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CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
  CON MOTIVO DEL 30° ANIVERSARIO DE LOS ATAQUES
A LA BASÍLICA PAPAL DE SAN JUAN DE LETRÁN
Y A LA IGLESIA DE SAN JORGE EN VELABRO

 

Con ocasión del 30º aniversario de los atentados a la Catedral del Obispo de Roma y a la iglesia de San Jorge en Velabro, deseo unirme espiritualmente a tal significativo momento de oración organizado por la diócesis junto a las autoridades capitolinas y a la asociación Libera. 

El vil gesto que en la noche entre el 27 y el 28 de julio de 1993 conmocionó a la Ciudad Eterna, turbó profundamente el ánimo de los creyentes de todo el orbe católico y en particular a los fieles romanos; en esos años oscuros de la historia social de la querida nación italiana, marcados por actos de violencia contra instituciones y servidores del Estado, la población experimentó un sentimiento de impotencia frente a tanta insensata opresión perpetrada en detrimento del país y particularmente de los menos favorecidos, en contextos probados por tantas pobrezas humanas y materiales.

Hoy más que nunca es deber de todos recordar con gratitud a aquellos que, en el cumplimiento de su deber, a veces poniendo en riesgo su vida, se entregaron por la tutela de la comunidad. El sacrificio de quien ha creído y defendido los valores fundacionales de una democracia, los de la justicia y de la libertad, se convirtió en un fuerte reclamo de conciencia para que todos se sientan corresponsables en la construcción de una nueva civilización del amor. 

Vuelve con fuerza el recuerdo de las palabras proféticas pronunciadas por san Juan Pablo II en la histórica visita pastoral a Agrigento, pocos meses antes de los tristes eventos que recordamos: «Que haya concordia, esta concordia y esta paz a la que aspira todo pueblo... Aquí hace falta una civilización de la vida» (S. Juan Pablo II, Al finalizar la Concelebración Eucarística en el Valle de los Templos, 9 de mayo 1993). Por tanto, exhorto a contrarrestar con decisión las numerosas formas de ilegalidad y de abuso que lamentablemente aún aquejan a la sociedad contemporánea. Está en juego el bien común y de forma especial el destino de las categorías más frágiles, los últimos, los que sufren injusticias de todo tipo.

Me dirijo a vosotros jóvenes, esperanza de un futuro hermoso: es necesario que tengáis la valentía de osar sin temor, en cuanto que las mafias – recordémoslo – echan raíces cuando el miedo se apodera de la mente y del corazón. 

Vosotros que, como centinelas en la noche, participaréis en la procesión con antorchas conmemorativa de esos trágicos eventos, estáis llamados a ser un activo apoyo al cambio de mentalidad, una espiral de luz en medio de las tinieblas, un testimonio de libertad, justicia y rectitud. Deseo también que los que ejercen responsabilidades civiles, así como los numerosos componentes eclesiales de nuestra ciudad trabajen activamente por la promoción de una nueva humanidad. 

No dudéis en poneros junto a la gente con ternura y compasión, sobre todo de quien vive en las periferias – pienso en vuestros coetáneos – acogiendo la enseñanza que nos dejó el Maestro: «En verdad os digo: todo lo que habéis hecho a un solo de estos mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho a mí» (cfr Mt 25,31-46).

Rezo al Señor para que os acompañe en la oscuridad de la noche, con las antorchas en mano, símbolo de vuestra fe, haciéndoos luz para nuestra amada diócesis. 

Mientras que encomiendo a cada uno de vosotros a la protección materna de la Salus Populi Romani  y de los Santos Patrones Pedro y Pablo, envío mi Bendición, pidiéndoos, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. 

Fraternalmente 

Francisco



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