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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL NUEVO EMBAJADOR DE BRASIL ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 9 de febrero de 2009

 

Excelencia:

Me alegra mucho darle la bienvenida al recibirlo aquí en el Vaticano, en el acto de presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federativa de Brasil ante la Santa Sede.

Esta feliz circunstancia me ofrece la oportunidad de constatar una vez más los sentimientos de cercanía espiritual que el pueblo brasileño alberga hacia el Sucesor de Pedro; al mismo tiempo me brinda la ocasión de renovar la expresión de mi sincero afecto y mi gran estima por su noble nación.

Le agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido. En especial, le agradezco los deferentes pensamientos y el saludo que el presidente de la República, señor Luiz Inácio Lula da Silva, ha querido enviarme. Ruego a su excelencia que tenga la bondad de devolverle de mi parte ese saludo, con mis mejores deseos de felicidad, y que le transmita la seguridad de mis oraciones por su país y por su pueblo.

Aprovecho la ocasión para recordar con aprecio la visita pastoral que la Providencia me permitió realizar a Brasil en 2007, para presidir la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, así como los encuentros celebrados con el más alto mandatario de la nación, tanto en São Paulo, como más recientemente aquí en Roma. Ojalá que estas circunstancias atestigüen, una vez más, los estrechos vínculos de amistad y fructífera colaboración entre su país y la Santa Sede.

Los objetivos de la Iglesia, en su misión de naturaleza religiosa y espiritual, y del Estado, aun siendo distintos, confluyen en un punto de convergencia: el bien de la persona humana y el bien común de la nación. Pero, como afirmó en cierta ocasión mi venerable predecesor el Papa Juan Pablo II, "el entendimiento respetuoso, la mutua preocupación por la independencia y el principio de servir al hombre del mejor modo posible, en una concepción cristiana, constituirán factores de concordia, con los que saldrá beneficiado el mismo pueblo" (Discurso al presidente de Brasil, 14 de octubre de 1991, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 1991, p. 5). Brasil es un país que, en su gran mayoría, conserva la fe cristiana transmitida, desde los orígenes de su pueblo, por la evangelización iniciada hace más de cinco siglos.

Así, me complace considerar la convergencia de principios de la Sede apostólica y de su Gobierno en lo que respecta a las amenazas a la paz en el mundo, cuando se ve afectada por la falta de una visión de respeto al prójimo en su dignidad humana. El reciente conflicto de Oriente Próximo demuestra la necesidad de apoyar todas las iniciativas destinadas a resolver pacíficamente las divergencias surgidas, y hago votos para que su Gobierno prosiga en esta dirección.

Por otro lado, deseo reiterar aquí la esperanza de que, en conformidad con los principios que salvaguardan la dignidad humana, que Brasil siempre ha defendido, continúen fomentándose y difundiéndose los valores humanos fundamentales, sobre todo cuando se trata de reconocer de forma explícita la santidad de la vida familiar y la salvaguarda de los niños por nacer, desde el momento de su concepción hasta su fin natural. Del mismo modo, en lo que respecta a los experimentos biológicos, la Santa Sede sigue promoviendo incansablemente la defensa de una ética que no perjudique, sino que proteja la existencia del embrión y su derecho a nacer.

Veo con satisfacción que la nación brasileña, en un clima de acentuada prosperidad, se está convirtiendo en un factor de estímulo al desarrollo en las regiones limítrofes y en varios países del continente africano. En un clima de solidaridad y entendimiento mutuo, el Gobierno procura apoyar iniciativas destinadas a favorecer la lucha contra la pobreza yel retraso tecnológico, tanto a nivel nacional como internacional.

La política de redistribución de la renta interna ha facilitado un mayor bienestar entre la población; en este sentido, espero que siga estimulándose una mejor distribución de la renta, y se refuerce una mayor justicia social para el bien de la población. Sin embargo, es preciso destacar que, además de la pobreza material, incide de manera relevante la pobreza moral que impregna todo el mundo, incluso donde no faltan los bienes materiales. De hecho, el peligro del consumismo y del hedonismo, juntamente con la falta de principios morales sólidos que guíen la vida de los ciudadanos comunes, vuelve vulnerable la estructura de la sociedad y de la familia brasileña.

Por eso, nunca está de más insistir en la urgencia de una sólida formación moral en todos los niveles, incluyendo el ámbito político, ante las constantes amenazas generadas por las ideologías materialistas aún dominantes y, sobre todo, la tentación de la corrupción en la gestión del dinero público y privado. Con este fin, el cristianismo puede ofrecer una contribución válida —como dije recientemente— porque es "una religión de libertad y de paz, y está al servicio del auténtico bien de la humanidad" (Discurso al Cuerpo diplomático, 8 de enero de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de enero de 2009, p. 7). Con esos valores la Iglesia sigue ofreciendo este servicio de gran valor evangélico para favorecer el establecimiento de la paz y la justicia entre todos los pueblos.

El reciente Acuerdo en el que se define el estatuto jurídico civil de la Iglesia católica en Brasil y se regulan las materias de interés mutuo entre ambas partes son señales significativas de esta colaboración sincera que desea mantener la Iglesia, dentro de su misión propia, con el Gobierno brasileño. En este sentido, albergo la esperanza de que este Acuerdo, como ya señalé, "facilite el libre ejercicio de la misión evangelizadora de la Iglesia y refuerce todavía más su colaboración con las instituciones civiles para el desarrollo integral de la persona" (ib.). La fe y la adhesión a Jesucristo exigen que los fieles católicos, también en Brasil, sean instrumentos de reconciliación y de fraternidad, en la verdad, en la justicia y en el amor. Así, espero que este Documento solemne sea ratificado, a fin de que se facilite la organización eclesiástica de la vida de los católicos y alcance un alto grado de eficiencia.

Señor embajador, antes de concluir este encuentro, le reitero mi petición de que transmita al señor presidente de la República mis mejores votos de felicidad y de paz. Y aseguro a su excelencia que puede contar con la estima, la buena acogida y el apoyo de esta Sede apostólica en el desempeño de su misión, que espero sea feliz y fecunda en frutos y alegrías. Mi pensamiento se dirige, en este momento, a todos los brasileños y a cuantos guían su destino. A todos deseo felicidad, en progreso y armonía crecientes. Estoy seguro de que su excelencia se hará intérprete de estos sentimientos y esperanzas míos ante el más alto mandatario de la nación. Por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro para usted, para su mandato y para sus familiares, así como para todos los amados brasileños, abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n°8, p.9.



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