MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS
¡Queridos hermanos y hermanas!
En este año tan especial, os habéis reunido en Lyon, la ciudad donde se originaron las Obras Misionales Pontificias y donde se celebrará la beatificación de Pauline Jaricot, fundadora de la Obra de la Propagación de la Fe. De tal Obra es el bicentenario, así como el centenario de su elevación, junto con la Obra de la Santa Infancia y la Obra de San Pedro Apóstol, al rango de “Pontificia”. A ellas se unió más tarde, reconocida siempre por Pío XII, la Pontificia Unión Misional, que celebra el 150 aniversario del nacimiento de su fundador, el beato Paolo Manna.
Estos aniversarios se suman a la celebración de los 400 años de la Congregación de Propaganda Fide, a la que las Obras Misionales están estrechamente vinculadas y con la cual colaboran en apoyar a las Iglesias en los territorios confiados al Dicasterio. Este se creó para apoyar y coordinar la difusión del Evangelio en tierras hasta entonces desconocidas. Pero el impulso evangelizador nunca se ha desvanecido en la Iglesia y permanece siempre su dinamismo fundamental. Por eso he querido que también en la renovada Curia romana el Dicasterio de la Evangelización asuma un papel especial para favorecer la conversión misionera de la Iglesia (Praedicate Evangelium , 2-3), que no es proselitismo, sino testimonio: salir de sí mismo para anunciar con la vida el amor gratuito y salvífico de Dios por nosotros, llamados todos a ser hermanos y hermanas.
Os habéis reunido en Lyon porque fue allí, hace 200 años, donde una joven de 23 años, Pauline Marie Jaricot, tuvo el valor de fundar una Obra para apoyar la actividad misionera de la Iglesia; unos años más tarde comenzó el “Rosario Viviente”, una organización dedicada a la oración y al reparto de ofrendas. De familia acomodada, murió en la pobreza: con su beatificación, la Iglesia atestigua que supo acumular tesoros en el cielo (cfr. Mt 6,19), tesoros que nacen de la valentía del dar y revelan el secreto de la vida: sólo donándola se posee, sólo perdiéndola se encuentra (cfr. Mc 8,35).
A Pauline Jaricot le gustaba decir que la Iglesia es misionera por naturaleza (cfr. Ad gentes, 2) y que, por tanto, todo bautizado tiene una misión; es más, es una misión. Ayudar a vivir esta conciencia es el principal servicio de las Obras Misionales Pontificias, un servicio que realizan con el Papa y en nombre del Papa. Este vínculo de la OMP con el ministerio petrino establecido hace cien años, se traduce en un servicio concreto a los obispos, a las Iglesias particulares, a todo el Pueblo de Dios. Al mismo tiempo, os corresponde, según el Concilio (cfr. Ad gentes, 38), ayudar a los obispos a abrir cada Iglesia particular a los horizontes de la Iglesia universal.
Los jubileos que estáis celebrando y la beatificación de Paulina Jaricot me ofrecen la ocasión de volver a proponeros tres aspectos que, gracias a la acción del Espíritu Santo, han contribuido tanto a la difusión del Evangelio en la historia de las OMP.
En primer lugar la conversión misionera: la bondad de la misión depende de la salida de uno mismo, del deseo de no centrar la vida en uno mismo, sino en Jesús, en Jesús que vino a servir y no a ser servido (cfr. Mc 10,45). En este sentido Pauline Jaricot vio su existencia como una respuesta a la compasiva y tierna misericordia de Dios: desde su juventud buscó la identificación con su Señor, incluso a través de los sufrimientos que padeció, para encender la llama de su amor en cada hombre. Ahí está la fuente de la misión, en el ardor de una fe que no se conforma y que, a través de la conversión, se convierte en imitación día a día, para canalizar la misericordia de Dios por los caminos del mundo.
Pero esto solo es posible —segundo aspecto— a través de la oración, que es la primera forma de misión (cfr. Mensaje a las Obras Misionales Pontificias, 20 de mayo de 2020). No es casualidad que Pauline haya colocado la Obra de la Propagación de la Fe junto al Rosario Viviente, como para reiterar que la misión comienza con la oración y no puede realizarse sin ella (cfr. Hch 13,1-3). Sí, porque es el Espíritu del Señor el que precede y permite todas nuestras buenas obras: la primacía es siempre de su gracia. De lo contrario, la misión se convertiría en una carrera en vano.
Por último, concreción de la caridad: junto con la red de oración Pauline inició una colecta de ofrendas a gran escala de forma creativa, acompañándola de información sobre la vida y las actividades de los misioneros. Las donaciones de tantas personas sencillas fueron providenciales para la historia de las misiones.
Queridos hermanos y hermanas que formáis parte de la Asamblea General de las OMP, deseo que caminéis por el surco trazado por esta gran mujer misionera, dejándoos inspirar por su fe concreta, su valor audaz, su creatividad generosa. Por intercesión de la Virgen María, Estrella de la Evangelización, invoco sobre cada uno de vosotros la bendición del Señor y os pido, por favor, que recéis por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 12 de mayo del 2022
Francisco
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