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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS JÓVENES DE HOLANDA CON OCASIÓN
DE LA PRIMERA JORNADA NACIONAL DE LOS JÓVENES CATÓLICOS

 

Queridos jóvenes amigos:

Deseo enviaros mi cordial saludo a todos vosotros, reunidos en Nieuwegein para la primera Jornada nacional de los jóvenes católicos de Holanda. Saludo al cardenal Adrianus Simonis, arzobispo de Utrecht y presidente de la Conferencia episcopal, y a todos los obispos holandeses, expresando mi profundo aprecio por la realización de esta feliz iniciativa. Asimismo, deseo dar las gracias al "Werkgroep Katholieke Jongeren" por el esfuerzo realizado durante estos años, y a los sacerdotes y laicos comprometidos en la pastoral juvenil, que os acompañan en vuestra reflexión. A través de este mensaje, queridos jóvenes, deseo hacerme presente espiritualmente en medio de vosotros y aseguraros que os acompaño en la oración. Sé que muchos de vosotros habéis participado en el encuentro mundial de Colonia, y es para mí motivo de gran alegría el hecho de que ahora queráis proseguir la experiencia iniciada con la Jornada mundial de la juventud, facilitando la participación de otros coetáneos vuestros que no tuvieron la posibilidad de asistir.

Celebrar la jornada de hoy por invitación de vuestros obispos es un signo muy hermoso para la sociedad holandesa: muestra que no tenéis miedo de proclamar que sois cristianos y queréis testimoniarlo abiertamente.

En efecto, la razón más profunda de vuestra reunión es encontraros con nuestro Señor Jesucristo. Así fue para los que participaron en la reciente Jornada mundial de la juventud, que tuvo por tema: "Hemos venido a adorarlo" (Mt 2, 2). Tras las huellas de los Magos, animados por el anhelo de averiguar la verdad, jóvenes de todos los rincones de la tierra se dieron cita en Colonia para buscar y adorar al Dios hecho hombre, y después, transformados por el encuentro con él e iluminados por su presencia, volvieron a su país, como los Magos, "por otro camino" (cf. Mt 2, 12). Así también vosotros volvisteis a Holanda deseosos de comunicar a todos la riqueza de la experiencia vivida, y hoy queréis compartirla con vuestros coetáneos.

Queridos amigos, Jesús es vuestro verdadero amigo y Señor; entablad una relación de verdadera amistad con él.

Él os espera y sólo en él encontraréis la felicidad. ¡Cuán fácil es contentarse con los placeres superficiales que nos ofrece la existencia diaria! ¡Cuán fácil es vivir sólo para sí mismos, gozando aparentemente de la vida! Pero antes o después nos damos cuenta de que no se trata de verdadera felicidad, porque esta es mucho más profunda: sólo la encontramos en Jesús. Como dije en Colonia, "la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret" (Discurso durante la fiesta de acogida de los jóvenes, en un barco sobre el Rhin, 18 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto, p. 4).

Por eso os invito a buscar cada día al Señor, que sólo desea que seáis realmente felices. Entablad con él una relación intensa y constante en la oración y, en la medida de vuestras posibilidades, encontrad momentos propicios en vuestra jornada para permanecer exclusivamente en su compañía. Si no sabéis cómo rezar, pedid que sea él mismo quien os lo enseñe e implorad a su Madre celestial que ore con vosotros y por vosotros. El rezo del rosario puede ayudaros a aprender el arte de la oración con la sencillez y la profundidad de María. Es importante que en el centro de vuestra vida esté la participación en la Eucaristía, en la que Jesús se entrega a sí mismo por nosotros. Él, que murió por los pecados de todos, desea entrar en comunión con cada uno de vosotros, llama a la puerta de vuestro corazón para daros su gracia. Id a su encuentro en la santa Eucaristía, id a adorarlo en las iglesias y permaneced arrodillados ante el Sagrario: Jesús os colmará de su amor y os manifestará los sentimientos de su Corazón. Si os ponéis a la escucha, experimentaréis de modo cada vez más profundo la alegría de formar parte de su Cuerpo místico, la Iglesia, que es la familia de sus discípulos congregados por el vínculo de la unidad y del amor. Además, como dice el apóstol san Pablo, aprended a dejaros reconciliar con Dios (cf. 2 Co 5, 20). Jesús os espera especialmente en el sacramento de la Reconciliación para perdonar vuestros pecados y reconciliaros con su amor a través del ministerio del sacerdote. Confesando con humildad y verdad vuestros pecados, recibiréis el perdón de Dios mismo mediante las palabras de su ministro. ¡Qué gran oportunidad nos ha dado el Señor con este sacramento para renovarnos interiormente y progresar en nuestra vida cristiana! Os recomiendo que hagáis constantemente buen uso de él.

Queridos amigos, como os decía antes, si seguís a Jesús jamás os sentiréis solos, porque formáis parte de la Iglesia, que es una gran familia, en la que podéis crecer en la amistad verdadera con numerosos hermanos y hermanas en la fe, esparcidos por todo el mundo. Jesús os necesita para "renovar" la sociedad actual. Esforzaos por crecer en el conocimiento de la fe, para ser sus testigos auténticos. Dedicaos a comprender cada vez mejor la doctrina católica: aunque a veces al mirarla con los ojos del mundo pueda parecer un mensaje difícil de aceptar, en ella está la respuesta satisfactoria a vuestros interrogantes de fondo. Tened confianza en los pastores que os guían, obispos y sacerdotes; insertaos activamente en las parroquias, en los movimientos, en las asociaciones y comunidades eclesiales, para experimentar juntos la alegría de ser seguidores de Cristo, que anuncia y da la verdad y el amor. Y precisamente impulsados por su verdad y su amor, junto con los demás jóvenes que buscan el sentido verdadero de la vida, podréis construir un futuro mejor para todos.

Queridos amigos, estoy cerca de vosotros con la oración, para que acojáis generosamente la llamada del Señor, que os presenta grandes ideales, capaces de hacer hermosa vuestra vida y llenarla de alegría. Estad seguros de que sólo respondiendo positivamente a su llamada, por exigente que os pueda parecer, es posible encontrar la felicidad y la paz del corazón. Que en este itinerario de compromiso cristiano os acompañe la Virgen María y os ayude en todos vuestros buenos propósitos. Con estos sentimientos, os imparto de corazón una especial bendición apostólica a todos los que os halláis reunidos en Nieuwegein, así como a los que con amor y sabiduría os acompañan en vuestro camino de crecimiento humano y espiritual.

Vaticano, 21 de noviembre de 2005

BENEDICTUS PP. XVI



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