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que nos lleve más allá de nosotros mismos para
alcanzar nuestro ser más verdadero. Allà está el
manantial de la acción evangelizadora. Porque, si
alguien ha acogido ese amor que le devuelve el
sentido de la vida, ¿cómo puede contener el de-
seo de comunicarlo a otros?
II.âL
a dulce
y
confortadora
alegrÃa
de
evangelizar
9.âEl bien siempre tiende a comunicarse. Toda
experiencia auténtica de verdad y de belleza busca
por sà misma su expansión, y cualquier persona
que viva una profunda liberación adquiere mayor
sensibilidad ante las necesidades de los demás.
Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla.
Por eso, quien quiera vivir con dignidad y pleni-
tud no tiene otro camino más que reconocer al
otro y buscar su bien. No deberÃan asombrarnos
entonces algunas expresiones de san Pablo: «El
amor de Cristo nos apremia » (
2 Co
5,14); «â¡Ay
de mà si no anunciara el Evangelio! » (
1 Co
9,16).
10.âLa propuesta es vivir en un nivel superior,
pero no con menor intensidad: « La vida se acre-
cienta dándola y se debilita en el aislamiento y
la comodidad. De hecho, los que más disfrutan
de la vida son los que dejan la seguridad de la
orilla y se apasionan en la misión de comunicar
vida a los demás ».
4
Cuando la Iglesia convoca a
4
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onferencia
G
eneral
del
E
piscopado
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ricano y del
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Documento de Aparecida
(29 junio 2007), 360.