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     dona, que saca bien del mal con su poder y con 
    
 
     
     su infinita creatividad. Es creer que Ãl marcha 
    
 
     
     victorioso en la historia « en unión con los su- 
    
 
     
     yos, los llamados, los elegidos y los fieles » ( 
    
 
     
      Ap  
    
 
     
     17,14). Creámosle al Evangelio que dice que el 
    
 
     
     Reino de Dios ya está presente en el mundo, y 
    
 
     
     está desarrollándose aquà y allá, de diversas ma- 
    
 
     
     neras: como la semilla pequeña que puede llegar 
    
 
     
     a convertirse en un gran árbol (cf. 
    
 
     
      Mt  
    
 
     
     13,31-32), 
    
 
     
     como el puñado de levadura, que fermenta una 
    
 
     
     gran masa (cf. 
    
 
     
      Mt  
    
 
     
     13,33), y como la buena semilla 
    
 
     
     que crece en medio de la cizaña (cf. 
    
 
     
      Mt  
    
 
     
     13,24-30), 
    
 
     
     y siempre puede sorprendernos gratamente. Ahà 
    
 
     
     está, viene otra vez, lucha por florecer de nuevo. 
    
 
     
     La resurrección de Cristo provoca por todas par- 
    
 
     
     tes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se 
    
 
     
     los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección 
    
 
     
     del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta 
    
 
     
     historia, porque Jesús no ha resucitado en vano. 
    
 
     
     ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de 
    
 
     
     la esperanza viva! 
    
 
     
     279.â Como no siempre vemos esos brotes, nos 
    
 
     
     hace falta una certeza interior y es la convicción 
    
 
     
     de que Dios puede actuar en cualquier circuns- 
    
 
     
     tancia, también en medio de aparentes fracasos, 
    
 
     
     porque «âllevamos este tesoro en recipientes de 
    
 
     
     barro » ( 
    
 
     
      2 Co  
    
 
     
     4,7). Esta certeza es lo que se llama 
    
 
     
     « sentido de misterio ». Es saber con certeza que 
    
 
     
     quien se ofrece y se entrega a Dios por amor segu- 
    
 
     
     ramente será fecundo (cf. 
    
 
     
      Jn  
    
 
     
     15,5). Tal fecundidad 
    
 
     
     es muchas veces invisible, inaferrable, no puede 
    
 
     
     ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará