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él es el Hijo, en sentido total y único; y por eso,
es engendrado en el tiempo sin concurso de va-
rón. Siendo Hijo, Jesús puede traer al mundo un
nuevo comienzo y una nueva luz, la plenitud del
amor fiel de Dios, que se entrega a los hombres.
Por otra parte, la verdadera maternidad de MarÃa
ha asegurado para el Hijo de Dios una verdade-
ra historia humana, una verdadera carne, en la
que morirá en la cruz y resucitará de los muertos.
MarÃa lo acompañará hasta la cruz (cf.
Jn
19,25),
desde donde su maternidad se extenderá a todos
los discÃpulos de su Hijo (cf.
Jn
19,26-27). Tam-
bién estará presente en el Cenáculo, después de
la resurrección y de la ascensión, para implorar el
don del EspÃritu con los apóstoles (cf.
Hch
1,14).
El movimiento de amor entre el Padre y el Hijo
en el EspÃritu ha recorrido nuestra historia; Cris-
to nos atrae a sà para salvarnos (cf.
Jn
12,32). En
el centro de la fe se encuentra la confesión de
Jesús, Hijo de Dios, nacido de mujer, que nos in-
troduce, mediante el don del EspÃritu santo, en la
filiación adoptiva (cf.
Ga
4,4-6).
60.âÂÂNos dirigimos en oración a MarÃa, madre de la
Iglesia y madre de nuestra fe.
¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oÃdo a la Palabra, para que
reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus
pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su
promesa.