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CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS
CON LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica Vaticana
Jueves 17 de diciembre de 2009

 

Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado,
ilustres señores y señoras,
queridos hermanos y hermanas:

¿Qué sabiduría nace en Belén? Esta pregunta quisiera planteármela a mí mismo y a vosotros en este tradicional encuentro pre-navideño con el mundo universitario romano. Hoy, en vez de la santa misa, celebramos las Vísperas, y la feliz coincidencia con el inicio de la novena de Navidad nos hará cantar dentro de poco la primera de las antífonas llamadas "mayores":

"Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación" (Liturgia de las Horas, Vísperas del 17 de diciembre).

Esta estupenda invocación se dirige a la "Sabiduría", figura central en los libros de los Proverbios, la Sabiduría y el Sirácida, que por ella se llaman precisamente "sapienciales" y en los que la tradición cristiana ve una prefiguración de Cristo. Esa invocación resulta realmente estimulante y, más aún, provocadora, cuando nos situamos ante el belén, es decir, ante la paradoja de una Sabiduría que, brotando "de los labios del Altísimo", yace envuelta en pañales dentro de un pesebre (cf. Lc 2, 7.12.16).

Ya podemos anticipar la respuesta a la pregunta inicial: la Sabiduría que nace en Belén es la Sabiduría de Dios. San Pablo, en su carta a los Corintios, usa esta expresión: "La sabiduría de Dios, misteriosa" (1Co 2, 7), es decir, un designio divino, que por largo tiempo permaneció escondido y que Dios mismo reveló en la historia de la salvación. En la plenitud de los tiempos, esta Sabiduría tomó un rostro humano, el rostro de Jesús, el cual, como reza el Credo apostólico, "fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos".

La paradoja cristiana consiste precisamente en la identificación de la Sabiduría divina, es decir, el Logos eterno, con el hombre Jesús de Nazaret y con su historia. No hay solución a esta paradoja, si no es en la palabra "Amor", que en este caso naturalmente se debe escribir con "A" mayúscula, pues se trata de un Amor que supera infinitamente las dimensiones humanas e históricas. Así pues, la Sabiduría que esta tarde invocamos es el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad; es el Verbo, que, como leemos en el Prólogo de san Juan, "en el principio estaba con Dios", más aún, "era Dios", que con el Padre y el Espíritu Santo creó todas las cosas y que "se hizo carne" para revelarnos al Dios que nadie puede ver (cf. Jn 1, 2-3. 14. 18).

Queridos amigos, un profesor cristiano, o un joven estudiante cristiano, lleva en su interior el amor apasionado por esta Sabiduría. Lee todo a su luz; descubre sus huellas en las partículas elementales y en los versos de los poetas; en los códigos jurídicos y en los acontecimientos de la historia; en las obras de arte y en las expresiones matemáticas. Sin ella no se hizo nada de lo que existe (cf. Jn 1, 3) y, por consiguiente, en toda realidad creada se puede vislumbrar un reflejo de ella, evidentemente según grados y modalidades diferentes. Todo lo que capta la inteligencia humana, puede ser captado porque, de alguna manera y en alguna medida, participa de la Sabiduría creadora. También aquí radica, en definitiva, la posibilidad misma del estudio, de la investigación, del diálogo científico en todos los campos del saber.

Al llegar a este punto, no puedo menos de hacer una reflexión un poco incómoda, pero útil para nosotros que estamos aquí y que, por lo general, pertenecemos al ambiente académico. Preguntémonos: ¿Quién estaba, la noche de Navidad, en la cueva de Belén? ¿Quién acogió a la Sabiduría cuando nació? ¿Quién acudió a verla, la reconoció y la adoró? No fueron doctores de la ley, escribas o sabios. Estaban María y José, y luego los pastores. ¿Qué significa esto? Jesús dirá un día: "Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11, 26): has revelado tu misterio a los pequeños (cf. Mt 11, 25).

Pero, entonces ¿para qué sirve estudiar? ¿Es incluso nocivo y contraproducente para conocer la verdad? La historia de dos mil años de cristianismo excluye esta última hipótesis, y nos sugiere la correcta: se trata de estudiar, de profundizar los conocimientos manteniendo un espíritu de "pequeños", un espíritu humilde y sencillo, como el de María, la "Sede de la Sabiduría". ¡Cuántas veces hemos tenido miedo de acercarnos a la cueva de Belén porque estábamos preocupados de que pudiera ser obstáculo para nuestro espíritu crítico y para nuestra "modernidad"! En cambio, en esa cueva cada uno de nosotros puede descubrir la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, sobre sí mismo. En ese Niño, nacido de la Virgen, ambas verdades se han encontrado: el anhelo del hombre de la vida eterna enterneció el corazón de Dios, que no se avergonzó de asumir la condición humana.

Queridos amigos, ayudar a los demás a descubrir el verdadero rostro de Dios es la primera forma de caridad, que para vosotros asume el carácter de caridad intelectual. Me ha complacido saber que el itinerario de la pastoral universitaria diocesana de este año tendrá como tema: "Eucaristía y caridad intelectual". Se trata de una elección comprometedora, pero apropiada, pues en toda celebración eucarística Dios viene en la historia en Jesucristo, en su Palabra y en su Cuerpo, dándonos la caridad que nos permite servir al hombre en su existencia concreta. El proyecto "Una cultura para la ciudad" ofrece, además, una propuesta prometedora de presencia cristiana en el ámbito cultural. Esperando que ese itinerario vuestro sea fructífero, no puedo menos de invitar a todos los ateneos a ser lugares de formación de auténticos agentes de la caridad intelectual. De ellos depende en gran medida el futuro de la sociedad, sobre todo en la elaboración de una nueva síntesis humanística y de una nueva capacidad de proyectar (cf. Caritas in veritate, 21). Animo a todos los responsables de las instituciones académicas a proseguir juntos, colaborando en la construcción de comunidades en las que todos los jóvenes puedan formarse para ser hombres maduros y responsables a fin de realizar la "civilización del amor".

Al concluir esta celebración, la delegación universitaria australiana entregará a la delegación africana el icono de María Sedes Sapientiae. Encomendemos a la Virgen santísima a todos los universitarios del continente africano y el compromiso de cooperación que estos meses, después del Sínodo especial para África, se está llevando a cabo entre los ateneos de Roma y los africanos. Renuevo mi apoyo a esta nueva perspectiva de cooperación y espero que de ella nazcan y crezcan proyectos culturales capaces de promover un verdadero desarrollo integral del hombre.

Que la ya cercana Navidad, queridos amigos, os traiga alegría y esperanza a vosotros, a vuestras familias y a todo el ambiente universitario, en Roma y en el mundo entero.



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