EVANGELII GAUDIUM - page 207

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274. Para compartir la vida con la gente y en-
tregarnos generosamente, necesitamos recono-
cer también que cada persona es digna de nuestra
entrega. No por su aspecto físico, por sus capa-
cidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por
las satisfacciones que nos brinde, sino porque es
obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su ima-
gen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano
es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él
mismo habita en su vida. Jesucristo dio su precio-
sa sangre en la cruz por esa persona. Más allá de
toda apariencia, cada uno es
inmensamente sagrado
y merece nuestro cariño y nuestra entrega
. Por ello, si
logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso
ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pue-
blo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando
rompemos las paredes y el corazón se nos llena
de rostros y de nombres!
La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu
275. En el capítulo segundo reflexionábamos
sobre esa falta de espiritualidad profunda que
se traduce en el pesimismo, el fatalismo, la des-
confianza. Algunas personas no se entregan a la
misión, pues creen que nada puede cambiar y en-
tonces para ellos es inútil esforzarse. Piensan así:
« ¿Para qué me voy a privar de mis comodidades
y placeres si no voy a ver ningún resultado im-
portante? ». Con esa actitud se vuelve imposible
ser misioneros. Tal actitud es precisamente una
excusa maligna para quedarse encerrados en la
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