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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ESCUELA DE VERANO
DEL OBSERVATORIO ASTRONÓMICO VATICANO

Sala Clementina
Jueves, 14 de junio de 2018

[Multimedia]


 

Queridos amigos:

Doy la bienvenida a todos vosotros, profesores y estudiantes de este curso de verano organizado por la Specola Vaticana. Venís de muchos países y culturas diferentes, y tenéis diferentes especializaciones. Esto nos recuerda cómo la diversidad pueda unir para un objetivo común de estudio, y cómo el éxito del trabajo también dependa de esta diversidad, ya que, precisamente, de la colaboración entre personas de diferentes orígenes se puede llegar a una comprensión común de nuestro universo.

El tema de vuestra investigación este año se refiere a las estrellas variables a la luz de las nuevas, grandes investigaciones astronómicas. Estos estudios provienen del esfuerzo colaborativo de muchas naciones y del trabajo común de muchos científicos. Como claramente surgirá de esta escuela, solo trabajando juntos, en equipo, podéis dar sentido a toda esta nueva información.

El universo es inmenso y, a medida que crece nuestra comprensión del mismo, también crece la necesidad de aprender a gestionar el flujo de información que nos llega de muchas fuentes. Tal vez, la forma en que manejáis una tal cantidad de datos también pueda dar esperanza a aquellos que en el mundo se sienten arrollados por la revolución informática de Internet y de las redes sociales.

A la luz de toda esta información y de este enorme universo, nos sentimos pequeños y podríamos sentirnos tentados de pensar que somos insignificantes. De hecho, no hay nada nuevo en este miedo. Hace más de dos mil años, el salmista escribía: «Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que fijaste tú, ¿qué es el hombre, para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides?» Y sin embargo, continúa: «Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor» (Sal 8,4-6).

Siempre es importante, como científicos y como creyentes, comenzar admitiendo que hay tanto que no sabemos. Pero es igualmente importante no estar nunca satisfechos con permanecer en un cómodo agnosticismo. Así como nunca debemos pensar que sabemos todo, nunca deberíamos temer tratar de aprender más.

Conocer el universo, al menos en parte; conocer lo que sabemos y lo que no sabemos, y cómo podemos proceder para saber más: esta es la tarea del científico. Y luego hay otra mirada metafísica, que reconoce la Primera Causa de todo, oculta a los instrumentos de medición. Y todavía otra mirada, la de la fe, que acoge la Revelación. La armonía de estos diferentes niveles de conocimiento nos lleva a la comprensión; y la comprensión —esperemos— nos abre a la Sabiduría.

También en este sentido podemos entender «la gloria y el esplendor» de los que habla el salmista, la alegría de una labor intelectual como la vuestra, el estudio de la astronomía. A través de nosotros, criaturas humanas, este universo puede volverse, por decirlo así, consciente de sí mismo y de Aquel que nos creó: es el don —con la responsabilidad relativa— que nos ha sido dado como seres pensantes y racionales en este cosmos.

Pero como seres humanos, somos más que pensadores y racionales. También somos personas con un sentido de curiosidad que nos impulsa a saber más; criaturas que trabajan para aprender y compartir lo que han aprendido, por el gusto de hacerlo. Y somos personas que aman lo que hacen y que descubren en el amor por el universo un anticipo de ese amor divino que, al contemplar la creación, declaró que era buena.

Como se sabe, Dante escribió que el amor es el que mueve el sol y las estrellas (cf. ParaísoXXXIII, 145). Ojalá vuestro trabajo se “mueva” por el amor: amor por la verdad, amor por el universo mismo y amor por cada uno de vosotros por el otro, trabajando juntos en la diversidad.

Con estos deseos, invoco cordialmente abundantes bendiciones del Señor sobre vosotros y vuestro trabajo.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 14 de junio de 2019.

 



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