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constante: «Doy gracias a Dios
sin cesar
por todos
vosotros a causa de la gracia de Dios que os ha
sido otorgada en Cristo Jesús » (
1 Co
1,4); «Doy
gracias a mi Dios
todas
las veces
que me acuerdo
de vosotros » (
Flp
1,3). No es una mirada incré-
dula, negativa y desesperanzada, sino una mirada
espiritual, de profunda fe, que reconoce lo que
Dios mismo hace en ellos. Al mismo tiempo, es
la gratitud que brota de un corazón verdadera-
mente atento a los demás. De esa forma, cuando
un evangelizador sale de la oración, el corazón
se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la
conciencia aislada y está deseoso de hacer el bien
y de compartir la vida con los demás.
283.âLos grandes hombres y mujeres de Dios
fueron grandes intercesores. La intercesión es
como «âlevadura » en el seno de la Trinidad. Es
un adentrarnos en el Padre y descubrir nuevas
dimensiones que iluminan las situaciones concre-
tas y las cambian. Podemos decir que el corazón
de Dios se conmueve por la intercesión, pero en
realidad Ãl siempre nos gana de mano, y lo que
posibilitamos con nuestra intercesión es que su
poder, su amor y su lealtad se manifiesten con
mayor nitidez en el pueblo.
II.âM
arÃa
,
la
M
adre de
la
evangelización
284.âCon el EspÃritu Santo, en medio del pue-
blo siempre está MarÃa. Ella reunÃa a los discÃpu-
los para invocarlo (
Hch
1,14), y asà hizo posible la
explosión misionera que se produjo en Pentecos-