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que el pueblo transmite de generación en genera-
ción. Para Israel, la luz de Dios brilla a través de
la memoria de las obras realizadas por el Señor,
conmemoradas y confesadas en el culto, trans-
mitidas de padres a hijos. Aprendemos asà que
la luz de la fe está vinculada al relato concreto
de la vida, al recuerdo agradecido de los benefi-
cios de Dios y al cumplimiento progresivo de sus
promesas. La arquitectura gótica lo ha expresado
muy bien: en las grandes catedrales, la luz llega
del cielo a través de las vidrieras en las que está
representada la historia sagrada. La luz de Dios
nos llega a través de la narración de su revelación
y, de este modo, puede iluminar nuestro camino
en el tiempo, recordando los beneficios divinos,
mostrando cómo se cumplen sus promesas.
13.âÂÂPor otro lado, la historia de Israel también
nos permite ver cómo el pueblo ha caÃdo tantas
veces en la tentación de la incredulidad. AquÃ, lo
contrario de la fe se manifiesta como idolatrÃa.
Mientras Moisés habla con Dios en el SinaÃ, el
pueblo no soporta el misterio del rostro oculto
de Dios, no aguanta el tiempo de espera. La fe,
por su propia naturaleza, requiere renunciar a la
posesión inmediata que parece ofrecer la visión,
es una invitación a abrirse a la fuente de la luz,
respetando el misterio propio de un Rostro, que
quiere revelarse personalmente y en el momen-
to oportuno. Martin Buber citaba esta definición
de idolatrÃa del rabino de Kock: se da idolatrÃa
cuando « un rostro se dirige reverentemente a un