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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE LA COMIDA CON LOS PADRES SINODALES


Atrio del aula Pablo VI
Sábado 24 de octubre de 2009

 

Queridos hermanos y hermanas:

Ha llegado el momento de decir gracias. Gracias, ante todo, al Señor que nos ha convocado, nos ha reunido, nos ha ayudado a escuchar su Palabra, la voz del Espíritu Santo, y así ha dado también la posibilidad de encontrar el camino de la unidad en la multiplicidad de experiencias, la unidad de la fe y de la comunión en el Señor. Por eso la expresión "Iglesia-familia de Dios" ya no es sólo un concepto, una idea, sino una experiencia viva de estas semanas: hemos estado realmente reunidos, aquí, como familia de Dios. Hemos hecho también, con la ayuda del Señor, un buen trabajo.

El tema, de por sí, no era un reto fácil; yo diría que encerraba dos peligros. El tema "Reconciliación, justicia y paz" implica ciertamente una fuerte dimensión política, aunque es evidente que la reconciliación, la justicia y la paz no son posibles sin una profunda purificación del corazón, sin una renovación del pensamiento, sin una metanoia, sin una novedad que debe brotar precisamente del encuentro con Dios. Pero aunque esta dimensión espiritual es profunda y fundamental, también la dimensión política es muy real, porque sin resultados políticos estas novedades del Espíritu normalmente no se realizan. Por eso podía existir la tentación de politizar el tema, de hablar menos como pastores y más como políticos, con una competencia que no es la nuestra.

El otro peligro ha sido —precisamente para huir de esa tentación— el de retirarse a un mundo puramente espiritual, a un mundo abstracto y hermoso, pero no realista. El discurso de un pastor, en cambio, debe ser realista, debe tocar la realidad, pero en la perspectiva de Dios y de su Palabra. Por consiguiente, esta meditación conlleva, por una parte, estar realmente vinculados a la realidad, atentos a hablar de lo que hay; y, por otra parte, a no caer en soluciones técnicamente políticas; esto significa indicar una palabra concreta, pero espiritual. Este era el gran problema del Sínodo y me parece que, gracias a Dios, hemos conseguido resolverlo. Para mí esto es también motivo de gratitud porque facilita mucho la elaboración del documento post-sinodal.

Quisiera ahora volver a los agradecimientos. Doy las gracias sobre todo a los presidentes delegados, que han moderado, con gran "soberanía" y también con alegría, las sesiones del Sínodo. Doy las gracias a los relatores: hemos visto también ahora y —por decirlo así— hemos palpado que han llevado el mayor peso del trabajo, han trabajado de noche e incluso los domingos, han trabajado durante la comida y ahora merecen realmente un gran aplauso de todos nosotros.

Puedo comunicar aquí que he decidido nombrar al cardenal Turkson nuevo presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, sucesor del cardenal Martino. Gracias, eminencia, por haber aceptado; nos alegramos de tenerlo dentro de poco entre nosotros. También doy las gracias a todos los padres, a los delegados fraternos, a los auditores, a los expertos y sobre todo a los traductores porque han contribuido también a "crear Pentecostés": Pentecostés quiere decir comprenderse mutuamente y sin traductor faltaría este puente de comprensión. ¡Gracias! Y gracias, sobre todo, también al secretario general, a su equipo, que nos ha guiado y silenciosamente lo ha organizado muy bien todo.

El Sínodo acaba y no acaba, no sólo porque los trabajos siguen con la exhortación postsinodal: Synodos quiere decir camino común. Permanecemos en el camino común con el Señor, vamos delante del Señor para preparar sus caminos, para ayudarle, para abrirle las puertas del mundo a fin de que pueda crear su Reino entre nosotros. En este sentido os imparto mi bendición a todos vosotros. Recemos ahora la oración de acción de gracias por la comida.



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