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la tarea evangelizadora, no hace más que indicar
a los cristianos el verdadero dinamismo de la rea-
lización personal: «Aquà descubrimos otra ley
profunda de la realidad: que la vida se alcanza y
madura a medida que se la entrega para dar vida
a los otros. Eso es en definitiva la misión ».
5
Por
consiguiente, un evangelizador no deberÃa tener
permanentemente cara de funeral. Recobremos
y acrecentemos el fervor, «âla dulce y conforta-
dora alegrÃa de evangelizar, incluso cuando hay
que sembrar entre lágrimas [â¦] Y ojalá el mundo
actual âque busca a veces con angustia, a ve-
ces con esperanzaâ pueda asà recibir la Buena
Nueva, no a través de evangelizadores tristes y
desalentados, impacientes o ansiosos, sino a tra-
vés de ministros del Evangelio, cuya vida irradia
el fervor de quienes han recibido, ante todo en sÃ
mismos, la alegrÃa de Cristo ».
6
Una eterna novedad
11.âUn anuncio renovado ofrece a los creyentes,
también a los tibios o no practicantes, una nueva
alegrÃa en la fe y una fecundidad evangelizado-
ra. En realidad, su centro y esencia es siempre el
mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso
en Cristo muerto y resucitado. Ãl hace a sus fieles
siempre nuevos; aunque sean ancianos, «âles re-
5
IbÃd.
6
âP
ablo
VI, Exhort. ap.
Evangelii nuntiandi
(8 diciembre
1975), 80:
AAS
68 (1976), 75.