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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS EMPLEADOS DE LA EMBAJADA DE ITALIA ANTE LA SANTA SEDE

Sábado 13 de diciembre de 2008

 

Señor subsecretario de la Presidencia del Gobierno;
queridos amigos:

En esta breve visita a la embajada de Italia, la primera cita tiene lugar en esta hermosa capilla recién restaurada y renovada. Y me alegra encontrarme precisamente aquí con vosotros, que formáis la comunidad de vida y de trabajo de esta embajada. Os saludo a todos con afecto, juntamente con vuestros familiares.

Dirijo un saludo especial al señor subsecretario de la Presidencia del Gobierno, que me ha transmitido el saludo del presidente del Gobierno y me ha dado una cordial bienvenida, haciéndose intérprete de vuestros sentimientos. Ha recordado que esta capilla, bendecida hace pocos días por el señor cardenal secretario de Estado, ha sido dedicada a un santo cuyo nombre está indisolublemente vinculado a este palacio: san Carlos Borromeo.

Este santo, juntamente con su hermano Federico, recibió como regalo este palacio de su tío, el Pontífice Pío IV, con el cual, nombrado cardenal muy joven, colaboró en el gobierno de la Iglesia universal. Fue precisamente después de la muerte de su hermano mayor cuando el joven sobrino del Pontífice inició un proceso de maduración espiritual que lo llevó a una profunda conversión marcada por una firme elección de vida evangélica.

Como obispo, dedicó todas sus energías a la archidiócesis de Milán. Su biografía muestra con claridad el celo con que desempeñó su ministerio episcopal, promoviendo la reforma de la Iglesia según el espíritu del concilio de Trento, cuyas directrices aplicó de modo ejemplar, mostrando una cercanía constante a las poblaciones, de modo especial durante los años de la peste, de forma que, precisamente por esta entrega generosa, fue llamado "ángel de los apestados". La historia humana y espiritual de san Carlos Borromeo pone de manifiesto que la gracia divina puede transformar el corazón del hombre y hacerlo capaz de un amor a los hermanos llevado hasta el sacrificio de sí mismo.

Queridos hermanos y hermanas, os encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestros familiares a la protección de san Carlos, para que también vosotros podáis cumplir la misión que Dios os confía al servicio del prójimo según vuestras diferentes tareas. Por último, aprovecho la ocasión para desearos una feliz y santa Navidad, mientras de corazón os bendigo a todos.



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