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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO PARA NUEVOS OBISPOS
ORGANIZADO POR LAS CONGREGACIONES PARA LOS OBISPOS
Y PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES


Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Lunes 22 de septiembre de 2008

 

Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra acogeros al inicio de vuestro ministerio episcopal y os saludo con afecto, consciente del inseparable vínculo colegial que une, mediante el lazo de la unidad, de la caridad y de la paz, al Papa con los obispos. Estos días que estáis pasando en Roma para profundizar en las tareas que os esperan y renovar la profesión de vuestra fe ante la tumba de san Pedro deben constituir también una singular experiencia de la colegialidad que, "basada (...) en la ordenación episcopal y en la comunión jerárquica (...), atañe a la profundidad del ser de cada obispo y pertenece a la estructura de la Iglesia como Jesucristo la ha querido" (Pastores gregis, 8).

Esta experiencia de fraternidad, de oración y de estudio junto a la sede de Pedro ha de alimentar en cada uno de vosotros el sentimiento de comunión con el Papa y con vuestros hermanos en el episcopado, y os ha de impulsar a la solicitud por toda la Iglesia. Agradezco al cardenal Giovanni Battista Re las amables palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos. Dirijo un saludo particular al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, y a través de vosotros envío un saludo afectuoso a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.

Este encuentro tiene lugar en el Año paulino y en vísperas de la XII Asamblea general del Sínodo de los obispos sobre la Palabra de Dios: dos momentos significativos de la vida eclesial, que nos ayudan a poner de manifiesto algunos aspectos de la espiritualidad y de la misión del obispo. Quiero detenerme brevemente en la figura de san Pablo.

San Pablo fue un maestro y un modelo sobre todo para los obispos. San Gregorio Magno lo define "el más grande de todos los pastores" (Regla pastoral, 1, 8). Como obispos debemos aprender del Apóstol, ante todo, un gran amor a Jesucristo. Desde el momento de su encuentro con el Maestro divino en el camino de Damasco, toda su existencia fue un itinerario de configuración interior y apostólica a él entre las persecuciones y los sufrimientos (cf. 2 Tm 3, 11). San Pablo se define a sí mismo un hombre "conquistado por Cristo" (cf. Flp 3, 12), hasta el punto de poder decir: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20); y también: "Estoy crucificado con Cristo. (...) La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 19-20).

El amor de san Pablo a Cristo nos conmueve por su intensidad. Era un amor tan fuerte y tan vivo que lo impulsó a afirmar: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Flp 3, 8). El ejemplo del gran Apóstol nos estimula a los obispos a crecer cada día en la santidad de la vida para tener los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo (cf. Flp 2, 5).

La exhortación apostólica Pastores gregis, hablando del compromiso espiritual del obispo, afirma con claridad que debe ser ante todo "hombre de Dios", porque no es posible estar al servicio de los hombres sin ser antes "siervo de Dios" (cf. n. 13).

Por consiguiente, el primer compromiso espiritual y apostólico del obispo debe ser precisamente progresar en el camino de la perfección evangélica, en el camino del amor a Jesucristo. Al igual que el apóstol san Pablo, debe estar convencido de que "nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza" (2 Co 3, 5-6). Entre los medios que le ayudan a progresar en la vida espiritual está, ante todo, la Palabra de Dios, que de modo indiscutible debe ocupar el lugar central en la vida y en la misión del obispo. La exhortación apostólica Pastores gregis recuerda que "antes de ser transmisor de la Palabra, el obispo, al igual que sus sacerdotes y los fieles, (...) tiene que ser oyente de la Palabra" y añade que "no hay primacía de la santidad sin escucha de la Palabra de Dios, que es guía y alimento de la santidad" (n. 15). Por tanto, queridos obispos, os exhorto a impregnaros cada día de la Palabra de Dios para ser maestros de la fe y auténticos educadores de vuestro fieles; no como los que negocian con esa Palabra, sino como los que, con sinceridad y movidos por Dios y bajo su mirada, hablan de él (cf. 2 Co 2, 17).

Amadísimos obispos, para afrontar el gran desafío del laicismo propio de la sociedad contemporánea es necesario que el obispo medite cada día la Palabra en la oración, a fin de que pueda ser heraldo eficaz al anunciarla, doctor auténtico al explicarla y defenderla, maestro iluminado y sabio al transmitirla. En la inminencia del inicio de los trabajos de la próxima Asamblea general del Sínodo de los obispos os encomiendo al poder de la Palabra del Señor, para que seáis fieles a las promesas que habéis hecho ante Dios y ante la Iglesia el día de vuestra consagración episcopal, perseverantes en el cumplimiento del ministerio que se os ha confiado, fieles al conservar puro e íntegro el depósito de la fe, arraigados en la comunión eclesial juntamente con todo el orden episcopal. Debemos ser siempre conscientes de que la Palabra de Dios garantiza la presencia divina en cada uno de nosotros de acuerdo con las palabras del Señor: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14, 23).

Cuando se os entregó la mitra, el día de vuestra consagración episcopal, se os dijo: "Resplandezca en ti el fulgor de la santidad". El apóstol san Pablo, con su enseñanza y con su testimonio personal, nos exhorta a crecer en la virtud delante de Dios y de los hombres. El camino de perfección del obispo debe inspirarse en los rasgos característicos del buen Pastor, para que en su rostro y en su obrar los fieles puedan descubrir las virtudes humanas y cristianas que deben caracterizar a todo obispo (cf. Pastores gregis, 18).

Al progresar en el camino de la santidad, expresaréis la indispensable autoridad moral y la prudente sabiduría que se requiere a quien está al frente de la familia de Dios. Esa autoridad moral hoy es muy necesaria. Vuestro ministerio sólo será pastoralmente eficaz si se apoya en vuestra santidad de vida: la autoridad del obispo —afirma la exhortación apostólica Pastores gregis— nace del testimonio, sin el cual difícilmente los fieles podrán descubrir en el obispo la presencia activa de Cristo en su Iglesia (cf. n. 43).

Con la consagración episcopal y con la misión canónica se os ha encomendado el oficio pastoral, es decir, el cuidado habitual y diario de vuestras diócesis. El apóstol san Pablo, con las conocidas palabras que dirigió a Timoteo, os indica el camino para ser pastores buenos y autorizados de vuestras Iglesias particulares: "Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. (...) Vigila atentamente" (2 Tm 4, 2.5). A la luz de estas palabras del Apóstol, no dejéis de comprometeros "no sólo con el consejo, la persuasión y el ejemplo, sino también con la autoridad y la potestad sagrada" (Lumen gentium, 27), para hacer que la grey encomendada a vosotros progrese en la santidad y en la verdad. Este será el modo más adecuado para ejercer en plenitud la paternidad propia del obispo con respecto a los fieles. Tened una solicitud especial por los sacerdotes, vuestros primeros e insustituibles colaboradores en el ministerio, y por los jóvenes.

Estad cerca de los sacerdotes prestándoles la máxima atención. No escatiméis esfuerzos al poner en práctica todas las iniciativas, incluida la de una concreta comunión de vida, que indicó el concilio Vaticano ii, gracias a la cual se ayude a los sacerdotes a crecer en la entrega a Cristo y en la fidelidad al ministerio sacerdotal. Procurad promover una auténtica fraternidad sacerdotal que contribuya a vencer el aislamiento y la soledad, favoreciendo la ayuda mutua. Es importante que todos los sacerdotes sientan la cercanía paterna y la amistad del obispo.

Para construir el futuro de vuestras Iglesias particulares, sed animadores y guías de los jóvenes. La reciente Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar en Sydney, puso una vez más de manifiesto que a numerosos muchachos y jóvenes les fascina el Evangelio y que están dispuestos a comprometerse en la Iglesia. Es necesario que los sacerdotes y los educadores sepan transmitir a las nuevas generaciones, juntamente con el entusiasmo por el don de la vida, el amor a Jesucristo y a la Iglesia. Conscientes de que el seminario es el corazón de la diócesis, entre los jóvenes animad con especial solicitud a los seminaristas. No dejéis de proponer a los muchachos y a los jóvenes la opción de una entrega plena a Cristo en la vida sacerdotal y religiosa. Sensibilizad a las familias, las parroquias, los centros educativos, para que ayuden a las nuevas generaciones a buscar y a descubrir el proyecto de Dios sobre su vida.

Recordándoos una vez más las palabras de san Pablo a Timoteo: "Procura ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza" (1 Tm 4, 12) e invocando la ayuda de Dios para vuestro ministerio episcopal, os imparto de corazón una bendición apostólica especial a cada uno de vosotros y a vuestras diócesis.



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