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terpreta esta cercanÃa de la palabra de Dios como
referida a la presencia de Cristo en el cristiano:
«No digas en tu corazón: â¿Quién subirá al cie-
lo?âÂÂ, es decir, para hacer bajar a Cristo. O â¿quién
bajará al abismo?âÂÂ, es decir, para hacer subir a
Cristo de entre los muertos » (
Rm
10,6-7). Cris-
to ha bajado a la tierra y ha resucitado de entre
los muertos; con su encarnación y resurrección,
el Hijo de Dios ha abrazado todo el camino del
hombre y habita en nuestros corazones mediante
el EspÃritu santo. La fe sabe que Dios se ha he-
cho muy cercano a nosotros, que Cristo se nos
ha dado como un gran don que nos transforma
interiormente, que habita en nosotros, y asà nos
da la luz que ilumina el origen y el final de la vida,
el arco completo del camino humano.
21.âÂÂAsà podemos entender la novedad que
aporta la fe. El creyente es transformado por el
Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este
Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más
allá de sà mismo. Por eso, san Pablo puede afir-
mar: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive
en mà » (
Ga
2,20), y exhortar: «Que Cristo habite
por la fe en vuestros corazones » (
Ef
3,17). En la
fe, el « yo » del creyente se ensancha para ser ha-
bitado por Otro, para vivir en Otro, y asà su vida
se hace más grande en el Amor. En esto consiste
la acción propia del EspÃritu Santo. El cristiano
puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos,
su condición filial, porque se le hace partÃcipe de
su Amor, que es el EspÃritu. Y en este Amor se