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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE MALASIA, SINGAPUR Y BRUNEI EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 6 de junio de 2008

 

Queridos hermanos en el episcopado:

Me complace daros la bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina, mientras renováis los vínculos de comunión en la fe y en el amor entre vosotros como pastores del pueblo de Dios en Malasia, Brunei y Singapur, y con el Sucesor de Pedro en la Sede de Roma. Os agradezco las amables palabras que el arzobispo Pakiam me ha dirigido en vuestro nombre, os aseguro mis oraciones y os expreso mis mejores deseos para todos vosotros y para las personas confiadas a vuestra solicitud pastoral.

Por una feliz coincidencia, vuestra visita a la ciudad de los apóstoles san Pedro y san Pablo tiene lugar mientras la Iglesia en todo el mundo se prepara para celebrar un año dedicado a san Pablo, el gran Apóstol de los gentiles, en el bimilenario de su nacimiento. Ruego a Dios que os inspiréis en el ejemplo de este celoso apóstol, maestro excepcional y testigo valiente de la verdad del Evangelio. Que por su intercesión podáis experimentar un renovado fervor en la gran tarea misionera para la cual, como san Pablo, habéis sido llamados y elegidos (cf. Ga 1, 15-16), la de anunciar el Evangelio de Jesucristo en Malasia, Brunei y Singapur. Con las palabras que san Pablo dirigió a los ancianos de Éfeso, os exhorto a "tener cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo" (Hch 20, 28).

"La fe de la Iglesia en Jesucristo es un don recibido y un don que ha de compartirse; es el don mayor que la Iglesia puede ofrecer a Asia" (Ecclesia in Asia, 10). Afortunadamente, los pueblos de Asia muestran un intenso anhelo de Dios (cf. ib., 9). Al transmitirles el mensaje que habéis recibido (cf. 1 Co 15, 3), sembráis las semillas de la evangelización en un terreno fértil. Sin embargo, para que la fe florezca, es necesario que arraigue profundamente en la tierra asiática, de modo que no se la perciba como una importación extranjera, extraña a la cultura y a las tradiciones de vuestro pueblo.

Teniendo presente la manera como san Pablo anunció la buena nueva a los atenienses (cf. Hch 17, 22-34), estáis llamados a presentar la fe cristiana de modo que resuene con la "intuición espiritual innata y la sabiduría moral típica del alma asiática" (Ecclesia in Asia, 6), para que los pueblos la acojan y la hagan suya.

En particular, debéis garantizar que el Evangelio cristiano de ninguna manera se confunda en su mente con los principios laicistas asociados a la Ilustración. Por el contrario, "diciendo la verdad con amor" (Ef 4, 15), podéis ayudar a vuestros compatriotas a separar el trigo del Evangelio de la paja del materialismo y el relativismo. Podéis ayudarles a responder a los urgentes desafíos planteados por la Ilustración, familiar al cristianismo occidental desde hace dos siglos, pero que sólo ahora comienza a tener un impacto significativo en otras partes del mundo.

Resistiendo a la "dictadura de la razón positivista", que intenta excluir a Dios del ámbito público, debemos acoger las "verdaderas conquistas de la Ilustración", especialmente el énfasis que pone en los derechos humanos y en la libertad de religión y su práctica (cf. Discurso a los miembros de la Curia romana durante el tradicional intercambio de felicitaciones navideñas, 22 de diciembre de 2006). Destacando el carácter universal de los derechos humanos, fundados en la dignidad de la persona humana creada a imagen de Dios, lleváis a cabo una importante tarea de evangelización, puesto que esta doctrina constituye un aspecto esencial del Evangelio. Al hacerlo, seguís los pasos de san Pablo, que supo expresar los elementos esenciales de la fe y de la práctica cristiana de una manera que pudiera ser asimilada por las comunidades de gentiles a las que fue enviado.

Este apostolado paulino requiere un compromiso de diálogo interreligioso, y os aliento a realizar esta importante tarea, explorando todos los caminos abiertos ante vosotros. Soy consciente de que no todos los territorios que representáis tienen el mismo grado de libertad religiosa, y muchos de vosotros, por ejemplo, encontráis serias dificultades para promover la enseñanza religiosa cristiana en las escuelas. No os desaniméis; al contrario, seguid proclamando con convicción "la inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3, 8), para que todos puedan llegar a conocer el amor de Dios manifestado en Jesús.

En el contexto de un diálogo abierto y honrado con musulmanes, budistas, hinduistas y seguidores de las demás religiones presentes en vuestros respectivos países, ayudáis a vuestros compatriotas a reconocer y observar la ley "escrita en su corazón" (Rm 2, 15), expresando claramente la verdad del Evangelio. De esta manera, vuestra enseñanza podrá llegar a un público muy amplio, contribuyendo a promover una visión unificada del bien común. Esto, a su vez, ayudará a fomentar la libertad religiosa y una mayor cohesión social entre los miembros de los diferentes grupos étnicos, lo cual no puede menos de propiciar la paz y el bienestar de toda la comunidad.

Con respecto a vuestra solicitud pastoral por vuestro pueblo, os invito a mostrar interés de modo especial por vuestros sacerdotes. Usando la imagen evocada por san Pablo cuando escribió al joven Timoteo, exhortadlos a reavivar el carisma de Dios que está en ellos mediante la imposición de las manos (cf. 2 Tm 1, 6). Sed para ellos padres, hermanos y amigos, como san Pablo lo fue para Timoteo y Tito. Guiadlos con el ejemplo, mostrándoles el camino para imitar a Cristo, el buen Pastor. Es famosa la expresión de San Pablo: "Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Modelando toda vuestra vida y vuestra conducta según Cristo, haced que vuestros sacerdotes vean lo que significa vivir como alter Christus en medio de vuestro pueblo. De esta manera, no sólo los estimularéis a ofrecer toda su vida "como una víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12, 1), sino que serán cada vez más numerosos los jóvenes que aspirarán a esta vida sublime de servicio sacerdotal.

Soy consciente de que en los territorios que representáis hay algunas regiones donde la gente ve raramente a un sacerdote, y hay otras donde la gente no conoce todavía el Evangelio. También ellos requieren vuestra solicitud pastoral y vuestras oraciones, porque "¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?" (Rm 10, 14). Aquí la formación de los laicos cobra mayor importancia, para que, mediante una sólida catequesis, los hijos dispersos de Dios puedan conocer la esperanza a la que han sido llamados, "la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia" (Ef 1, 18). De este modo, podrán prepararse para recibir al sacerdote cuando vaya a ellos.

Decid a vuestros catequistas, tanto laicos como religiosos, que los recuerdo en mis oraciones y aprecio la enorme contribución que dan a la vida de las comunidades cristianas en Malasia, Brunei y Singapur. Gracias a su tarea vital, innumerables hombres, mujeres y niños pueden "conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento", y así "llenarse hasta la total plenitud de Dios" (Ef 3, 19).

Queridos hermanos en el episcopado, ruego para que, cuando volváis a vuestros respectivos países, "estéis siempre alegres, oréis constantemente, y en todo deis gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 16-18). Encomendándoos a todos vosotros, a vuestros sacerdotes, religiosos y fieles laicos, a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.



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