal con el bien » ( 
    
 
     
      Rm  
    
 
     
     12,21), sin cansarnos « de 
    
 
     
     hacer el bien » ( 
    
 
     
      Ga  
    
 
     
     6,9) y sin pretender aparecer 
    
 
     
     como superiores, sino « considerando a los de- 
    
 
     
     más como superiores a uno mismo » ( 
    
 
     
      Flp  
    
 
     
     2,3). De 
    
 
     
     hecho, los Apóstoles del Señor gozaban de «âla 
    
 
     
     simpatÃa de todo el pueblo » ( 
    
 
     
      Hch  
    
 
     
     2,47; 4,21.33; 
    
 
     
     5,13). Queda claro que Jesucristo no nos quiere 
    
 
     
     prÃncipes que miran despectivamente, sino hom- 
    
 
     
     bres y mujeres de pueblo. Ãsta no es la opinión 
    
 
     
     de un Papa ni una opción pastoral entre otras po-