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DIÁLOGO DEL PAPA FRANCISCO
CON UN GRUPO DE JÓVENES FLAMENCOS

Lunes 31 de marzo de 2014

 

Forman parte de un grupo de jóvenes que nació durante la Jornada mundial de la juventud de Río de Janeiro, porque en Río quisieron dar a conocer también a otros jóvenes flamencos lo que habían hecho allí. Son un grupo de doce —los otros están allí fuera— que han venido con…

…pero a los otros quiero saludarlos después, sí.

Entonces podemos organizarlo… Y ellos hacen verdaderamente este trabajo de entrar, de penetrar en los media como jóvenes, partiendo de su inspiración cristiana. Y también en este sentido quieren hacerle algunas preguntas. Ella, en cambio, no es creyente —ellos son, pues, cuatro de aquel grupo—, ella no es creyente, pero también nos parecía importante, porque somos una sociedad muy laica en Flandes, y sabemos que tenemos un mensaje para todos. Por tanto, ella estaba muy contenta…

¡Ah! Me da mucho gusto. Todos somos hermanos.

Verdaderamente, sí. La primera pregunta es: gracias por haber aceptado nuestra petición, pero: ¿por qué la aceptó?

Cuando siento que un joven o una joven tiene inquietud, siento que es mi deber servir a estos jóvenes, prestar un servicio a esta inquietud, porque esta inquietud es como una semilla, y después irá adelante y dará frutos. Y yo en este momento siento que con vosotros estoy prestando un servicio a lo que es más valioso, en este momento, que es vuestra inquietud.

Un muchacho. Cada uno, en este mundo, trata de ser feliz. Pero nos hemos preguntado: ¿usted es feliz? ¿Y por qué?

Absolutamente, soy absolutamente feliz. Y soy feliz porque…, no sé por qué… Quizá porque tengo un trabajo, no soy un desempleado, tengo un trabajo, un trabajo de pastor. Soy feliz porque he encontrado mi camino en la vida, y recorrer este camino me hace feliz. Y también es una felicidad tranquila, porque a esta edad no es la misma felicidad de un joven, hay una diferencia. Cierta paz interior, una paz grande, una felicidad que también viene con la edad. Es también un camino que ha tenido siempre problemas; también ahora hay problemas, pero esta felicidad no desaparece con los problemas, no. Ve los problemas, los sufre y después sigue adelante; hace algo para resolverlos, y después sigue adelante. Pero en lo profundo del corazón reinan esta paz y esta felicidad. Verdaderamente, para mí es una gracia de Dios. Es una gran gracia. No es mérito mío.

Un muchacho. De muchas maneras usted nos manifiesta su gran amor a los pobres y a las personas heridas. ¿Por qué esto es tan importante para usted?

Porque este es el corazón del Evangelio. Soy creyente, creo en Dios, creo en Jesucristo y en su Evangelio, y el corazón del Evangelio es el anuncio a los pobres. Cuando lees las Bienaventuranzas, por ejemplo, o lees Mateo 25, ves allí cómo Jesús es claro en esto. Este es el corazón del Evangelio. Y Jesús dice de sí mismo: «He venido a anunciar a los pobres la liberación, la salvación, la gracia de Dios…». A los pobres. Los que tienen necesidad de salvación, los que tienen necesidad de ser acogidos en la sociedad. Si lees el Evangelio, también ves que Jesús tenía cierta preferencia por los marginados: los leprosos, las viudas, los niños huérfanos, los ciegos..., las personas marginadas. Y también los grandes pecadores…, y este es mi consuelo. Sí, porque él ni siquiera se asusta del pecado. Cuando encontró a una persona como Zaqueo, que era un ladrón, o como Mateo, que era un traidor de la patria por dinero, no se asustó. Los miró y los eligió. También esta es una pobreza: la pobreza del pecado. Para mí, el corazón del Evangelio es de los pobres. Hace dos meses oí que una persona dijo: «Este Papa es comunista». ¡No! Esta es una bandera del Evangelio, no del comunismo, ¡del Evangelio! Pero la pobreza sin ideología, la pobreza… Por eso creo que los pobres están en el centro del anuncio de Jesús. Basta leerlo. El problema es que algunas veces, en la historia, esta actitud con los pobres se ideologizó. No, no es así: la ideología es otra cosa. Es así en el Evangelio, es simple, muy simple. También en el Antiguo Testamento se ve esto. Por eso yo los pongo siempre en el centro, siempre.

Una muchacha. Yo no creo en Dios, pero sus gestos y sus ideales me inspiran. ¿Acaso tiene usted un mensaje para todos nosotros, para los jóvenes cristianos, para las personas que no creen o tienen otro credo o creen de modo diferente?

Para mí hay que buscar, en el modo de hablar, la autenticidad. Y la autenticidad es esta: yo estoy hablando con hermanos. Todos somos hermanos. Creyentes, no creyentes, de esta u otra confesión religiosa, judíos, musulmanes… todos somos hermanos. El hombre está en el centro de la historia, y esto es muy importante para mí: el hombre está en el centro. En este momento de la historia, al hombre se le ha echado del centro, se le ha apartado a la periferia, y en el centro —al menos en este momento— está el poder, el dinero. Y nosotros debemos trabajar por las personas, por el hombre y por la mujer, que son imagen de Dios. ¿Por qué los jóvenes? Porque los jóvenes —retomo lo que he dicho al inicio— son la semilla que dará fruto a lo largo del camino. Pero también en relación con lo que estaba diciendo: en este mundo, donde en el centro está el poder, el dinero, se echa a los jóvenes. Se echa a los niños, no queremos niños, queremos menos niños, queremos familias pequeñas; no queremos niños. Se echa a los ancianos: muchos ancianos mueren por una eutanasia escondida, porque no los cuidan y mueren. Y ahora echan a los jóvenes. Pensad que en Italia, por ejemplo, el desempleo juvenil de los 25 años para abajo es casi del 50 por ciento; en España es del 60 por ciento, y en Andalucía, en el sur de España, es casi del 70 por ciento… No conozco el porcentaje de desempleo en Bélgica…

Algo menos, entre el 5 y el 10 por ciento…

Es poco. Es poco, gracias a Dios. Pensad qué significa una generación de jóvenes que no tienen trabajo. Puedes decirme: «Pero pueden comer, porque la sociedad les da de comer». Sí, pero esto no es suficiente, porque no tienen experiencia de la dignidad de llevar el pan a casa. Este es el momento de la «pasión de los jóvenes». Hemos entrado en una cultura del descarte: lo que no sirve a esta globalización, se descarta. Los ancianos, los niños, los jóvenes. Pero así se descarta el futuro de un pueblo, porque en los niños, en los jóvenes y en los ancianos está el futuro de un pueblo. Los niños y los jóvenes, porque llevarán adelante la historia, y los ancianos, porque nos transmiten la memoria de un pueblo, cómo ha sido el camino de un pueblo. Y si se los descarta, tendremos un grupo de gente sin fuerza, porque no habrá muchos jóvenes y niños, y sin memoria. Y esto es gravísimo. Por eso creo que debemos ayudar a los jóvenes a que desempeñen el papel que se requiere en la sociedad, en este difícil momento histórico.

Pero, ¿tiene usted un mensaje específico, muy concreto para nosotros, de modo que nosotros —¡ojalá!— podamos inspirar a otras personas, como lo hace usted?

Has dicho una palabra muy importante: «concreto». Es una palabra importantísima, porque vas adelante en la concreción de la vida; sólo con las ideas, ¡no vas adelante! Esto es muy importante. Y creo que vosotros, los jóvenes, debéis ir adelante con esta concreción de vida. Muchas veces también con acciones ligadas a las situaciones, porque hay que reconocer esto, esto…, pero también con estrategias… Te diré algo. Por mi trabajo, también en Buenos Aires, hablé con muchos jóvenes políticos que pasaban a saludarme. Y estaba contento, porque ellos, tanto de izquierda como de derecha, hablaban de una nueva música, de un nuevo estilo de política. Y a mí esto me da esperanza. Creo que en este momento la juventud debe remar mar adentro e ir adelante. ¡Debe ser valiente! Esto me da esperanza. No sé si he respondido: concreción en las acciones.

Un muchacho. Cuando leo los periódicos, cuando miro a mi alrededor, me pregunto si la raza humana es verdaderamente capaz de cuidar este mundo y cuidarse a sí misma. ¿Comparte usted mi duda? (la traductora)… Descartamos, como decía usted. ¿También usted tiene alguna vez esta duda, duda y se pregunta a sí mismo: dónde está Dios en todo esto?

Me hago dos preguntas sobre esta cuestión: ¿dónde está Dios y dónde está el hombre? La primera pregunta es la que, en el relato de la Biblia, Dios le hace al hombre: «Adán, ¿dónde estás?». Es la primera pregunta al hombre. Y también yo me pregunto, ahora: «Tú, hombre de este siglo XXI, ¿dónde estás?». Y esto me hace pensar también en otra pregunta: «Tú, Dios, ¿dónde estás?». Cuando el hombre se encuentra a sí mismo, busca a Dios. Quizá no logre encontrarlo, pero va por un camino de honradez, buscando la verdad, por un camino de bondad y un camino de belleza. Para mí, una persona joven que ama la verdad y la busca, ama la bondad y es buena, es una persona buena, y busca y ama la belleza, está en un buen camino y seguramente encontrará a Dios. Antes o después lo encontrará. Pero el camino es largo, y algunas personas no encuentran este camino en la vida. No lo encuentran de manera consciente. Pero son tan verdaderos y tan honrados consigo mismos, tan buenos y tan amantes de la belleza, que al final tienen una personalidad muy madura, capaz de un encuentro con Dios. Porque el encuentro con Dios es una gracia… Es un camino por recorrer… Cada uno debe encontrarlo personalmente. A Dios no se le encuentra por lo que dicen otros, ni se paga para encontrar a Dios. Es un camino personal, debemos encontrarlo así. No sé si he respondido a tu pregunta…

Todos somos humanos y cometemos errores. ¿Qué le han enseñado a usted sus errores?

Me he equivocado, me equivoco… Se dice en la Biblia, en el libro de la Sabiduría, que el hombre justo se equivoca siete veces al día… Para decir que todos nos equivocamos… Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, porque no aprende enseguida de sus errores. Uno puede decir: «Yo no me he equivocado», pero no mejora; esto te lleva a la vanidad, a la soberbia, al orgullo… Pienso que los errores en mi vida han sido y son grandes maestros de vida. Grandes maestros: te enseñan mucho. También te humillan, porque uno puede sentirse un superhombre, una supermujer, y después te equivocas, y esto te humilla y te pone en tu lugar. No diría que he aprendido de todos mis errores; no, creo que de algunos no he aprendido, porque soy obstinado, y no es fácil aprender. Pero he aprendido de muchos errores, y esto me ha hecho bien. Y también reconocer los errores es importante: me he equivocado aquí, me he equivocado allá, me equivoco aquí… Y también hay que estar atento, para no caer en el mismo error, en el mismo pozo… Es bueno el diálogo con los propios errores, porque te enseñan; y la cosa importante es que te ayudan a ser más humilde, y la humildad hace mucho bien, mucho bien a la gente, a nosotros, nos hace mucho bien. No sé si esta era la respuesta…

La traductora. ¿Tiene un ejemplo concreto de cómo ha aprendido de un error? Ella (la muchacha que ha hecho la pregunta) se atreve a…

No, lo diré, lo escribí en un libro, es público. Por ejemplo, en la guía de la vida de la Iglesia. Fui nombrado superior muy joven, y, por ejemplo, cometí muchos errores de autoritarismo. A los 36 años era muy autoritario… Después aprendí que hay que dialogar, hay que oír lo que piensan los otros… Pero no se aprende de una vez para siempre, no. El camino es largo. Este es un ejemplo concreto. Aprendí de mi actitud algo autoritaria, como superior religioso, a encontrar un camino para no ser tan autoritario, o ser más… Pero, ¡todavía me sigo equivocando! ¿Está satisfecha?... ¿O quiere atreverse a otra cosa?

Una muchacha. Veo a Dios en los demás. ¿Usted dónde ve a Dios?

Trato —¡trato!— de encontrarlo en todas las circunstancias de la vida. Trato… Lo encuentro en la lectura de la Biblia, lo encuentro en la celebración de los sacramentos, en la oración, y también trato de encontrarlo en mi trabajo, en las personas, en las diferentes personas… Sobre todo, lo encuentro en los enfermos: los enfermos me hacen bien, porque, cuando estoy con un enfermo, me pregunto: ¿por qué él sí y yo no? Y lo encuentro con los presos: ¿por qué este está preso y yo no? Y hablo con Dios: «Cometes siempre una injusticia: ¿por qué a él y a mí no?». Y encuentro siempre a Dios en esto, pero siempre en diálogo. Me hace bien tratar de buscarlo durante toda la jornada. No logro hacerlo, pero trato de hacerlo, de estar en diálogo. Pero no logro hacerlo así: los santos lo hacían bien, yo aún no… Pero este es el camino.

Una muchacha. Como yo no creo en Dios, no logro comprender cómo reza usted o por qué reza. ¿Me puede explicar cómo reza en su condición de Pontífice, y por qué reza? Lo más concretamente posible…

Cómo rezo… Muchas veces tomo la Biblia, leo un poco, después la dejo, y dejo que el Señor me mire: esta es la idea más común de mi oración. Dejo que él me mire. Y siento —pero no es sentimentalismo—, siento profundamente las cosas que el Señor me dice. Algunas veces no habla…, nada, vacío, vacío, vacío… pero estoy pacientemente allí, y así rezo… Estoy sentado, rezo sentado, porque me hace mal arrodillarme, y algunas veces me adormezco en la oración… Y también es una manera de rezar, como un hijo con su Padre, y esto es importante: me siento hijo con el Padre. ¿Y por qué rezo? ¿«Porque» como causa o por qué personas rezo?

Ambas…

Rezo porque lo necesito. Esto lo siento, que me impulsa, como si Dios me llamara para hablar. La primera cosa. Y rezo por las personas, cuando encuentro personas que me conmueven porque están enfermas o tienen problemas, o hay problemas que… por ejemplo, la guerra... Esta mañana estuve con el nuncio en Siria, y me ha mostrado fotografías…, y estoy seguro que esta tarde rezaré por esto, por esa gente… Me ha mostrado fotografías de muertos de hambre, los huesos eran así… en este tiempo —esto no lo entiendo— en que tenemos lo necesario para dar de comer a todo el mundo, que haya gente que muere de hambre, para mí es terrible. Y esto me lleva a rezar, precisamente por esa gente.

Yo tengo algunos miedos. ¿Usted de qué tiene miedo?

¡De mí mismo! Miedo… Mira, en el Evangelio Jesús repite tanto: «No tengáis miedo. No tengáis miedo». Lo dice muchas veces. ¿Y por qué? Porque sabe que el miedo es algo —diría— normal. Tenemos miedo de la vida, tenemos miedo frente a los desafíos, tenemos miedo ante Dios… Todos tenemos miedo, todos. Tú no debes preocuparte de tener miedo. Debes sentir esto, pero no tengas miedo, y además piensa: «¿Por qué tengo miedo?». Y ante Dios y ante ti misma, trata de aclarar la situación o pedir ayuda a otro. El miedo no es buen consejero, porque te aconseja mal. Te impulsa hacia un camino que no es el correcto. Por eso Jesús repetía tanto: «No tengáis miedo. No tengáis miedo». Además, debemos conocernos a nosotros mismos, todos: cada uno debe conocerse a sí mismo y buscar donde está la zona en la que podemos equivocarnos más, y tener un poco de miedo de esa zona. Porque está el miedo malo y el miedo bueno. El miedo bueno es como la prudencia. Es una actitud prudente: «Mira, tú eres débil en esto, esto y esto, sé prudente y no caigas». El miedo malo es el que tú dices que te anula un poco, te aniquila. Te aniquila, no te deja hacer nada: este es malo, y es necesario rechazarlo.

La traductora. Ella (la muchacha) ha formulado esta pregunta porque en Bélgica, por ejemplo, a veces no es fácil hablar de la propia fe: para ella era un modo de hablar, porque muchos no creen, y ella ha dicho: «Quiero hacer esta pregunta, porque quiero tener la fuerza también de testimoniar…».

Claro, ahora entiendo la raíz de la pregunta. Testimoniar con sencillez. Porque si vas con tu fe como una bandera, como en las Cruzadas, y vas a hacer proselitismo, no funciona. El mejor camino es el testimonio, pero humilde: «Soy así», con humildad, sin triunfalismo. Este es otro pecado de nuestro tiempo, otra actitud mala, el triunfalismo. Jesús no fue triunfalista, y también la historia nos enseña a no ser triunfalistas, porque los grandes triunfalistas fueron derrotados. El testimonio: este es una clave, este interpela. Lo doy con humildad, sin hacer proselitismo. Lo ofrezco. Es así. Y esto no da miedo. No vas a las Cruzadas.

La traductora. Queda la última pregunta…

¿La última? Es la terrible, la última, siempre…

Nuestra última pregunta: ¿Usted tiene una pregunta para nosotros?

La pregunta que quiero haceros no es original. La tomo del Evangelio. Pero creo que después de haberos escuchado, quizá sea la pregunta justa para vosotros en este momento. ¿Dónde está tu tesoro? Esta es la pregunta. ¿Dónde descansa tu corazón? ¿En qué tesoro descansa tu corazón? Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu vida. El corazón está apegado al tesoro, a un tesoro que todos nosotros tenemos: el poder, el dinero, el orgullo, tantos…, o la bondad, la belleza, el deseo de hacer el bien… Puede haber tantos tesoros… ¿Dónde está tu tesoro? Esta es la pregunta que haré, pero la respuesta os la debéis dar a vosotros mismos, solos. En vuestra casa…

Le darán la respuesta en una carta…

Dénsela al obispo… Gracias. Gracias a vosotros, gracias. Y rezad por mí.

 



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