PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 1 de febrero de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de este domingo (cf. Mc 1, 21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaún, la ciudad donde vivía Pedro y que en esa época era la más grande de Galilea. Y Jesús entró en esa ciudad.
El evangelista san Marcos relata que Jesús, al ser sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y comenzó a enseñar (cf. v. 21). Esto hace pensar en el primado de la Palabra de Dios, Palabra que se debe escuchar, Palabra que se debe acoger, Palabra que se debe anunciar. Al llegar a Cafarnaún, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa en primer lugar en la ubicación logística, ciertamente necesaria, de su pequeña comunidad, no se demora con la organización. Su preocupación principal es comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga queda admirada, porque Jesús «les enseñaba con autoridad y no como los escribas» (v. 22).
¿Qué significa «con autoridad»? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se percibía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se percibía la autoridad misma de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros, a menudo, pronunciamos palabras vacías, sin raíz o palabras superfluas, palabras que no corresponden con la verdad. En cambio, la Palabra de Dios corresponde a la verdad, está unida a su voluntad y realiza lo que dice. En efecto, Jesús, tras predicar, muestra inmediatamente su autoridad liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio (cf. Mc 1, 23-26). Precisamente la autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de Satanás, oculto en ese hombre; Jesús, a su vez, reconoció inmediatamente la voz del maligno y le «ordenó severamente: “Cállate y sal de él”» (v. 25). Con la sola fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno. Y una vez más los presentes quedan asombrados: «Incluso manda a los espíritus inmundos y le obedecen» (v. 27). La Palabra de Dios crea asombro en nosotros. Tiene el poder de asombrarnos.
El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a quienes son esclavos de muchos espíritus malignos de este mundo: el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad... El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. El Evangelio es capaz de cambiar a las personas. Por lo tanto, es tarea de los cristianos difundir por doquier la fuerza redentora, convirtiéndose en misioneros y heraldos de la Palabra de Dios. Nos lo sugiere también el pasaje de hoy que concluye con una apertura misionera y dice así: «Su fama —la fama de Jesús— se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea» (v. 28). La nueva doctrina enseñada con autoridad por Jesús es la que la Iglesia lleva al mundo, juntamente con los signos eficaces de su presencia: la enseñanza autorizada y la acción liberadora del Hijo de Dios se convierten en palabras de salvación y gestos de amor de la Iglesia misionera. Recordad siempre que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida. No os olvidéis de esto. Se trata de la Buena Noticia, que nos transforma sólo cuando nos dejamos transformar por ella. Por eso os pido siempre tener un contacto cotidiano con el Evangelio, leerlo cada día, un trozo, un pasaje, meditarlo y también llevarlo con vosotros adondequiera que vayáis: en el bolsillo, en la cartera... Es decir, nutrirse cada día en esta fuente inagotable de salvación. ¡No os olvidéis! Leed un pasaje del Evangelio cada día. Es la fuerza que nos cambia, que nos transforma: cambia la vida, cambia el corazón.
Invoquemos la maternal intercesión de la Virgen María, quien acogió la Palabra y la engendró para el mundo, para todos los hombres. Que ella nos enseñe a ser oyentes asiduos y anunciadores autorizados del Evangelio de Jesús.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Quiero anunciar que el sábado 6 de junio, si Dios quiere, iré a Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina. Os pido desde ahora que recéis para que mi visita a esas queridas poblaciones sea un aliento para los fieles católicos, suscite semillas de bien y contribuya a la consolidación de la fraternidad, la paz, el diálogo interreligioso y la amistad.
Saludo a los presentes reunidos para participar en el IV Congreso mundial organizado por «Scholas Occurrentes», que tendrá lugar en el Vaticano del 2 al 5 de febrero sobre el tema: «Responsabilidad de todos en la educación para una cultura del encuentro». Saludo a las familias, las parroquias, las asociaciones y a todos los que vienen de Italia y de muchas partes del mundo. En especial, a los peregrinos de Líbano y Egipto, a los estudiantes de Zafra y de Badajoz (España); a los fieles de Sassari, Salerno, Verona, Módena, Scano Montiferro y Taranto.
Hoy se celebra en Italia la Jornada por la vida, que tiene como tema «Solidarios por la vida». Dirijo mi aprecio a las asociaciones, a los movimientos y a todos los que defienden la vida humana. Me uno a los obispos italianos al pedir «un renovado reconocimiento de la persona humana y una atención más adecuada a la vida, desde la concepción hasta su término natural» (Mensaje para la 37ª Jornada nacional por la vida). Cuando hay apertura a la vida y se sirve a la vida, se experimenta la fuerza revolucionaria del amor y de la ternura (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288), inaugurando un nuevo humanismo: el humanismo de la solidaridad, el humanismo de la vida.
Saludo al cardenal vicario, a los profesores universitarios de Roma y a quienes están comprometidos en promover la cultura de la vida.
A todos deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana