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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL SÍNODO DE LA IGLESIA APOSTÓLICA SIRO-CATÓLICA DE ANTIOQUÍA

Viernes 23 de enero de 2009

 

Eminencias;
Beatitudes;
queridos hermanos en el Episcopado:

Os acojo con alegría y os doy mi más cordial bienvenida, dando gracias a nuestro Señor Jesucristo al término del Sínodo de la Iglesia de Antioquía de los sirios, que ha elegido a su nuevo patriarca.

Mi saludo fraternal se dirige ante todo al patriarca Ignace Youssif Younan, que acaba de ser elegido, invocando sobre él la abundancia de las bendiciones divinas. Que el Señor conceda a Su Beatitud "la gracia del apostolado", para poder servir a la Iglesia y glorificar su santo Nombre ante el mundo.

Saludo a su eminencia el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, al que confié la presidencia de vuestro Sínodo y a quien doy vivamente las gracias.

Saludo también a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias orientales, y a Su Beatitud Ignace Pierre Abdel Ahad, patriarca emérito, así como a todos vosotros, que habéis venido a Roma para realizar el acto más importante de la responsabilidad sinodal.

Desde los orígenes del cristianismo, los apóstoles san Pedro y san Pablo estuvieron íntimamente vinculados a Antioquía, donde por primera vez los discípulos de Jesús recibieron el nombre de cristianos (cf. Hch 11, 26). No podemos olvidar a vuestros ilustres padres en la fe. En primer lugar san Ignacio, obispo de Antioquía, de quien por tradición los patriarcas siro-antioquenos toman el nombre en el momento de aceptar el oficio patriarcal; y san Efrén, llamado comúnmente "el sirio", cuya luz espiritual sigue iluminando vivamente a la Iglesia universal. Junto con ellos, otros grandes santos, hijos y pastores de vuestra Iglesia, que han ilustrado admirablemente el misterio de la salvación y, en más de una ocasión, con la sublime elocuencia del martirio.

El nuevo patriarca es el primer custodio de esta herencia. Sin embargo, cada uno, como hermano y miembro del Sínodo, debe contribuir a llevar esta carga con un auténtico espíritu de colegialidad episcopal. Pongo en manos del nuevo patriarca y del Episcopado siro-católico ante todo la tarea de la unidad entre los pastores y en el seno de las comunidades eclesiales.

Beatitud, en esta feliz circunstancia, usted ha pedido, conforme a los sagrados cánones, la "comunión eclesiástica", que le he concedido de buen grado, cumpliendo un aspecto del servicio petrino que me es particularmente querido. La comunión con el Obispo de Roma, sucesor del apóstol san Pedro, puesto por el Señor mismo como fundamento visible de unidad en la fe y en la caridad, es la garantía del vínculo de unión con Cristo pastor, e inserta a las Iglesias particulares en el misterio de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

Vuestra Beatitud ha nacido y crecido en Siria, y conoce bien el Oriente Próximo, cuna de la Iglesia siro-católica. Sin embargo, usted ha desempeñado su servicio episcopal en América como primer obispo de la eparquía Nuestra Señora de la Liberación en Newark para los fieles sirios residentes en Estados Unidos y Canadá, asumiendo también el cargo de visitador apostólico en América central. Por tanto, la diáspora oriental ha contribuido a ofrecer a la Iglesia siria su nuevo patriarca. Así, serán aún más estrechos los vínculos con la madre patria, que tantos orientales han debido abandonar para buscar mejores condiciones de vida. Mi deseo es que en Oriente, de donde vino el anuncio del Evangelio, las comunidades cristianas sigan viviendo y testimoniando su fe, como lo han hecho a lo largo de los siglos, y al mismo tiempo espero que se preste una adecuada atención pastoral a todos los que se han establecido en otras partes, para que puedan mantenerse fructíferamente vinculados a sus raíces religiosas.

Pido al Señor que ayude a cada comunidad oriental para que, dondequiera que se encuentre, sepa integrarse en su nuevo contexto social y eclesial, sin perder su identidad propia y llevando la impronta de la espiritualidad oriental, para que, utilizando "las palabras de Oriente y Occidente", la Iglesia hable eficazmente de Cristo al hombre contemporáneo. De esta forma, los cristianos afrontarán los desafíos más urgentes de la humanidad, edificarán la paz y la solidaridad universal, y darán testimonio de la "gran esperanza" de la que son portadores incansables. Le expreso a usted, Beatitud, y a la Iglesia siro-católica, mis mejores deseos y mi felicitación.

Pido al Príncipe de la paz para que lo sostenga a usted como "caput et pastor", así como a sus hermanos y sus hijos, a fin de que sean sembradores de paz ante todo en Tierra Santa, en Irak y en Líbano, donde la Iglesia siria tiene una presencia histórica muy apreciada.

Encomendándoos a la santísima Madre de Dios, imparto de corazón la bendición apostólica al nuevo patriarca y a cada uno de vosotros, así como a las comunidades a las que representáis.



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