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12.âSi bien esta misión nos reclama una entrega
generosa, serÃa un error entenderla como una he-
roica tarea personal, ya que la obra es ante todo
de Ãl, más allá de lo que podamos descubrir y
entender. Jesús es « el primero y el más grande
evangelizador ».
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En cualquier forma de evangeli-
zación el primado es siempre de Dios, que quiso
llamarnos a colaborar con Ãl e impulsarnos con
la fuerza de su EspÃritu. La verdadera novedad
es la que Dios mismo misteriosamente quiere
producir, la que Ãl inspira, la que Ãl provoca, la
que Ãl orienta y acompaña de mil maneras. En
toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siem-
pre que la iniciativa es de Dios, que «Ãl nos amó
primero » (
1 Jn
4,19) y que « es Dios quien hace
crecer » (
1 Co
3,7). Esta convicción nos permite
conservar la alegrÃa en medio de una tarea tan
exigente y desafiante que toma nuestra vida por
entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos
ofrece todo.
13.âTampoco deberÃamos entender la novedad
de esta misión como un desarraigo, como un ol-
vido de la historia viva que nos acoge y nos lanza
hacia adelante. La memoria es una dimensión de
nuestra fe que podrÃamos llamar « deuteronómi-
ca », en analogÃa con la memoria de Israel. Jesús
nos deja la EucaristÃa como memoria cotidiana
de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en
la Pascua (cf.
Lc
22,19). La alegrÃa evangelizadora
9
âP
ablo
VI, Exhort. ap.
Evangelii nuntiandi
(8 diciembre
1975), 7:
AAS
68 (1976), 9.