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     lo que nos debilita en el empeño misionero. Es 
    
 
     
     verdad que esta confianza en lo invisible puede 
    
 
     
     producirnos cierto vértigo: es como sumergir- 
    
 
     
     se en un mar donde no sabemos qué vamos a 
    
 
     
     encontrar. Yo mismo lo experimenté tantas ve- 
    
 
     
     ces. Pero no hay mayor libertad que la de dejar- 
    
 
     
     se llevar por el EspÃritu, renunciar a calcularlo y 
    
 
     
     controlarlo todo, y permitir que Ãl nos ilumine, 
    
 
     
     nos guÃe, nos oriente, nos impulse hacia donde 
    
 
     
     Ãl quiera. Ãl sabe bien lo que hace falta en cada 
    
 
     
     época y en cada momento. ¡Esto se llama ser mis- 
    
 
     
     teriosamente fecundos! 
    
 
     
      La fuerza misionera de la intercesión  
    
 
     
     281.âHay una forma de oración que nos esti- 
    
 
     
     mula particularmente a la entrega evangelizadora 
    
 
     
     y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la 
    
 
     
     intercesión. Miremos por un momento el interior 
    
 
     
     de un gran evangelizador como san Pablo, para 
    
 
     
     percibir cómo era su oración. Esa oración estaba 
    
 
     
     llena de seres humanos: «En todas mis oracio- 
    
 
     
     nes siempre pido con alegrÃa por todos vosotros 
    
 
     
     [...] porque os llevo dentro de mi corazón » ( 
    
 
     
      Flp  
    
 
     
     1,4.7). Asà descubrimos que interceder no nos 
    
 
     
     aparta de la verdadera contemplación, porque la 
    
 
     
     contemplación que deja fuera a los demás es un 
    
 
     
     engaño. 
    
 
     
     282.âEsta actitud se convierte también en agra- 
    
 
     
     decimiento a Dios por los demás: «Ante todo, 
    
 
     
     doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo por 
    
 
     
     todos vosotros » ( 
    
 
     
      Rm  
    
 
     
     1,8). Es un agradecimiento