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pero también en ser Hijo de Dios. Precisamente
porque Jesús es el Hijo, porque está radicado de
modo absoluto en el Padre, ha podido vencer a la
muerte y hacer resplandecer plenamente la vida.
Nuestra cultura ha perdido la percepción de esta
presencia concreta de Dios, de su acción en el
mundo. Pensamos que Dios sólo se encuentra
más allá, en otro nivel de realidad, separado de
nuestras relaciones concretas. Pero si asà fuese,
si Dios fuese incapaz de intervenir en el mundo,
su amor no serÃa verdaderamente poderoso, ver-
daderamente real, y no serÃa entonces ni siquiera
verdadero amor, capaz de cumplir esa felicidad
que promete. En tal caso, creer o no creer en él
serÃa totalmente indiferente. Los cristianos, en
cambio, confiesan el amor concreto y eficaz de
Dios, que obra verdaderamente en la historia y
determina su destino final, amor que se deja en-
contrar, que se ha revelado en plenitud en la pa-
sión, muerte y resurrección de Cristo.
18.âÂÂLa plenitud a la que Jesús lleva a la fe tiene
otro aspecto decisivo. Para la fe, Cristo no es sólo
aquel en quien creemos, la manifestación máxima
del amor de Dios, sino también aquel con quien
nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a
Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Je-
sús, con sus ojos: es una participación en su modo
de ver. En muchos ámbitos de la vida confiamos
en otras personas que conocen las cosas mejor
que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto
que nos construye la casa, en el farmacéutico que