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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN ELPROYECTO URSULINO DEL PACTO EDUCATIVO GLOBAL

¡Queridos jóvenes estudiantes!

Estoy contento de dirigirme a vosotros: os saludo, os deseo un buen encuentro y quisiera animaros a llevar adelante con entusiasmo vuestros proyectos. Con gusto hablo siempre con los jóvenes estudiantes, porque entre los periodos más bellos e importantes de mi vida conservo sin duda las experiencias escolares, tanto de estudiante  como de profesor. ¡Pero no son recuerdos nostálgicos! En realidad, a lo largo de todo el recorrido de la vida podemos seguir aprendiendo y compartiendo lo que hemos asimilado.

He conocido las iniciativas que habéis realizado y las que tenéis en proyecto, sobre la defensa del ambiente, la sostenibilidad, la fraternidad humana y la atención hacia los más pobres y vulnerables. Esto os honra mucho. Quiere decir que no sois gente “dormida”, sino jóvenes despiertos. Y sé también que estáis participando activamente en el Pacto Educativo Global, que lancé hace tres años, como alianza abierta a todos con el fin de educar y educarnos en la fraternidad universal.

Ciertamente no quiero daros aquí una clase, sino solo deciros dos cosas que considero muy importantes: una que se refiere al ser y la otra al hacer. Y lo haré haciendo referencia a una figura muy conocida para vosotros, la de la estupenda chica llamada Úrsula. Según los biógrafos, era una joven de belleza excepcional, admirada por príncipes y caballeros, y que inspiró a muchos jóvenes, entre los cuales Angela Merici, que en su nombre realizó la obra educativa de ella y de sus compañeras, llamadas, precisamente, “ursulinas”.

Lo primero que quiero deciros, queridos jóvenes, es esto: ¡haced que emerja vuestra belleza! No esa según el mundo, sino la de verdad. En un mundo sofocado por tantas cosas feas, podéis llevar esa belleza que nos pertenece desde siempre, desde el primer momento de la creación, cuando Dios hizo al hombre a su imagen y vio que era muy bello. Esta belleza debe ser difundida y defendida. Porque si es verdad, como decía el Myškin en El Idiota  de Dostoyevski, que la belleza salvará al mundo, es necesario vigilar para que el mundo salve la belleza. Para este fin, os invito a estrechar un “pacto global de la belleza” con todos los jóvenes del mundo, porque no hay educación sin belleza. «No se puede educar sin inducir a la belleza, sin inducir del corazón la belleza. Forzando un poco el discurso, me atrevería a decir, que una educación no es exitosa si no sabe crear poetas. El camino de la belleza es un desafío que se debe abordar» (Discurso a los participantes del congreso sobre el tema "Education: the global compact", 7 de febrero de 2020).

La belleza de la que hablamos no es la que se mira a sí misma, como Narciso que, enamorándose de la propia imagen, terminó ahogándose en el lago donde se reflejaba. Y tampoco la belleza que hace acuerdos con el mal, como Dorian Gray que, cuando terminó el hechizo, se encontró con el rostro desfigurado. Hablamos de esa belleza que no se desvanece nunca porque es reflejo de la belleza divina: nuestro Dios, en efecto, es inseparablemente bueno, verdadero y bello. Y la belleza es uno de los caminos privilegiados para llegar a Él (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 167).

Lo segundo que quiero deciros es sobre el hacer. La belleza que Jesús nos ha revelado es un esplendor que se comunica, que actúa; una belleza que se encarna para poder compartirse; una belleza que no tiene miedo de ensuciarse, de desfigurarse con tal de ser fiel al amor del que está hecha. Y, por tanto, tampoco vosotros podéis permanecer como “bellas durmientes en el bosque”: estáis llamados a actuar, a hacer algo. La verdadera belleza siempre es fecunda, impulsa a salir de sí y a ponerse en movimiento. Tampoco la contemplación de Dios puede detenerse en el disfrute de su visión, como pensaban los tres discípulos en el Monte Tabor en el momento de la Transfiguración de Jesús.  “Bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas…” (cf. Mt  17,4). No, es necesario bajar del monte y arremangarse.

Por tanto, os deseo una sana inquietud en los deseos y en los propósitos, esa inquietud que os impulsa siempre a caminar, a no sentirse nunca “realizados”. No os aisléis del mundo encerrándoos en vuestra habitación —como Peter Pan que no quiere crecer, o como los jóvenes hikikomori que tienen miedo de enfrentar el mundo—, sed siempre abiertos y valientes como santa Úrsula, la “pequeña osa”, que tuvo la valentía de emprender un largo viaje con sus compañeras y enfrentó intrépida los ataques hasta el martirio. Sed también vosotros “pequeños osos” que no huyen de sus responsabilidades. Si los jóvenes no cambian el mundo, ¿quién lo hará?

Vosotros diréis: sí, pero ¿cómo? Defendiendo la belleza desfigurada de tantos marginados del mundo; abriéndoos a la acogida hacia los otros, sobre todo de los más vulnerables y marginados; mirando al otro diferente a mí no como una amenaza sino como una riqueza. Y defendiendo también la belleza herida de la creación, protegiendo los recursos de nuestra casa común, adoptando estilos de vida más sobrios y respetuosos del medioambiente. Al respecto, os invito a leer junto a vuestros compañeros de escuela el mensaje que envié a los jóvenes reunidos en Praga en la “EU Youth Conference” en julio de este año: estoy seguro de que también vosotros encontraréis ahí ulteriores estímulos para vuestro compromiso. 

Queridos chicos y chicas, os doy cita en el encuentro Mundial de la Juventud del próximo año en Lisboa, que se prevé como un gran signo de esperanza y de belleza para todos los jóvenes del mundo.

Que, a través de la intercesión de la bella e inquieta Úrsula, Dios os bendiga a todos vosotros, a vuestros educadores y vuestros proyectos. Y bendiga a todos los estudiantes del mundo, para que nunca dejen de soñar un mundo mejor, y cada día, con valentía y paciencia, traten de construir un pedazo.

Roma, San Juan de Letrán,  21 de septiembre,  Fiesta de San Mateo Apóstol

Francisco



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