DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE RUANDA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Jueves 3 de abril de 2014
Queridos hermanos en el episcopado:
Os doy la bienvenida a Roma, con ocasión de vuestra visita «ad limina Apostolorum». Deseo de todo corazón que, por la intercesión de san Pedro y san Pablo y a la luz de su testimonio, renovéis en vuestro corazón la fe y la valentía necesarias para vuestra exigente misión pastoral. Agradezco a su excelencia, monseñor Smaradge Mbonyntege, presidente de vuestra Conferencia episcopal, el cordial mensaje que me acaba de dirigir. A través de vosotros expreso mi profundo afecto a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los fieles laicos de vuestras diócesis así como a todos los habitantes de vuestro país.
Ruanda conmemorará dentro de algunos días el vigésimo aniversario del inicio del terrible genocidio que provocó tantos sufrimientos y heridas, que aún no han cicatrizado. Me uno de todo corazón al luto nacional, y os aseguro mi oración por vosotros, por vuestras comunidades a menudo desgarradas, por todas las víctimas y por sus familias, por todo el pueblo ruandés, sin distinción de religión, etnia o tendencia política.
Veinte años después de aquellos trágicos hechos, la reconciliación y la cicatrización de las heridas siguen siendo, ciertamente, la prioridad de la Iglesia en Ruanda. Os animo a perseverar en este compromiso, que ya habéis asumido a través de numerosas iniciativas. El perdón de las ofensas y la reconciliación auténtica, que podrían parecer imposibles a los ojos humanos después de tantos sufrimientos, son, sin embargo, un don que es posible recibir de Cristo mediante la vida de fe y la oración, aunque el camino sea largo y requiera paciencia, respeto recíproco y diálogo. La Iglesia, pues, tiene un papel importante en la reconstrucción de una sociedad ruandesa reconciliada; con todo el dinamismo de vuestra fe y de la esperanza cristiana, id adelante resueltamente, dando sin cesar testimonio de la verdad.
Pero debemos recordar que sólo si estamos unidos en el amor podemos hacer que el Evangelio toque y convierta profundamente los corazones: «Para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí» (Jn 17, 23), nos dice Jesús. Por consiguiente, es importante que, superando los prejuicios y las divisiones étnicas, la Iglesia hable con una sola voz, manifieste su unidad y reafirme su comunión con la Iglesia universal y con el sucesor de Pedro.
En esta perspectiva de reconciliación nacional, también es necesario reforzar las relaciones de confianza entre la Iglesia y el Estado. La celebración, el próximo 6 de junio, del quincuagésimo aniversario del comienzo de las relaciones diplomáticas entre Ruanda y la Santa Sede puede ser la ocasión para recordar los frutos benéficos que todos pueden esperar de dichas relaciones, para el bien del pueblo ruandés. Un diálogo constructivo y auténtico con las autoridades favorecerá la obra común de reconciliación y reconstrucción de la sociedad en torno a los valores de la dignidad humana, de la justicia y la paz. Sed una Iglesia «en salida», capaz de tomar la iniciativa (cf. Evangelii gaudium, 24) y restablecer la confianza.
No tengáis miedo de poner de relieve la aportación insustituible de la Iglesia al bien común. Sé que el trabajo realizado, en particular en los ámbitos de la educación y de la sanidad, es considerable. Al respecto, me alegro por la obra perseverante de los institutos religiosos que, con tantas personas de buena voluntad, se dedican a todos aquellos a quienes la guerra ha herido ya sea en el alma, ya sea en el cuerpo, en particular, a las viudas y a los huérfanos, pero también a las personas ancianas, a los enfermos y a los niños. La vida religiosa, a través de la ofrenda de la adoración y la oración, hace creíble el testimonio que la Iglesia da de Cristo resucitado y de su amor a todos los hombres, especialmente a los más pobres.
La educación de los jóvenes es la clave del futuro en un país donde la población se renueva rápidamente. «Esta juventud es un don y un tesoro de Dios, por el que toda la Iglesia está agradecida al Señor de la vida. Se ha de amar a esta juventud, estimarla y respetarla» (Africae munus, 60). Además, es deber de la Iglesia formar a los niños y a los jóvenes en los valores evangélicos que encontrarán sobre todo en la familiaridad con la Palabra de Dios, que entonces será para ellos una brújula que les indicará el camino a seguir. Que aprendan a ser miembros activos y generosos de la sociedad, porque su futuro se basa en ellos. Para ello es necesario reforzar la pastoral en la universidad y en las escuelas, católicas y públicas, tratando de unir siempre la misión educativa y el anuncio explícito del Evangelio, que no deben separarse jamás (cf. Evangelii gaudium, 132 y 134).
En la tarea de evangelización y de reconstrucción, los laicos tienen un papel fundamental. Aquí, en primer lugar, quiero agradecer afectuosamente a todos los catequistas su compromiso generoso y perseverante. Los laicos están profundamente implicados en la vida de las comunidades eclesiales de base, en los movimientos, en las escuelas y en las obras caritativas, así como en los diversos ámbitos de la vida social. Por lo tanto, hay que dirigir una atención especial a su formación y apoyarles, tanto en su vida espiritual como en su formación humana e intelectual, que debe ser de alta calidad. De hecho, su compromiso en la sociedad será creíble en la medida en que sean competentes y honrados.
Una atención muy especial hay que prestar a las familias, que son las células vivas de la sociedad y de la Iglesia y que hoy se encuentran profundamente amenazadas por el proceso de secularización; además, en vuestro país, numerosas familias se han separado y vuelto a unir. Tienen necesidad de vuestra solicitud, vuestra cercanía y vuestro aliento. Es ante todo en el seno de las familias donde los jóvenes pueden experimentar los valores auténticamente cristianos de integridad, fidelidad, honradez y entrega de sí, que permiten conocer la verdadera felicidad según el corazón de Dios.
En fin, quiero expresar mi gratitud a los sacerdotes que se dedican generosamente al ministerio. Su tarea es aún más difícil porque todavía no son muy numerosos. Os exhorto a perfeccionar constantemente la formación humana, intelectual y espiritual de los seminaristas. Que tengan siempre como formadores modelos alegres de realización sacerdotal. Estad muy atentos a acompañar a los sacerdotes, escucharlos y acogerlos. Su tarea es difícil y necesitan absolutamente vuestro apoyo y vuestro aliento personal. No descuidéis su formación permanente, y os exhorto a multiplicar las ocasiones de encuentro y contacto fraterno.
Queridos hermanos: Os aseguro nuevamente mi afecto a vosotros, a vuestras comunidades diocesanas, a toda Ruanda, y os encomiendo a todos a la protección materna de la Virgen María. La madre de Jesús quiso manifestarse en vuestro país a algunos niños, recordándoles la eficacia del ayuno y la oración, en especial el rezo del rosario. Deseo vivamente que hagáis que el santuario de Kibeho irradie aún más el amor de María a todos sus hijos, en particular a los más pobres y los más heridos, y que sea para la Iglesia en Ruanda, y más allá de ella, una llamada a dirigirse con confianza a «Notre Dame des Douleurs», para que acompañe a cada uno en su camino y le conceda el don de la reconciliación y de la paz. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica.
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