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Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál
es el camino que el Señor le pide, pero todos so-
mos invitados a aceptar este llamado: salir de la
propia comodidad y atreverse a llegar a todas las
periferias que necesitan la luz del Evangelio.
21.âLa alegrÃa del Evangelio que llena la vida
de la comunidad de los discÃpulos es una alegrÃa
misionera. La experimentan los setenta y dos dis-
cÃpulos, que regresan de la misión llenos de gozo
(cf.
Lc
10,17). La vive Jesús, que se estremece de
gozo en el EspÃritu Santo y alaba al Padre porque
su revelación alcanza a los pobres y pequeñitos
(cf.
Lc
10,21). La sienten llenos de admiración
los primeros que se convierten al escuchar predi-
car a los Apóstoles « cada uno en su propia len-
gua » (
Hch
2,6) en Pentecostés. Esa alegrÃa es un
signo de que el Evangelio ha sido anunciado y
está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica
del éxodo y del don, del salir de sÃ, del caminar
y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá.
El Señor dice: «Vayamos a otra parte, a predicar
también en las poblaciones vecinas, porque para
eso he salido » (
Mc
1,38). Cuando está sembrada
la semilla en un lugar, ya no se detiene para expli-
car mejor o para hacer más signos allÃ, sino que
el EspÃritu lo mueve a salir hacia otros pueblos.
22.âLa Palabra tiene en sà una potencialidad
que no podemos predecir. El Evangelio habla de
una semilla que, una vez sembrada, crece por sÃ
sola también cuando el agricultor duerme (cf.
Mc
4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad ina-