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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN SEMINARIO DE ESTUDIOS SOBRE EL TEMA
"DEPORTE, EDUCACIÓN Y FE: PARA UNA NUEVA ETAPA
DEL MOVIMIENTO DEPORTIVO CATÓLICO

 

Al venerado hermano
Cardenal Stanisław Ryłko
Presidente del Consejo pontificio para los laicos

Con verdadero placer le envío un saludo cordial a usted, al secretario, a los colaboradores del Consejo pontificio para los laicos, a los representantes de los organismos católicos que trabajan en el mundo del deporte, a los responsables de las asociaciones deportivas internacionales y nacionales, y a todos los que participan en el seminario de estudios sobre el tema: "Deporte, educación y fe: para una nueva etapa del movimiento deportivo católico", organizado por la sección "Iglesia y deporte" de ese dicasterio.

El deporte posee un valioso potencial educativo, sobre todo en el ámbito juvenil y, por esto, ocupa un lugar de relieve no sólo en el uso del tiempo libre, sino también en la formación de la persona. El concilio Vaticano II lo quiso incluir entre los medios que pertenecen al patrimonio común de los hombres y son aptos para el perfeccionamiento moral y la formación humana (cf. Gravissimum educationis, 4).

Si esto vale para la actividad deportiva en general, vale más aún para la que se lleva a cabo en los oratorios, en las escuelas y en las asociaciones deportivas, con el fin de asegurar una formación humana y cristiana a las nuevas generaciones. Como recordé recientemente, no hay que olvidar que "el deporte, practicado con pasión y atento sentido ético, especialmente por la juventud, se convierte en gimnasio de sana competición y de perfeccionamiento físico, escuela de formación en los valores humanos y espirituales, medio privilegiado de crecimiento personal y de contacto con la sociedad" (Discurso a los participantes en los campeonatos mundiales de natación, 1 de agosto de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de agosto de 2009, p. 7).

Mediante las actividades deportivas, la comunidad eclesial contribuye a la formación de la juventud, proporcionando un ámbito adecuado a su crecimiento humano y espiritual. Las iniciativas deportivas, cuando tienen como objetivo el desarrollo integral de la persona y se realizan bajo la dirección de personal cualificado y competente, son una buena ocasión para que sacerdotes, religiosos y laicos puedan convertirse en verdaderos educadores y maestros de vida de los jóvenes. Por lo tanto, en nuestra época —en la que resulta urgente la exigencia de educar a las nuevas generaciones—, es necesario que la Iglesia siga sosteniendo el deporte para los jóvenes, valorizando plenamente también la actividad agonística en sus aspectos positivos, como, por ejemplo, en la capacidad de estimular la competitividad, la valentía y la tenacidad a la hora de perseguir los objetivos, pero evitando cualquier tendencia que desvirtúe la naturaleza al recurrir a prácticas incluso dañinas para el organismo, como sucede en el caso del dopaje. En una acción formativa coordinada, los directivos, los técnicos y los agentes católicos deben considerarse guías experimentados para los adolescentes, ayudándoles a desarrollar sus potencialidades agonísticas sin descuidar las cualidades humanas y las virtudes cristianas que llevan a una madurez completa de la persona.

Desde esta perspectiva, creo que es muy útil que este tercer seminario de la sección "Iglesia y deporte" del Consejo pontificio para los laicos centre su atención en la misión específica y en la identidad católica de las asociaciones deportivas, las escuelas y los oratorios administrados por la Iglesia. Deseo de todo corazón que ayude a percibir las muchas y valiosas oportunidades que el deporte puede ofrecer a la pastoral juvenil. Esperando que sea un encuentro fructífero, aseguro mi oración invocando sobre los participantes y sobre los que se dedican a promover una sana actividad deportiva, en particular en las instituciones católicas, la guía del Espíritu Santo y la protección materna de María. Con estos sentimientos, envío a todos de corazón mi bendición apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2009

 

BENEDICTO PP. XVI



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