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CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS LIBANESES CON OCASIÓN DE LA NAVIDAD

 

A Su Beatitud
el cardenal Béchara Boutros Raï, 
Patriarca de Antioquía de los maronitas,
Presidente de la Asamblea de Patriarcas y Obispos Católicos del Líbano

A Su Beatitud y, a través de usted, a todos los libaneses, sin distinción de comunidad o afiliación religiosa, me gustaría dirigir unas palabras de consuelo y aliento con motivo de la celebración de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, Príncipe de la Paz.  

 

Queridos hijos e hijas del Líbano:

Grande es mi dolor al ver el sufrimiento y la angustia que sofoca la ingeniosidad y la vivacidad innatas del País de los Cedros. Más aún, es doloroso el verse arrebatar todas las más sentidas esperanzas de vivir en paz y de seguir siendo para la historia y para el mundo un mensaje de libertad y un testimonio de buena convivencia; y yo, que de todo corazón participo, tanto en todas vuestras alegrías, como en todas vuestras penas, siento en lo más profundo de mi alma la gravedad de vuestras pérdidas, sobre todo cuando pienso en los tantos jóvenes a quienes se les despoja de toda esperanza de un porvenir mejor.

Pero en este día de Navidad “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9, 1), la luz que mitiga los temores e infunde en cada uno la esperanza de la certeza de que la Providencia nunca abandonará el Líbano y sabrá cómo reconducir hacia el bien incluso este luto.

El Líbano es mencionado muchas veces en la Sagrada Escritura, pero la imagen que nos da el salmista destaca por encima de todas: “El justo florecerá como la palmera, crecerá como el cedro del Líbano” (Salmo 91,13).

La majestuosidad del cedro en la Biblia es símbolo de firmeza, estabilidad y protección. El cedro es símbolo del hombre justo que, arraigado en el Señor, transmite belleza y bienestar e incluso en su vejez se eleva y produce frutos abundantes. En estos días Emmanuel, el Dios con nosotros, se hace prójimo nuestro, camina a nuestro lado. Tened confianza en su presencia, en su fidelidad. Como el cedro, id a lo más profundo de vuestras raíces de convivencia para volver a ser un pueblo solidario; como el cedro, que resiste a todas las tempestades, aprovechad la contingencia del momento presente para redescubrir vuestra identidad, la de llevar al mundo entero el perfume del respeto, la convivencia y el pluralismo, la de un pueblo que no abandona ni sus hogares ni su herencia; la identidad de un pueblo que no desbarata el sueño de los que han creído en el porvenir de un país bello y próspero.

En esta perspectiva hago un llamamiento a los dirigentes políticos y religiosos, tomando prestado un pasaje de una carta pastoral del Patriarca Elias Hoyek: “Vosotros, jefes del país, jueces de la tierra, diputados del pueblo que vivís por cuenta del pueblo, (...) estáis obligados, en vuestra capacidad oficial y de acuerdo con vuestras responsabilidades, a buscar el interés público. Vuestro tiempo no está dedicado a vuestros intereses, y vuestro trabajo no es para vosotros, sino para el Estado y la nación que representáis”. 

Por último, mi afecto al querido pueblo libanés, al que pienso visitar lo antes posible, junto con la constante solicitud que ha animado la acción de mis predecesores y de la Sede Apostólica, me empuja a dirigirme una vez más a la comunidad internacional. Ayudemos al Líbano a mantenerse al margen de los conflictos y las tensiones regionales. Ayudémoslo a salir de su grave crisis y a recuperarse. 

Amados hijos e hijas, en la oscuridad de la noche levantad la mirada, que la estrella de Belén os sirva de guía y aliento para entrar en la lógica de Dios, para no errar el camino y no perder la esperanza.

Desde el Vaticano, 24 de diciembre de 2020

 

Francisco

 


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 24 de diciembre de 2020.



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