Index   Back Top Print

[ EN  - ES  - IT  - PT ]

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA GENERAL EXTRAORDINARIA
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA
[ASÍS, 10-13 DE NOVIEMBRE DE 2014]

[Multimedia]


 

Queridos hermanos en el episcopado:

Con estas líneas quiero expresar mi cercanía a cada uno de vosotros y a las Iglesias en medio de las cuales el Espíritu de Dios os ha puesto como pastores. Que este mismo Espíritu anime con su sabiduría creativa la Asamblea general que estáis iniciando, dedicada especialmente a la vida y a la formación permanente de los presbíteros.

Al respecto, vuestro encuentro en Asís hace pensar inmediatamente en el gran amor y la veneración que san Francisco sentía por la santa Madre Iglesia jerárquica, y en especial por los sacerdotes, incluidos los que él reconocía como «pauperculos huius saeculi» (del Testamento).

Entre las principales responsabilidades que el ministerio episcopal os confía está la de confirmar, sostener y consolidar a estos vuestros primeros colaboradores, a través de quienes la maternidad de la Iglesia llega a todo el pueblo de Dios. ¡Cuántos de ellos hemos conocido! ¡Cuántos con su testimonio han ayudado a atraernos a una vida de consagración! ¡De cuántos de ellos hemos aprendido y hemos sido formados! En la memoria agradecida cada uno de nosotros conserva de ellos los nombres y los rostros. Los hemos visto entregar su vida entre la gente de nuestras parroquias, educar a los jóvenes, acompañar a las familias, visitar a los enfermos en su casa y en el hospital, hacerse cargo de los pobres, con la conciencia de que «separarse para no mancharse con los demás es la suciedad más grande» (L. Tolstoj). Libres de las cosas y de sí mismos, recuerdan a todos que abajarse sin guardar nada para sí mismo es la senda hacia esa sublimidad que el Evangelio llama caridad; y que la alegría más auténtica se goza en la fraternidad vivida.

Los sacerdotes santos son pecadores perdonados e instrumentos de perdón. Su vida habla la lengua de la paciencia y de la perseverancia; no se quedaron como turistas del espíritu, eternamente indecisos e insatisfechos, porque saben que están en las manos de Uno que no deja de cumplir sus promesas y cuya Providencia hace que nada pueda jamás separarlos de esa pertenencia. Esta conciencia crece con la caridad pastoral con la que rodean de atenciones y de ternura a las personas que se les confían, hasta llegar a conocerlas una por una.

Sí, aún es tiempo de presbíteros de esta magnitud, «puentes» para el encuentro entre Dios y el mundo, centinelas capaces de dejar intuir una riqueza de otro modo perdida.

Sacerdotes así no se improvisan: los forja el precioso trabajo formativo del seminario, y la ordenación los consagra para siempre hombres de Dios y servidores de su pueblo. Pero puede suceder que el tiempo entibie la generosa entrega de los comienzos, y entonces es en vano coser parches nuevos en un vestido viejo: la identidad del presbítero, precisamente porque viene de lo alto, le exige un camino diario de apropriación siempre nuevo, a partir de aquello que lo ha convertido en un ministro de Jesucristo.

La formación de la que hablamos es una experiencia de discipulado permanente, que acerca a Cristo y permite identificarse cada vez más a Él. Por ello la formación no tiene un final, porque los sacerdotes nunca dejan de ser discípulos de Jesús, de seguirlo. Así, pues, la formación en cuanto discipulado acompaña toda la vida del ministro ordenado y se refiere integralmente a su persona y a su ministerio. La formación inicial y la permanente son dos momentos de una sola realidad: el camino del discípulo presbítero, enamorado de su Señor y constantemente en su seguimiento (cf. Discurso a la plenaria de la Congregación para el clero, 3 de octubre de 2014).

Por lo demás, hermanos, vosotros sabéis que no sirven sacerdotes clericales cuyo comportamiento expone a alejar a la gente del Señor, ni presbíteros funcionarios que, mientras desempeñan una función, buscan lejos de Él el propio consuelo. Sólo quien tiene fija la mirada en lo que es de verdad esencial puede renovar el propio sí al don recibido y, en las diversas etapas de la vida, no deja de entregarse; sólo quien se deja conformar al buen Pastor encuentra unidad, paz y fuerza en la obediencia del servicio; sólo quien vive en el horizonte de la fraternidad presbiteral sale de la falsedad de una conciencia que se afirma epicentro de todo, única medida del propio sentir y de las propias acciones.

Os deseo jornadas de escucha y de confrontación, que lleven a trazar itinerarios de formación permanente, capaces de conjugar la dimensión espiritual con la cultural, la dimensión comunitaria con la pastoral: son estos los pilares de vidas formadas según el Evangelio, custodiadas en la disciplina cotidiana, en la oración, en la guarda de los sentidos, en la atención a sí mismo, en el testimonio humilde y profético; vidas que devuelven a la Iglesia la confianza que ella puso antes en ellos.

Os acompaño con mi oración y mi bendición, que extiendo, por intercesión de la Virgen Madre, a todos los sacerdotes de la Iglesia en Italia y a quienes trabajan al servicio de su formación; y os agradezco vuestras oraciones por mí y por mi ministerio.

Vaticano, 8 de noviembre de 2014

Francisco

 


Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana