Lumen Fidei - page 78

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Han captado el misterio que se esconde en ellos.
Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus
sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida
de todos los males que los aquejan. La luz de la
fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que,
como una lámpara, guía nuestros pasos en la no-
che, y esto basta para caminar. Al hombre que
sufre, Dios no le da un razonamiento que expli-
que todo, sino que le responde con una presencia
que le acompaña, con una historia de bien que se
une a toda historia de sufrimiento para abrir en
ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo
ha querido compartir con nosotros este camino
y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es
aquel que, habiendo soportado el dolor, «â€‰inició y
completa nuestra fe » (
Hb
12,2).
El sufrimiento nos recuerda que el servicio
de la fe al bien común es siempre un servicio de
esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo
en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucita-
do, puede encontrar nuestra sociedad cimientos
sólidos y duraderos. En este sentido, la fe va de
la mano de la esperanza porque, aunque nuestra
morada terrenal se destruye, tenemos una man-
sión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo,
en su cuerpo (cf.
2 Co
4,16-5,5). El dinamismo de
fe, esperanza y caridad (cf.
1 Ts
1,3;
1 Co
13,13)
nos permite así integrar las preocupaciones de
todos los hombres en nuestro camino hacia
aquella ciudad « cuyo arquitecto y constructor iba
a ser Dios » (
Hb
11,10), porque «â€‰la esperanza no
defrauda » (
Rm
5,5).
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