DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL
DICASTERIO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
Sala Clementina
Lunes, 6 de junio de 2022
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Señores cardenales,
queridos hermanos en el episcopado,
queridas hermanas y hermanos:
Os doy mi bienvenida cordial y doy las gracias al cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Me complace encontraros en ocasión de la Sesión Plenaria del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, al día siguiente de la solemnidad de Pentecostés.
Subrayo esto porque san Pablo VI anunció el nacimiento del “Secretariado para los no cristianos” en la homilía de Pentecostés de 1964, durante el Concilio Vaticano II. Lo hizo antes de la promulgación de la Declaración Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, y antes de la Encíclica Ecclesiam suam, considerada la magna charta del diálogo en sus diferentes formas. ¡Cuánto camino ha avanzado el Espíritu en casi sesenta años! La intuición del Papa Pablo se basaba en la conciencia del desarrollo exponencial de las relaciones entre personas y comunidades de diferentes culturas, lenguas y religiones —un aspecto de esto que hoy llamamos globalización—, y ponía el Secretariado «en la Iglesia como signo visible e institucional del diálogo» con las personas de otras religiones (Discurso a los Miembros y a los Consultores del Secretariado , 25 de septiembre de 1968). Esto, el 25 de septiembre del 1968.
Acaba de entrar en vigor la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium sobre la Curia Romana, y este sector de su servicio a la Iglesia y al mundo no ha perdido nada de la propia relevancia. Al contrario, la globalización y la aceleración de las comunicaciones internacionales hacen el diálogo en general, y el diálogo interreligioso en particular, una cuestión crucial. Considero muy oportuno que, para esta Plenaria, hayáis elegido el tema Dialogo interreligioso y convivialidad, en el momento en el que toda la Iglesia quiere crecer en la sinodalidad, crecer como «Iglesia de la escucha recíproca en la que cada uno tiene algo que aprender» (Praed. Ev., 4). Junto a toda la Curia, podréis así hacer vuestro «el paradigma de la espiritualidad del Concilio expresado en la antigua historia del Buen Samaritano», según el cual «el rostro de Cristo se encuentra en el rostro de todo ser humano, especialmente del hombre y de la mujer que sufren» (ibid., 11).
Nuestro mundo, cada vez más interconectado, no es tan fraterno y armonioso, ¡todo lo contrario! En este contexto vuestro Dicasterio, «consciente de que el diálogo interreligioso se concretiza mediante la acción, el intercambio teológico y la experiencia espiritual, … promueve entre todos los hombres una verdadera búsqueda de Dios» (ibid., 149). Esta es vuestra misión: promover con otros creyentes, de forma fraterna y armoniosa, el camino de la búsqueda de Dios; considerando las personas de otras religiones no de forma abstracta, sino concreta, con una historia, deseos, heridas, sueños. Solo así podremos construir un mundo habitable para todos, en paz. Ante la sucesión de crisis y conflictos, «algunos tratan de huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la enfrentan con violencia destructiva, pero entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo» (Enc. Fratelli tutti, 199).
Cada hombre y cada mujer son como una pieza de un inmenso mosaico, que ya es bella de por sí, pero solo junto a las otras piezas compone una imagen, en la convivencia de las diferencias. Ser cordiales con alguien significa también imaginar y construir un futuro feliz con el otro. La convivencia, de hecho, se hace eco del deseo de comunión que reside en el corazón de cada ser humano, gracias al cual todos pueden hablar entre ellos, se pueden intercambiar proyectos y se puede delinear un futuro juntos. La convivencia une socialmente, pero sin colonizar al otro y preservando la identidad. En este sentido, tiene una relevancia política como alternativa a la fragmentación social y al conflicto.
Os animo a todos vosotros a cultivar el espíritu y el estilo de convivencia en vuestras relaciones con las personas de otras tradiciones religiosas: ¡lo necesitamos mucho hoy en la Iglesia y en el mundo! Recordamos que el Señor Jesús ha fraternizado con todos, que ha frecuentado a personas consideradas pecadoras e impuras, que ha compartido sin prejuicios la mesa de los publicanos. Y siempre durante una comida convival Él se ha mostrado como el servidor y el amigo fiel hasta el final, y después como el Resucitado, el Viviente que nos dona la gracia de una convivencia universal. Esta es la palabra que yo quisiera dejaros: convivencia.
Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias por vuestro trabajo, especialmente el más escondido, menos vistoso, y a veces quizá también un poco aburrido. Que la Virgen os acompañe y os guarde en la plena docilidad al Espíritu Santo. Os bendigo de corazón a cada uno de vosotros y a vuestros familiares. Y os pido por favor que recéis por mí. ¡Gracias!
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