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nos pueda dar para asegurarnos su amor, como
recuerda san Pablo (cf.
Rm
8,31-39). La fe cristia-
na es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder
eficaz, en su capacidad de transformar el mundo
e iluminar el tiempo. «Hemos conocido el amor
que Dios nos tiene y hemos creÃdo en él » (
1 Jn
4,16). La fe reconoce el amor de Dios manifesta-
do en Jesús como el fundamento sobre el que se
asienta la realidad y su destino último.
16.âÂÂLa mayor prueba de la fiabilidad del amor
de Cristo se encuentra en su muerte por los hom-
bres. Si dar la vida por los amigos es la demos-
tración más grande de amor (cf.
Jn
15,13), Jesús
ha ofrecido la suya por todos, también por los
que eran sus enemigos, para transformar los co-
razones. Por eso, los evangelistas han situado en
la hora de la cruz el momento culminante de la
mirada de fe, porque en esa hora resplandece el
amor divino en toda su altura y amplitud. San
Juan introduce aquà su solemne testimonio cuan-
do, junto a la Madre de Jesús, contempla al que
habÃan atravesado (cf.
Jn
19,37): «El que lo vio da
testimonio, su testimonio es verdadero, y él sabe
que dice la verdad, para que también vosotros
creáis » (
Jn
19,35). F. M. Dostoievski, en su obra
El idiota
, hace decir al protagonista, el prÃncipe
Myskin, a la vista del cuadro de Cristo muerto
en el sepulcro, obra de Hans Holbein el Joven:
«Un cuadro asà podrÃa incluso hacer perder la fe