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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA DE ESCOCIA

Jueves, 26 de octubre de 2017

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Estimado Moderador,
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Os recibo con alegría y doy las gracias al Moderador por su intervención tan significativa y también por nuestro encuentro [el privado, que tuvo lugar con anterioridad]. Vuestra presencia me brinda la oportunidad de transmitir mis calurosos saludos a todos los miembros de la Iglesia de Escocia.

Nuestro encuentro tiene lugar en el ámbito del quinto centenario de la Reforma, a cuya conmemoración me uní el año pasado en Lund. Agradecemos al Señor el gran don de haber llegado a vivir este año como verdaderos hermanos, y ya no como adversarios, después de largos siglos de distanciamiento y conflicto. Ha sido posible, por la gracia de Dios, a través del camino ecuménico que ha permitido que el entendimiento mutuo, la confianza y la cooperación concreta entre nosotros se intensificase. La purificación mutua de la memoria es uno de los frutos más importantes de este camino que nos acomuna. Si es verdad que el pasado es inalterable, también lo es que hoy, por fin, nos comprendemos unos a otros, según Dios nos ve: somos ante todo sus hijos, renacidos en Cristo a través del único Bautismo y, por lo tanto, hermanos. Durante tanto tiempo nos hemos observado desde lejos, con una mirada “demasiado humana”, abrigando sospechas, pensando en las diferencias y los errores, y con los corazones resueltos a la recriminación por errores del pasado.

En el espíritu del Evangelio, ahora proseguimos el camino de la caridad humilde que conduce a la superación de la división y la curación de las heridas. Hemos comenzado un diálogo de comunión, empleando un lenguaje apropiado para aquellos que pertenecen a Dios y que es el lenguaje esencial para la evangelización, porque ¿cómo podemos proclamar al Dios de amor si no nos amamos unos a otros (1Jn 4,8)? Fue precisamente en Escocia, en Edimburgo, hace más de cien años, que los misioneros cristianos tuvieron la audacia de volver a manifestar con renovado vigor la firme voluntad de Jesús de que seamos uno «para que el mundo crea» (Jn 17, 21). Entendieron que la proclamación y la misión no son totalmente creíbles a menos que estén acompañadas por la unidad. Esto sigue siendo tan cierto ahora como lo fue entonces.

Sé que el emblema de la Iglesia de Escocia representa la zarza ardiente ante la cual Moisés se encontró con el Dios viviente. Me llama la atención el hecho de que en este gran texto bíblico, el Señor se llama a sí mismo por un nombre que perdurará a lo largo de los siglos: «el Dios de vuestros padres» (Ex 3,15). De esta manera, Él nos llama también a entrar, como hijos y hermanos, en una historia de relaciones que nos precede y a vivir la vida de fe no de forma aislada y abstracta, sino en el ámbito de una comunidad concreta, de un “nosotros” porque nadie se hace cristiano por sí mismo y nadie puede vivir como cristiano sin los otros. Pertenecemos a la familia de los creyentes, a la de tantos hermanos y hermanas nuestros que han comenzado a caminar en una vida nueva a través del Bautismo (cf. Rm 6,4) y que nos acompañan por ese mismo camino.

Pienso en particular en aquellos cristianos que en nuestros días enfrentan graves pruebas porque sufren y son perseguidos por el nombre de Jesús. Confiesan su fe, llegan al martirio, son tantos los que llevan una pesada cruz. Su testimonio nos impone ir adelante, con amor y coraje, hasta el final. Nuestro diálogo encaminado a la unidad plena, nuestro testimonio y nuestro servicio común, nuestro esfuerzo de rezar unos por otros y superar las heridas del pasado son una respuesta que les debemos, dentro de este gran “nosotros” de la fe.

Rezo y espero para que el camino hacia la unidad visible continúe día tras día y produzca frutos abundantes en el futuro, como ha sido en el pasado reciente. La Iglesia Católica, especialmente a través del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, está comprometida desde hace décadas en una colaboración fecunda con la Iglesia de Escocia y la Comunión Mundial de las Iglesias Reformadas, y desea continuar por este camino. Con gratitud por vuestra presencia aquí y en el camino ecuménico, le pido al Espíritu Santo que fortalezca nuestra comunión en Jesucristo, para la gloria de Dios Padre. Y a Él podemos dirigirnos juntos en la oración, los unos por los otros: “Padre nuestro…”


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 26 de octubre de 2017.

 



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