Lumen Fidei - page 6

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tencia del hombre. Porque una luz tan potente no
puede provenir de nosotros mismos; ha de venir
de una fuente más primordial, tiene que venir,
en definitiva, de Dios. La fe nace del encuentro
con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su
amor, un amor que nos precede y en el que nos
podemos apoyar para estar seguros y construir
la vida. Transformados por este amor, recibimos
ojos nuevos, experimentamos que en él hay una
gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada
al futuro. La fe, que recibimos de Dios como don
sobrenatural, se presenta como luz en el sendero,
que orienta nuestro camino en el tiempo. Por una
parte, procede del pasado; es la luz de una me-
moria fundante, la memoria de la vida de Jesús,
donde su amor se ha manifestado totalmente fia-
ble, capaz de vencer a la muerte. Pero, al mismo
tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más
allá de la muerte, la fe es luz que viene del futu-
ro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lle-
va más allá de nuestro « yo » aislado, hacia la más
amplia comunión. Nos damos cuenta, por tanto,
de que la fe no habita en la oscuridad, sino que es
luz en nuestras tinieblas. Dante, en la
Divina Co-
media
, después de haber confesado su fe ante san
Pedro, la describe como una « chispa, / que se
convierte en una llama cada vez más ardiente / y
centellea en mí, cual estrella en el cielo ».
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Deseo
hablar precisamente de esta luz de la fe para que
crezca e ilumine el presente, y llegue a convertirse
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 Paraíso XXIV, 145-147.
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