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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL DE LA ORDEN DE LOS SIERVOS DE MARÍA

Sala adyacente al Aula Pablo VI
Viernes, 25 de octubre de 2019

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Discurso improvisado por el Santo Padre

Discurso del Santo Padre entregado durante el encuentro


DISCURSO IMPROVISADO POR EL SANTO PADRE

Disculpad si me siento, porque no voy a leer el discurso escrito. Se lo doy a usted [el Superior], porque desde ayer, cuando vi que os iba a encontrar hoy, la memoria se remontó al año 1957, al Seminario de Villa Devoto [en Buenos Aires]. En ese momento había dos de vosotros que estaban estudiando allí. No sé si hay alguno aquí. Luego los perdí de vista. Año 57: Hace 62 años. ¡Se envejece en la vida! Fueron ellos los que me contaron la historia de Alejo Falconieri y de los otros seis, y me entusiasmó como ejemplo de santidad. Ver a hombres ricos, mercaderes ―todavía más, florentinos [risas]― que fueron capaces de tomar esta decisión por Nuestra Señora. Es la palabra “siervo”, “servicio”, al servicio de la Virgen. Esta forma de servicio, de humillación, de camino humilde. Y me entusiasmó tanto que, a lo largo de mi vida, a partir de ese momento, celebro con especial amor el 17 de febrero [memoria litúrgica de los Siete Santos Fundadores de los Siervos de María], también con la misa. Me sorprendió ese testimonio, y esto es lo que quiero decirles.

Así, vosotros hoy “apostaste uno y ganasteis dos”: lleváis con vosotros este texto y luego lo que os voy a decir ahora. Se lo doy a Usted para que se lo dé a todos.

La palabra “siervos de María” me hace pensar en algo que San Ignacio [de Loyola, en los Ejercicios] escribe en la meditación sobre el nacimiento de Jesús. Dice: “Debo estar presente ―en la meditación― como un siervo que ayuda a la Virgen a hacer sus cosas en Belén, en el pesebre”. Siervos de Nuestra Señora. En esto hay una gran relación con lo que hace la Virgen. Hace nacer a Jesús, lo hace crecer, y luego hace crecer a la Iglesia. Y esos grandes mercaderes ―porque tenían dinero, no les faltaba― al final dejaron todo para convertirse en siervos, siervos de Nuestra Señora, porque entendían el papel de Nuestra Señora en la redención, un papel que tan a menudo olvidan las llamadas teologías “modernas”. ¡Pero la Virgen nos trajo a Jesús! Y vuestros Fundadores lo entendieron, lo entendieron y se hicieron siervos. Fueron a rezar [al Monte Senario]; y luego todo el trabajo que hicieron.

La palabra “servicio” es también la que la Virgen dice al Ángel: “Yo soy la sierva, estoy aquí para servir”. Imitan a Nuestra Señora en este servicio. Y se convierten en sus siervos, para que ella los guíe precisamente en este camino de servicio. La primera palabra: servicio. Sois sirvientes. Nunca lo olvidéis. No sois padrones. Siervos. “Mira ese otro...”. Pero tú eres siervo del otro. “Pero ese obispo...”. Tú eres siervo de ese obispo. “Pero la Iglesia...”. Eres un siervo de la Iglesia. “Y la gente...”. Eres siervo del pueblo. No alejarse nunca de esa gracia fundadora que es ser siervo. Siervo por elección. También el otro San Alejo [romano] se había convertido en mendigo, vivía debajo de una escalera. Vuestro Alejo tomó una decisión: eligió ser siervo para convertirse en santo. Este es precisamente el camino seguido por el Verbo: “Se humilló a sí mismo. Se hizo siervo hasta la muerte y muerte de cruz” (cf. Flp 2,7-8). Es el camino del servicio. Sí, pero todavía más: de la servidumbre. “¿Significa esto que debo ser un esclavo?”. Sí. “¿Que también debo renunciar a ciertas libertades para ser siervo?”. Sí. Meditad en este nombre vuestro: siervos de Nuestra Señora, la sierva del Señor, que de Señor se hizo siervo, Jesús.

Esta es la primera idea que me viene a la mente, pero siempre pensando en el año 1957, cuando estos dos hermanos vuestros me hablaban de la espiritualidad de la congregación. Se me quedó grabado.

Y el servicio es un servicio de esperanza. Si hay una persona que no parecía tener razones para la esperanza humana es Nuestra Señora, con esas cosas extrañas que sucedían en su vida: desde el nacimiento de Jesús, luego la persecución y la huida, luego el regreso, y ver al hijo creciendo con contradicciones... Pero ella miraba hacia adelante: era la Señora de la esperanza. Hoy en día, todos somos doctores en la falta de esperanza. Cuando empezamos a quejarnos del mundo siempre encontramos subterfugios para no tener esperanza: “Pero esto... y estas calamidades, las cosas que pasan...”. Pasan cosas malas, pero no peores que las que pasaban en tiempos de la Virgen. Es lo mismo. El mundo cambia sus formas, pero la esclavitud, las guerras y la crueldad de aquella época son las de hoy. Debemos sembrar esperanza, mirar más allá. La Virgen también nos enseña a sembrar esperanza. Pensad en el Calvario; pensad en Pentecostés cuando rezaba con los discípulos. Es Nuestra Señora de los Dolores, y en el dolor, en la pobreza, en el despojarse, viene la esperanza, se ve claramente. Cuando uno está bien, no es tan fácil expresar esperanza, pero cuando hay dificultades, llega la esperanza. Y Ella [María] es una maestra, nos ha enseñado mucho. Nos ha enseñado mucho.

Luego, la otra palabra [del tema del Capítulo]: “en un mundo que cambia”. El cambio. El tiempo siempre está cambiando. Siempre estamos tentados de detener el tiempo, de dividirlo, de dominarlo... Como decía uno aquí, en el Sínodo para la Amazonía: “Vosotros, los europeos, tenéis el reloj, nosotros [los indígenas] tenemos el tiempo”. Apostar sobre tiempo. Sí, las cosas cambian, pero el tiempo es de Dios. Y no encerrarse en nuestro tiempo, que es demasiado humano, demasiado humano. Avanzar según el tiempo de Dios: Él sabe.

Ser siervos de la Virgen, de la esperanza, en un tiempo que cambia, en transformación, sólo es posible a través de la oración. Vuestros siete Fundadores, antes que nada, se retiraron para orar. ¡Y rezaron bien! Por favor: no dejéis de rezar. Es la base de vuestra vida. La oración es también como pedir limosna a la Virgen: “Ayúdame a ser un siervo fiel”. Esta oración es fecunda y os dará vocaciones y muchas cosas. La oración es el instrumento que hace milagros. Hace milagros. Pero hay muchos incrédulos acerca del poder de la oración. Y estoy tentado a decir ―es una tentación, pero lo digo yo mismo― que muchas veces los más grandes incrédulos somos nosotros, los obispos, los sacerdotes, que no creemos en el milagro de la oración. No creemos en lo que Jesús nos dice: “Pedid y se os dará”. No creemos en el Padrenuestro que tiene tanta fuerza.

Esto es lo que me apetecía deciros, así, fraternamente. Recordando aquella experiencia de 1957 y también el 17 de febrero de cada año, cuando miro a aquellos hombres buenos que dieron esta señal; lo hicieron por inspiración del Señor, pero fueron fieles a esa inspiración. Esto os indica el camino a seguir. Las otras cosas las digo allí, en el texto escrito.

Una referencia final, para acabar, al espíritu... ¡pero no al Espíritu Santo! Al hermoso gesto de traerme un poco de espíritu para levantar el corazón [vino producido en la granja de los Siervos de María en Toscana] ¡Gracias, muchas gracias! Y rezad por mí que lo necesito, para que yo también pueda ser un poco siervo de Nuestra Señora en un tiempo de cambio, un siervo de esperanza. ¡Gracias!


DISCURSO ENTREGADO POR EL SANTO PADRE

 

Queridos hermanos:

Estáis ya al final de vuestro 214º Capítulo General y habéis querido encontraros con el Sucesor de Pedro para ser confirmados en la fe y alentados en el esfuerzo de testimonio y servicio. Os saludo a todos con afecto y agradezco al Prior General sus palabras.

La Orden de los Siervos de María tuvo sus orígenes y su primer desarrollo en la Florencia del siglo XIII, una ciudad tan vivaz como belicosa. Nació de un grupo de hombres: los Siete Santos Fundadores, dedicados al comercio y al voluntariado. Sin embargo, vuestra familia religiosa sitúa el núcleo germinal de su carisma en la consagración especial a la Virgen María, reconocida como la verdadera “fundadora”. Vivís vuestra consagración personal a María como un compromiso cotidiano para asimilar su estilo, tal como lo transmiten las Sagradas Escrituras. También el estudio teológico-pastoral de la figura de María de Nazaret se convierte para vosotros en parte integrante de una vocación que transmitís en particular a través de la enseñanza en la Pontificia Facultad Teológica “Marianum”.

Otro ámbito en el que dais testimonio del Evangelio, inspirándoos en la Virgen Santa, es el del apostolado y la misión. Aquí os esforzáis por imitar a María, inspirándoos en particular en cuatro de sus actitudes. Cuando después de la Anunciación va a ayudar a Isabel; cuando en Caná de Galilea obtiene de Jesús el signo del agua convertida en vino para alegría de los recién casados; cuando permanece llena de fe y dolor al pie de la cruz de Jesús; y finalmente cuando reza en el Cenáculo con los Apóstoles esperando al Espíritu Santo. A partir de estos cuatro “momentos” marianos, estáis siempre llamados a profundizar en la comprensión del carisma fundacional para actualizarlo, a fin de que responda con esperanza a los desafíos que el mundo contemporáneo lanza a la Iglesia y también a vuestra Orden. El tema que ha guiado vuestro Capítulo General: “Siervos de la esperanza en un mundo que cambia” expresa precisamente este propósito que se convierte en hoja de ruta y de misión para los próximos años.

En esta perspectiva, me gustaría recordar un aspecto importante de vuestra historia, que puede ser paradigmático. Los Siete Santos Fundadores supieron vivir el monte y la ciudad. En efecto, desde Florencia subieron al Monte Senario, donde tuvieron la profunda experiencia del encuentro con Aquel que es la Esperanza, Jesucristo. Luego bajaron del monte estableciendo su morada en Cafaggio, inmediatamente fuera de las murallas de Florencia, en las afueras de la ciudad, para comprometerse en la vida diaria, en el testimonio y en el servicio a la sociedad y a la Iglesia.

Puede ser bueno releer, a la luz de la página evangélica de la Transfiguración (cf. Lc 9, 28-36), este camino de vuestros Fundadores que, fortalecidos por la experiencia de Dios, van más a fondo en la historia, renovados interiormente. Y así pueden vivir el Evangelio respondiendo a las necesidades de la gente, de los hermanos y hermanas que piden ser acogidos, apoyados, acompañados y ayudados en el curso de sus vidas. Recorriendo de nuevo su singular experiencia humana y vocacional, vosotros también os convertís cada vez más en hombres de esperanza, capaces de disipar los temores que a veces atormentan el corazón, incluso en una comunidad religiosa. Pienso, por ejemplo, en la escasez de vocaciones en algunas partes del mundo, así como en la dificultad de ser fieles a Jesús y al Evangelio en determinados contextos comunitarios o sociales. El Señor, sólo Él, os permite llevar a todas partes, a través de la santidad de la vida, una presencia de esperanza y una mirada de confianza, identificando y valorando los muchos brotes de positividad que surgen. Pensemos en las vocaciones en los nuevos territorios en los que os habéis insertado. Os exhorto a disfrutar de la belleza y de la novedad cultural y espiritual de los muchos pueblos a los que habéis sido enviados para anunciar el Evangelio.

Ser hombres de esperanza significa cultivar el diálogo, la comunión y la fraternidad, que son perfiles de santidad. De hecho, la santificación, «es un camino comunitario, de dos en dos. Así lo reflejan algunas comunidades santas» (Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 141).

Ser hombres de esperanza significa encontrar el valor para afrontar algunos de los retos de hoy. Pienso, por ejemplo, en el uso responsable de los medios de comunicación, que transmiten noticias positivas, pero que también pueden destruir la dignidad de las personas, debilitar el impulso espiritual, herir la vida fraterna. Se trata de educarse al uso evangélico de estos instrumentos. Otro reto que hay que afrontar y gestionar es el del multiculturalismo que, de hecho, habéis tratado en este capítulo. No cabe duda de que las comunidades religiosas católicas se han convertido en “laboratorios” en este sentido, ciertamente no sin problemas y, sin embargo, ofreciendo a todos un signo claro del Reino de Dios, al que están invitadas todas las gentes a través del único Evangelio de salvación. No es fácil vivir las diferencias humanas en armonía, pero es posible y es motivo de alegría si dejamos sitio al Espíritu Santo, que en esto, como se dice, ci va a nozze (está encantado).

Que vuestras comunidades sean también un signo de fraternidad universal, escuelas de acogida e integración, lugares de apertura y de relación. Con este testimonio contribuiréis a mantener alejadas las divisiones y las exclusiones, los prejuicios de superioridad o inferioridad, las barreras culturales, étnicas, lingüísticas y de separación. Y vuestras comunidades serán así, en la medida en que seáis hombres de comunión, de fraternidad y de unidad, como lo fueron vuestros Fundadores.

¡Que la Virgen María guarde siempre en vosotros la alegría del Evangelio! Os bendigo de todo corazón, así como a todos los hermanos de la Orden, al igual que a las comunidades que os han sido confiadas. Y os pido por favor que recéis por mí.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 25 de octubre de 2019.

 



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