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PALABRAS DE DESPEDIDA DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD ECLESIAL Y CIVIL DE CASTELGANDOLFO


Lunes 29 de septiembre de 2008

 

Queridos hermanos y hermanas:

También este año ha llegado el momento de despedirme de vosotros, al final del período de verano. Antes de volver al Vaticano, siento la viva necesidad de renovaros mi sincera gratitud por todo lo que habéis hecho por mí y por mis colaboradores. En primer lugar, saludo y doy las gracias al obispo de Albano Lacial, monseñor Marcello Semeraro, al párroco de Castelgandolfo y a la comunidad parroquial, así como a las comunidades religiosas que viven y trabajan aquí. Me he encontrado con vosotros en varias circunstancias, y hoy quisiera repetiros que el Papa os está agradecido por vuestro apoyo material y espiritual.

Saludo, además, al señor alcalde y a los miembros de la Administración municipal, que me manifiestan siempre su cercanía. Sé con cuánta dedicación, queridos amigos, trabajáis durante mi estancia. Como os dije en otras circunstancias, aprecio mucho vuestra hospitalidad y vuestro esfuerzo por garantizarme todo tipo de asistencia tanto a mí como a los huéspedes y a los peregrinos que vienen a visitarme, especialmente el domingo para la habitual cita del Ángelus. Os ruego que transmitáis mis sentimientos de gratitud a toda la población de Castelgandolfo.

Me dirijo ahora con el mismo afecto a los responsables y a los que se ocupan de los múltiples servicios de la Gobernación. Queridos hermanos y hermanas, he tenido la oportunidad de apreciar la competencia y la dedicación de cada uno de vosotros, y os estoy agradecido por todo. Que el Señor os asista y haga fructificar vuestro esfuerzo diario.

La gran familia que se forma en torno al Papa en Castelgandolfo os incluye también a vosotros, queridos funcionarios y agentes de las diversas Fuerzas del orden italianas, a quienes agradezco la constante dedicación que mostráis. La celebración litúrgica de hoy de los santos arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel me ofrece, además, la oportunidad de saludaros con particular afecto a vosotros, queridos dirigentes y miembros del Cuerpo de la Gendarmería vaticana, que trabajáis siempre en estrecha colaboración con el Cuerpo de la Guardia Suiza pontificia, al que dirijo mi saludo agradecido. Todos vosotros sois los fieles custodios del Papa.

No puedo olvidar tampoco a los oficiales y a los pilotos del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar. Les doy las gracias por el servicio cualificado que me prestan a mí y a mis colaboradores en los viajes en helicóptero y en avión. Que a cada uno de vosotros, queridos amigos, llegue la expresión de mi sincera gratitud.

La liturgia de hoy, como decía hace unos instantes, nos invita a recordar a los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Cada uno de ellos, como leemos en la Biblia, cumplió una misión peculiar en la historia de la salvación. Queridos hermanos y hermanas, invoquemos con confianza su ayuda, así como la protección de los ángeles custodios, cuya fiesta celebraremos dentro de algunos días, el 2 de octubre. La presencia invisible de estos espíritus bienaventurados nos es de gran ayuda y consuelo: caminan a nuestro lado y nos protegen en toda circunstancia, nos defienden de los peligros y podemos recurrir a ellos en cualquier momento. Muchos santos mantuvieron con los ángeles una relación de verdadera amistad, y son numerosos los episodios que testimonian su ayuda en ocasiones particulares. Como recuerda la carta a los Hebreos, los ángeles son enviados por Dios "a asistir a los que han de heredar la salvación" (Hb 1, 14), y, por tanto, son para nosotros un auxilio valioso durante nuestra peregrinación terrena hacia la patria celestial.

Gracias una vez más a todos también por vuestra presencia en este encuentro; gracias a los que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos. Os encomiendo a la protección materna de María, Reina de los ángeles, y de corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.



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