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nos sostiene y nos permite entregar totalmente
nuestro futuro a la persona amada. La fe, además,
ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza
la generación de los hijos, porque hace reconocer
en ella el amor creador que nos da y nos confÃa el
misterio de una nueva persona. En este sentido,
Sara llegó a ser madre por la fe, contando con la
fidelidad de Dios a sus promesas (cf.
Hb
11,11).
53.âÂÂEn la familia, la fe está presente en todas las
etapas de la vida, comenzando por la infancia: los
niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por
eso, es importante que los padres cultiven prácti-
cas comunes de fe en la familia, que acompañen el
crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jó-
venes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e
importante para la fe, deben sentir la cercanÃa y la
atención de la familia y de la comunidad eclesial en
su camino de crecimiento en la fe. Todos hemos
visto cómo, en las Jornadas Mundiales de la Ju-
ventud, los jóvenes manifiestan la alegrÃa de la fe,
el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida
y generosa. Los jóvenes aspiran a una vida grande.
El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar
por su amor, amplÃa el horizonte de la existencia,
le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe
no es un refugio para gente pusilánime, sino que
ensancha la vida. Hace descubrir una gran llama-
da, la vocación al amor, y asegura que este amor es
digno de fe, que vale la pena ponerse en sus ma-
nos, porque está fundado en la fidelidad de Dios,
más fuerte que todas nuestras debilidades.