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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A TURQUÍA

(28 DE NOVIEMBRE - 1 DE DICIEMBRE 2006)

ENCUENTRO CON SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I
PATRIARCA ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Iglesia patriarcal de San Jorge, en el Fanar
Miércoles 29 de noviembre de 2006

 

"Ved:  ¡qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!"  (Sal 133, 1)

Santidad

Le agradezco sinceramente la acogida fraterna que me ha brindado usted personalmente, así como el Santo Sínodo del Patriarcado ecuménico y conservaré para siempre con aprecio este recuerdo en mi corazón. Doy gracias al Señor por el don de este encuentro, lleno de auténtica buena voluntad y de significado eclesial.

Para mí es motivo de gran alegría estar entre vosotros, hermanos en Cristo, en  esta iglesia catedral, mientras oramos juntos al Señor y evocamos los importantes acontecimientos que han sostenido nuestro compromiso de trabajar por la unidad plena entre católicos y ortodoxos.

Deseo, ante todo, recordar la valiente decisión de remover la memoria de los anatemas de 1054. La declaración común del Papa Pablo VI y del Patriarca Atenágoras, escrita con el espíritu de un amor redescubierto, fue leída solemnemente  en  una ceremonia que se celebró simultáneamente en la basílica de San Pedro, en Roma, y en esta catedral patriarcal. El tomos del patriarca se basaba en la profesión de fe de san Juan:  "Ho Theós agapé estín" (1 Jn 4, 8), "Deus caritas est". Con perfecta sintonía, el Papa Pablo VI comenzó su carta con la exhortación de san Pablo:  "Ambulate in dilectione", "Vivid en el amor" (Ef 5, 2). Sobre este fundamento de recíproco amor se han desarrollado nuevas relaciones entre las Iglesias de Roma y Constantinopla.

Signos evidentes de este amor han sido numerosas declaraciones de compromiso común y muchos gestos llenos de significado. Tanto Pablo VI como Juan Pablo II fueron recibidos cordialmente como visitantes en esta iglesia de San Jorge y se asociaron respectivamente a los Patriarcas Atenágoras I y Dimitrios I para fortalecer el impulso hacia la comprensión recíproca y la búsqueda de la unidad plena. ¡Que sus nombres sean honrados y benditos!

Me alegro, además, de estar en esta tierra, tan íntimamente vinculada a la fe cristiana, en la que florecieron muchas Iglesias en los tiempos antiguos. Pienso en las exhortaciones de san Pedro a las comunidades cristianas primitivas establecidas "en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia" (1 P 1, 1), y en la rica mies de mártires, de teólogos, de pastores, de monjes, y de hombres y mujeres santos que engendraron estas Iglesias a lo largo de los siglos.

Del mismo modo, recuerdo los insignes santos y pastores que velaron por la Sede de Constantinopla, entre los que se encuentran san Gregorio Nacianceno y san Juan Crisóstomo, venerados también en Occidente como doctores de la Iglesia. Sus reliquias se conservan en la basílica de San Pedro en el Vaticano y el recordado Papa Juan Pablo II entregó una parte de ellas a Vuestra Santidad como signo de comunión, para que fueran veneradas en esta catedral. Verdaderamente son dignos intercesores por nosotros ante el Señor.

En esta parte del mundo oriental se celebraron los siete concilios ecuménicos que ortodoxos y católicos reconocen como autorizados para la fe y la disciplina de la Iglesia. Constituyen piedras miliares permanentes y guías en el camino hacia la unidad plena.

Concluyo expresando una vez más mi alegría por encontrarme entre vosotros. Ojalá que este encuentro refuerce nuestro afecto mutuo y renueve nuestro compromiso común de perseverar en el itinerario que lleva a la reconciliación y a la paz de las Iglesias.

Os saludo en el amor de Cristo. El Señor esté siempre con vosotros.



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