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BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Castelgandolfo, domingo 25 de septiembre de 2005

 

Queridos hermanos y hermanas:

En este último domingo que transcurro en Castelgandolfo, deseo saludar cordialmente a toda la comunidad ciudadana, renovando a todos mi vivo agradecimiento por la acogida que me han reservado. Prosiguiendo la reflexión sobre el misterio eucarístico, corazón de la vida cristiana, hoy quisiera ilustrar el vínculo entre la Eucaristía y la caridad. "Caridad" ―en griego ágape, en latín caritas― no significa en primer lugar el acto o el sentimiento benéfico, sino el don espiritual, el amor de Dios que el Espíritu Santo infunde en el corazón humano y que lo impulsa a entregarse a su vez a Dios mismo y al prójimo (cf. Rm 5, 5). Toda la existencia terrena de Jesús, desde su concepción hasta su muerte en la cruz, fue un único acto de amor, hasta tal punto que podemos resumir nuestra fe con estas palabras: Iesus Caritas, Jesús Amor. En la última Cena, sabiendo que "había llegado su hora" (Jn 13, 1), el divino Maestro dio a sus discípulos el ejemplo supremo de amor, lavándoles los pies, y les confió su más preciosa herencia, la Eucaristía, en la que se concentra todo el misterio pascual, como escribió el venerado Papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia (cf. n. 5).

"Tomad, comed:  este es mi cuerpo... Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre" (Mt 26, 26-28). Las palabras de Jesús en el Cenáculo anticipan su muerte y manifiestan la conciencia con que la afrontó, transformándola en el don de sí, en el acto de amor que se entrega totalmente. En la Eucaristía, el Señor se entrega a nosotros con su cuerpo, su alma y su divinidad, y nosotros llegamos a ser una sola cosa con él y entre nosotros. Por eso, nuestra respuesta a su amor debe ser concreta, debe expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la acogida recíproca y en la atención a las necesidades de todos. Numerosas y múltiples son las formas del servicio que podemos prestar al prójimo en la vida diaria, con un poco de atención. Así, la Eucaristía se transforma en el manantial de la energía espiritual que renueva nuestra vida de cada día y renueva así también el mundo en el amor de Cristo.

Ejemplares testigos de este amor son los santos, que han sacado de la Eucaristía la fuerza de una caridad activa y, a menudo, heroica. Pienso ahora sobre todo en san Vicente de Paúl, cuya memoria litúrgica celebraremos pasado mañana. San Vicente de Paúl dijo: "¡Qué alegría servir a la persona de Jesucristo en sus miembros pobres!". Y lo hizo con toda su vida. Pienso también en la beata madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, que en los más pobres de entre los pobres amaba a Jesús, recibido y contemplado cada día en la Hostia consagrada. Antes y más que todos los santos, la caridad divina colmó el corazón de la Virgen María. Después de la Anunciación, impulsada por Aquel que llevaba en su seno, la Madre del Verbo encarnado fue de prisa a visitar y ayudar a su prima Isabel. Oremos para que todo cristiano, alimentándose del Cuerpo y de la Sangre del Señor, crezca cada vez más en el amor a Dios y en el servicio generoso a los hermanos.


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, pasado mañana se celebrará la Jornada mundial del turismo, fenómeno social muy relevante en el mundo contemporáneo, como sabemos. Renuevo el deseo de que el turismo vaya acompañado siempre por el respeto a las personas y las culturas, y favorezca el diálogo y la comprensión. El próximo jueves, además, se celebrará la Jornada marítima mundial. Aprovecho la ocasión para dirigir un cordial saludo, acompañado por la oración, a todos los que trabajan en el mar.

(En inglés)
Saludo a todos los peregrinos de lengua inglesa presentes en el Ángelus de hoy. Nuestro pensamiento va especialmente a las personas afectadas por los desastres naturales en Estados Unidos y en otras partes del mundo. Os invito a uniros a mí en la oración al Señor por todos los que sufren, por las víctimas y por sus seres queridos, así como por los que prestan socorro. Dios los consuele y fortalezca en sus pruebas.

(En castellano)
Saludo a los peregrinos de lengua española llegados a Castelgandolfo, así como a los reunidos en la plaza de San Pedro y a cuantos siguen el rezo del Ángelus a través de la radio y la televisión. Ante las catástrofes que afligen a tantos seres humanos, tened sentimientos de solidaridad y fraternidad, colaborando eficazmente, con espíritu generoso y caridad cristiana, a mitigar el dolor y superar las adversidades. ¡Gracias!



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