DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO POR CARITAS INTERNATIONALIS
Sala Clementina
Lunes, 27 de mayo de 2019
Señores Cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
Me complace tener la oportunidad de encontraros con ocasión de vuestra XXI Asamblea General. Doy las gracias al cardenal Tagle por las palabras que me dirigió y os saludo cordialmente a todos vosotros, a la gran familia de Cáritas y a todos aquellos en sus respectivos países que prestan servicios de caridad. En estos días, procedentes de todo el mundo, habéis vivido un momento significativo en la vida de la Confederación, cuyo objetivo no es solo cumplir con los deberes legales, sino también fortalecer los lazos de comunión recíproca al unirse al Sucesor de Pedro, con motivo del vínculo especial entre vuestra organización y la Sede apostólica. De hecho, San Juan Pablo II quiso conferirle a Caritas Internationalis la personalidad jurídica pública canónica, invitándola a compartir la misión de la Iglesia al servicio de la caridad.
Hoy me gustaría hacer una pausa para reflexionar brevemente con vosotros sobre tres palabras clave: caridad, desarrollo integral y comunión. Dada la misión que Caritas está llamada a llevar a cabo en la Iglesia, es importante volver siempre a reflexionar juntos sobre el significado de la palabra caridad en sí. La caridad no es una actuación estéril o una simple ofrenda para silenciar nuestra conciencia. Lo que nunca debemos olvidar es que la caridad tiene su origen y su esencia en Dios mismo (cf. Juan 4, 8); La caridad es el abrazo de Dios nuestro Padre a todo hombre, especialmente a los últimos y a los que sufren, que ocupan un lugar preferencial en su corazón. Si consideramos la caridad como una prestación, la Iglesia se convertiría en una agencia humanitaria y el servicio de la caridad en su «departamento de logística». Pero la Iglesia no es nada de todo esto, es algo diferente y mucho más grande: es, en Cristo, la señal y el instrumento del amor de Dios por la humanidad y por toda la creación, nuestra casa común.
La segunda palabra es desarrollo integral. En el servicio de la caridad, está en juego la visión del hombre, que no puede reducirse a un solo aspecto, sino que alcanza a todo el ser humano como hijo de Dios, creado a su imagen. Los pobres son, ante todo, personas, y en sus rostros se oculta el de Cristo mismo. Son su carne, signos de su cuerpo crucificado, y tenemos el deber de alcanzarlos incluso en las periferias más extremas y en los sótanos de la historia con la delicadeza y la ternura de la Iglesia Madre. Debemos apuntar a la promoción de la persona en su totalidad y de todos los hombres para que puedan ser autores y protagonistas de su propio progreso (cf. San Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 34). El servicio de la caridad debe, por lo tanto, elegir la lógica del desarrollo integral como un antídoto contra la cultura del descarte y la indiferencia. Y hablando con vosotros, que sois Caritas, quiero reiterar que «la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual» (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 200). Lo sabéis bien: la mayor parte de los pobres «tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe» (ibíd.). Por lo tanto, como nos enseña el ejemplo de los santos y de las santas de la caridad, «la opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria» (ibíd.).
La tercera palabra es comunión, que es fundamental para la Iglesia, define su esencia. La comunión eclesial surge del encuentro con Jesucristo, el Hijo de Dios, quien, a través del anuncio de la Iglesia, alcanza a los hombres y crea comunión consigo mismo y con el Padre y el Espíritu Santo (cf. 1 Juan 1, 3). Es la comunión en Cristo y en la Iglesia la que anima, acompaña y apoya el servicio de la caridad tanto en las propias comunidades como en situaciones de emergencia en todo el mundo. De esta manera, la diaconía de la caridad se convierte en un instrumento visible de comunión en la Iglesia (cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 4). Por este motivo, como confederación, vosotros estáis acompañados por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano integral, a quien agradezco el trabajo que realiza a diario y, en particular, el apoyo a la misión eclesial de Caritas Internationalis. He dicho que estáis acompañados: no estáis «debajo».
Retomando estos tres aspectos fundamentales para vivir en la Caritas, es decir, la caridad, el desarrollo integral y la comunión, quisiera instarlos a vivirlos con un estilo de pobreza, gratuidad y humildad.
No se puede vivir la caridad sin tener relaciones interpersonales con los pobres: vivir con los pobres y para los pobres. Los pobres no son números sino personas. Porque viviendo con los pobres aprendemos a practicar la caridad con el espíritu de pobreza, aprendemos que la caridad es compartir. En realidad, no solo la caridad que no llega al bolsillo es una falsa caridad, sino que la caridad que no involucra al corazón, el alma y todo nuestro ser es una idea de caridad que aún no se ha realizado.
Siempre debemos tener cuidado de no caer en la tentación de vivir una caridad hipócrita o engañosa, una caridad identificada con la limosna, con la caridad o como una «píldora calmante» para nuestra conciencia inquieta. Es por esto que debemos evitar asimilar el trabajo de la caridad con la eficacia filantrópica o con la eficiencia de la planificación o con la organización exagerada y efervescente.
Dado que la caridad es la más codiciada de las virtudes a las que el hombre puede aspirar para poder imitar a Dios, es escandaloso ver a los trabajadores de la caridad que la transforman en un negocio: hablan mucho sobre la caridad pero viven en el lujo o la disipación u organizan foros sobre la caridad en los que derrochan inútilmente tanto dinero. Hace daño constatar que algunos trabajadores de caridad se convierten en funcionarios y burócratas.
Por eso me gustaría reiterar que la caridad no es una idea o un sentimiento piadoso, sino un encuentro experiencial con Cristo; es el deseo de vivir con el corazón de Dios que no nos pide que tengamos un amor genérico, afecto, solidaridad, etc. para los pobres, sino que nos encontremos en ellos (cf. Mateo 25, 31-46), con el estilo de la pobreza.
Queridos amigos, os agradezco, en nombre de toda la Iglesia, por lo que hacéis con y por tantos hermanos y hermanas que están luchando, abandonados al margen, que están oprimidos por la esclavitud de nuestros días, ¡y os animo a continuar! Que todos vosotros, en comunión con las comunidades eclesiales a las que pertenecéis y de las cuales sois una expresión, continuéis brindando vuestra contribución con alegría para que el Reino de Dios, el Reino de justicia, el amor y la paz puedan crecer en el mundo. Que Él os nutra e ilumine siempre en el Evangelio, y os guíe en la enseñanza y el cuidado pastoral de la Iglesia Madre.
Que el Señor os bendiga y Nuestra Señora os guarde. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí.
Gracias.
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