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VISITA PASTORAL A TURÍN

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza «San Carlo»
Domingo 2 de mayo de 2010

 

Queridos jóvenes de Turín;
queridos jóvenes que venís de Piamonte y de las regiones cercanas:

Me alegra verdaderamente estar con vosotros, en esta visita mía a Turín para venerar la Sábana Santa. Os saludo a todos con gran afecto y os agradezco la acogida y el entusiasmo de vuestra fe. A través de vosotros saludo a toda la juventud de Turín y de las diócesis de Piamonte, con una oración especial por los jóvenes que viven situaciones de sufrimiento, de dificultad y de extravío. Un pensamiento particular y un fuerte aliento dirijo a cuantos entre vosotros están recorriendo el camino hacia el sacerdocio, la vida consagrada, o también hacia opciones generosas de servicio a los últimos. Agradezco a vuestro pastor, el cardenal Severino Poletto, las cordiales palabras que me ha dirigido y doy las gracias a vuestros representantes, que me han manifestado los propósitos, los problemas y las expectativas de la juventud de esta ciudad y de esta región.

Hace veinticinco años, con ocasión del Año internacional de la juventud, el venerable y amado Juan Pablo II dirigió una Carta apostólica a los jóvenes y a las jóvenes del mundo, centrada en el encuentro de Jesús con el joven rico del que nos habla el Evangelio (Carta a los jóvenes, 31 de marzo de 1985). Partiendo precisamente de esta página (cf. Mc 10, 17-22; Mt 19, 16-22), que ha sido también objeto de reflexión en mi Mensaje de este año para la Jornada mundial de la juventud, quiero ofreceros algunos pensamientos que espero os ayuden en vuestro crecimiento espiritual y en vuestra misión dentro de la Iglesia y en el mundo.

El joven del Evangelio, como sabemos, pregunta a Jesús: «¿Qué tengo que hacer para tener la vida eterna?». Hoy no es fácil hablar de vida eterna y de realidades eternas, porque la mentalidad de nuestro tiempo nos dice que no existe nada definitivo: todo cambia e incluso muy rápidamente. «Cambiar» se ha convertido, en muchos casos, en la contraseña, en el ejercicio más exaltante de la libertad, y de esta forma también vosotros, los jóvenes, tendéis muchas veces a pensar que es imposible realizar elecciones definitivas, que comprometan toda la vida. Pero ¿es esta la forma correcta de usar la libertad? ¿Es realmente cierto que para ser felices debemos contentarnos con pequeñas y fugaces alegrías momentáneas, las cuales, una vez terminadas, dejan amargura en el corazón? Queridos jóvenes, esta no es la verdadera libertad; la felicidad no se alcanza así. Cada uno de nosotros no ha sido creado para realizar elecciones provisionales y revocables, sino elecciones definitivas e irrevocables, que dan sentido pleno a la existencia. Lo vemos en nuestra vida: quisiéramos que toda experiencia bella, que nos llena de felicidad, no terminara nunca. Dios nos ha creado con vistas al «para siempre»; ha puesto en el corazón de cada uno de nosotros la semilla de una vida que realice algo bello y grande. Tened a valentía de hacer elecciones definitivas y de vivirlas con fidelidad. El Señor podrá llamaros al matrimonio, al sacerdocio, a la vida consagrada, a una entrega particular de vosotros mismos: respondedle con generosidad.

En el diálogo con el joven que poseía muchas riquezas, Jesús indica cuál es la riqueza más importante y más grande de la vida: el amor. Amar a Dios y amar a los demás con todo su ser. La palabra amor, como sabemos, se presta a varias interpretaciones y tiene distintos significados: nosotros necesitamos un Maestro, Cristo, que nos indique su sentido más auténtico y más profundo, que nos guíe a la fuente del amor y de la vida. Amor es el nombre propio de Dios. El apóstol san Juan nos lo recuerda: «Dios es amor», y añade que «no hemos sido nosotros quienes hemos amado a Dios, sino que él es quien nos amó y nos envió a su Hijo». Y «si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4, 8.10.11). En el encuentro con Cristo y en el amor mutuo experimentamos en nosotros la vida misma de Dios, que permanece en nosotros con su amor perfecto, total, eterno (cf. 1 Jn 4, 12). Así pues, no hay nada más grande para el hombre, ser mortal y limitado, que participar en la vida de amor de Dios. Hoy vivimos en un contexto cultural que no favorece relaciones humanas profundas y desinteresadas, sino, al contrario, induce a menudo a cerrarse en sí mismos, al individualismo, a dejar que prevalezca el egoísmo que hay en el hombre. Pero el corazón de un joven por naturaleza es sensible al amor verdadero. Por ello me dirijo con gran confianza a cada uno de vosotros y os digo: no es fácil hacer de vuestra vida algo bello y grande; es arduo, pero con Cristo todo es posible.

En la mirada de Jesús que —como dice el Evangelio— contempla al joven con amor, percibimos todo el deseo de Dios de estar con nosotros, de estar cerca de nosotros; Dios desea nuestro sí, nuestro amor. Sí, queridos jóvenes, Jesús quiere ser vuestro amigo, vuestro hermano en la vida, el maestro que os indica el camino a recorrer para alcanzar la felicidad. Él os ama por lo que sois, con vuestra fragilidad y debilidad, para que, tocados por su amor, podáis ser transformados. Vivid este encuentro con el amor de Cristo en una fuerte relación personal con él; vividlo en la Iglesia, ante todo en los sacramentos. Vividlo en la Eucaristía, en la que se hace presente su sacrificio: él realmente entrega su Cuerpo y su Sangre por nosotros, para redimir los pecados de la humanidad, para que lleguemos a ser uno con él, para que aprendamos también nosotros la lógica del entregarse. Vividlo en la Confesión, donde, ofreciéndonos su perdón, Jesús nos acoge con todas nuestras limitaciones para darnos un corazón nuevo, capaz de amar como él. Aprended a tener familiaridad con la Palabra de Dios, a meditarla, especialmente en la lectio divina, la lectura espiritual de la Biblia. Por último, sabed encontrar el amor de Cristo en el testimonio de caridad de la Iglesia. Turín os ofrece, en su historia, espléndidos ejemplos: seguidlos, viviendo concretamente la gratuidad del servicio. En la comunidad eclesial todo debe estar dirigido a hacer que los hombres palpen la infinita caridad de Dios.

Queridos amigos, el amor de Cristo al joven del Evangelio es el mismo que tiene a cada uno de nosotros. No es un amor confinado en el pasado, no es un espejismo, no está reservado a pocos. Encontraréis este amor y experimentaréis toda su fecundidad si buscáis con sinceridad y vivís con empeño vuestra participación en la vida de la comunidad cristiana. Que cada uno se sienta «parte viva» de la Iglesia, implicado en la tarea de la evangelización, sin miedo, con un espíritu de sincera armonía con los hermanos en la fe y en comunión con los pastores, saliendo de una tendencia individualista también al vivir la fe, para respirar a pleno pulmón la belleza de formar parte del gran mosaico de la Iglesia de Cristo.

Esta tarde no puedo menos de señalaros como modelo a un joven de vuestra ciudad, el beato Pier Giorgio Frassati, de cuya beatificación este año se cumple el vigésimo aniversario. Su existencia se vio envuelta totalmente por la gracia y por el amor de Dios, y se consumió, con serenidad y alegría, en el servicio apasionado a Cristo y a los hermanos. Joven como vosotros, vivió con gran empeño su formación cristiana y dio su testimonio de fe, sencillo y eficaz. Un muchacho fascinado por la belleza del Evangelio de las Bienaventuranzas, que experimentó toda la alegría de ser amigo de Cristo, de seguirlo, de sentirse de modo vivo parte de la Iglesia. Queridos jóvenes, tened el valor de elegir lo que es esencial en la vida. «Vivir y no ir tirando», repetía el beato Pier Giorgio Frassati. Como él, descubrid que vale la pena comprometerse por Dios y con Dios, responder a su llamada en las opciones fundamentales y en las cotidianas, incluso cuando cuesta.

El itinerario espiritual del beato Pier Giorgio Frassati recuerda que el camino de los discípulos de Cristo requiere el valor de salir de sí mismos, para seguir la senda del Evangelio. Este camino exigente del espíritu lo vivís en las parroquias y en las demás realidades eclesiales; lo vivís también en la peregrinación de las Jornadas mundiales de la juventud, cita siempre esperada. Sé que os estáis preparando para el próximo gran encuentro, que tendrá lugar en Madrid en agosto de 2011. Deseo de corazón que este extraordinario acontecimiento, en el que espero que participéis en gran número, contribuya a hacer crecer en cada uno el entusiasmo y la fidelidad al seguir a Cristo y al acoger con alegría su mensaje, fuente de vida nueva.

Jóvenes de Turín y de Piamonte, sed testigos de Cristo en nuestro tiempo. Que la Sábana Santa sea de un modo muy particular para vosotros una invitación a imprimir en vuestro espíritu el rostro del amor de Dios, para que vosotros mismos seáis, en vuestros ambientes, con vuestros coetáneos, una expresión creíble del rostro de Cristo. Que María, a la que veneráis en vuestros santuarios marianos, y san Juan Bosco, patrono de la juventud, os ayuden a seguir a Cristo sin cansaros nunca. Y que os acompañen siempre mi oración y mi bendición, que os imparto con gran afecto. Gracias por vuestra atención.



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