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poder ver el camino luminoso del encuentro en-
tre Dios y los hombres, la historia de la salvación.
La plenitud de la fe cristiana
15.â«Abrahán [â¦] saltaba de gozo pensando
ver mi dÃa; lo vio, y se llenó de alegrÃa » (
Jn
8,56).
Según estas palabras de Jesús, la fe de Abrahán
estaba orientada ya a él; en cierto sentido, era una
visión anticipada de su misterio. Asà lo entiende
san AgustÃn, al afirmar que los patriarcas se salva-
ron por la fe, pero no la fe en el Cristo ya venido,
sino la fe en el Cristo que habÃa de venir, una
fe en tensión hacia el acontecimiento futuro de
Jesús.
13
La fe cristiana está centrada en Cristo, es
confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resu-
citado de entre los muertos (cf.
Rm
10,9). Todas
las lÃneas del Antiguo Testamento convergen en
Cristo; él es el « sà » definitivo a todas las prome-
sas, el fundamento de nuestro « amén » último a
Dios (cf.
2 Co
1,20). La historia de Jesús es la
manifestación plena de la fiabilidad de Dios. Si
Israel recordaba las grandes muestras de amor de
Dios, que constituÃan el centro de su confesión y
abrÃan la mirada de su fe, ahora la vida de Jesús se
presenta como la intervención definitiva de Dios,
la manifestación suprema de su amor por noso-
tros. La Palabra que Dios nos dirige en Jesús no
es una más entre otras, sino su Palabra eterna (cf.
Hb
1,1-2). No hay garantÃa más grande que Dios
13
âÂÂCf.
In Ioh. Evang.,
45, 9:
PL
35, 1722-1723.