PALABRAS DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO
EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR
Sábado 3 de mayo de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
Al final de este momento de oración mariana, os dirijo a todos mi cordial saludo y os agradezco vuestra participación. En particular, saludo al cardenal Bernard Francis Law, arcipreste de esta estupenda basílica de Santa María la Mayor. En Roma este es el templo mariano por excelencia, en el que los habitantes de la ciudad veneran con gran afecto el icono de María Salus populi romani. He aceptado de buen grado la invitación que me han hecho a dirigir el santo rosario el primer sábado del mes de mayo, según la hermosa tradición que he vivido desde mi infancia. En efecto, en la experiencia de mi generación, las tardes de mayo evocan dulces recuerdos relacionados con las citas vespertinas para rendir homenaje a la Virgen. ¿Cómo olvidar la oración del rosario en la parroquia, en los patios de las casas o en las calles de las aldeas?
Hoy, juntos, confirmamos que el santo rosario no es una práctica piadosa del pasado, como oración de otros tiempos en los que se podría pensar con nostalgia. Al contrario, el rosario está experimentando una nueva primavera. No cabe duda de que este es uno de los signos más elocuentes del amor que las generaciones jóvenes sienten por Jesús y por su Madre, María. En el mundo actual, tan dispersivo, esta oración ayuda a poner a Cristo en el centro, como hacía la Virgen, que meditaba en su corazón todo lo que se decía de su Hijo, y también lo que él hacía y decía.
Cuando se reza el rosario, se reviven los momentos importantes y significativos de la historia de la salvación; se recorren las diversas etapas de la misión de Cristo. Con María, el corazón se orienta hacia el misterio de Jesús. Se pone a Cristo en el centro de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestras ciudades, mediante la contemplación y la meditación de sus santos misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria.
Que María nos ayude a acoger en nosotros la gracia que procede de estos misterios para que, a través de nosotros, pueda difundirse en la sociedad, a partir de las relaciones diarias, y purificarla de las numerosas fuerzas negativas, abriéndola a la novedad de Dios. En efecto, cuando se reza el rosario de modo auténtico, no mecánico y superficial sino profundo, trae paz y reconciliación. Encierra en sí la fuerza sanadora del Nombre santísimo de Jesús, invocado con fe y con amor en el centro de cada avemaría.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios, que nos ha concedido vivir esta tarde una hora de gracia tan hermosa, y en las próximas tardes de este mes mariano, aunque estemos distantes, cada uno en su propia familia y comunidad, sintámonos igualmente cercanos y unidos en la oración. Especialmente durante estos días que nos preparan para la solemnidad de Pentecostés, permanezcamos unidos a María, invocando para la Iglesia una renovada efusión del Espíritu Santo. Que, como en los orígenes, María santísima ayude a los fieles de cada comunidad cristiana a formar un solo corazón y una sola alma.
Os encomiendo las intenciones más urgentes de mi ministerio, las necesidades de la Iglesia, los grandes problemas de la humanidad: la paz en el mundo, la unidad de los cristianos, el diálogo entre todas las culturas. Y, pensando en Roma y en Italia, os invito a rezar por los objetivos pastorales de la diócesis y por el desarrollo solidario de este amado país.
Al nuevo alcalde de Roma, honorable Gianni Alemanno, a quien veo aquí presente, le expreso mi deseo de un servicio fructífero para el bien de toda la comunidad ciudadana. A todos vosotros, aquí reunidos, y a cuantos están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, en particular a los enfermos y a los que sufren, imparto de corazón la bendición apostólica.
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