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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA UNIÓN INTERNACIONAL DE LAS SUPERIORAS GENERALES (UISG)

Aula Pablo VI
Jueves, 5 de mayo de 2022

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Queridas hermanas:

Quiero saludarlas, en este tiempo pascual, con las palabras del Resucitado: “La paz esté con ustedes”.

Teniendo en cuenta la temática que han escogido para la asamblea, «Abrazar la vulnerabilidad en el camino sinodal», me gustaría detenerme en algunos puntos y ofrecer algunas claves para vuestro discernimiento.

Abrazar la vulnerabilidad

Al pensar en este tema de “abrazar la vulnerabilidad”, me vinieron a la mente dos escenas del Evangelio.

La primera es cuando Jesús le lava los pies a Pedro en la Última Cena. Contemplarla nos lleva a reconocer a la vez la vulnerabilidad de Pedro y la que Jesús asume para salir a su encuentro. A Pedro le cuesta aceptar que necesita un cambio en su mentalidad, un cambio en el corazón, que tiene que dejarse lavar los pies para luego poder hacerlo con sus hermanos y hermanas. Saliendo a su encuentro, el Hijo de Dios se coloca en una posición vulnerable, en una posición de servidor, manifestando cómo la vida de Jesús sólo se puede entender desde el servicio. Junto a Pedro, la Iglesia aprende de su Maestro que, para poder dar la vida, sirviendo a los demás, está invitada a reconocer y acoger su fragilidad y, desde ahí, inclinarse ante la fragilidad del otro.

Las invito a ustedes, que tienen la misión específica de animar la vida de sus congregaciones y acompañar el discernimiento en sus comunidades, a entrar en esa escena del lavatorio de los pies, recorriendo ese camino de Iglesia, y a vivir vuestra autoridad como servicio.

También la vida religiosa reconoce hoy su vulnerabilidad, aunque a veces lo acepte con dificultad. Nos habíamos acostumbrado a ser significativos por nuestros números y por nuestras obras; a ser relevantes y considerados socialmente. La crisis que estamos atravesando nos ha hecho sentir las fragilidades y nos invita a asumir la minoridad. Todo ello nos invita a recuperar la actitud que tiene el Hijo de Dios para con el Padre y con la humanidad, la de “hacerse siervo”. No se trata de servidumbre. Abajarse no es replegarse sobre las propias heridas e inconsistencias, sino que abre a la relación, a un intercambio que dignifica y sana, como a Pedro, y del que parte un nuevo camino con Jesús.

De ese modo, el lugar que quiere ocupar el Hijo de Dios poniéndose a los pies de la humanidad es un espacio teologal, y nosotros necesitamos re-colocarnos allí. Por tanto, si nuestra vocación es la de seguir los pasos de Jesús, y hacerlo “de cerca”, cada vez que la historia y el Espíritu reubican a la Iglesia y a la vida religiosa en este lugar, será para nosotros una fuente de gozo y de crecimiento, una fuente inspiradora que nos permite rejuvenecer. Pues es desde allí, desde abajo, desde donde cada uno puede releer su carisma y su historia.

Esta actitud ha iluminado la vida religiosa desde siempre. Como Pedro y con Pedro estamos llamados ahora, después de reconocernos vulnerables, a preguntarnos cuáles son las nuevas vulnerabilidades ante las que, como consagrados, hemos de abajarnos hoy. A la luz de los signos de los tiempos, ¿qué ministerios nos está pidiendo el Espíritu? ¿Qué cambios nos requiere en la manera de vivir el servicio de la autoridad? ¿Cómo trabajar por una autoridad que sea evangélica, una autoridad que no deje heridas por el camino sino crecimiento? No tengan miedo en esta búsqueda de nuevos ministerios y de nuevas formas de ejercer la autoridad evangélicamente. Que no sea una búsqueda teórica e ideológica —las ideologías mutilan el Evangelio—, sino una búsqueda que parta del acercamiento a los pies de la humanidad herida y del caminar al lado de las hermanas y los hermanos heridos, comenzando por las hermanas de sus comunidades.

La segunda escena que me viene a la mente, hablando de la vulnerabilidad, tiene como protagonista a María Magdalena. Ella conoce muy bien lo que significa pasar de una vida desordenada y frágil a una vida centrada en Jesús y en el servicio del anuncio. Los evangelistas nos la muestran como una mujer que ha experimentado una gran liberación en el encuentro con Jesús (cf. Lc 8,2). Ellos conservaron ese dato, y seguramente no lo hicieron para echarle en cara su historia pasada, sino para decirnos que Jesús cuenta con ella como su apóstol en el testimonio de la resurrección, poniendo al servicio del anuncio su fragilidad trasformada.

Ustedes representan numerosos carismas, muchas formas de lectura del Evangelio: cada uno de ellos nace para la misión de la Iglesia. A la luz de estos dos discípulos de Jesús, Pedro y María Magdalena, contemplen y dejen que Jesús las mire y las trasforme, y así podrán ponerse de la misma manera al servicio de la humanidad. Desde la propia fragilidad, liberadas de los espíritus que las turban, podrán aligerar su paso para un anuncio esperanzador del Evangelio. Conozco que tienen muchas preocupaciones, que probablemente les quitan el sueño —la falta de vocaciones, la media de edad que se eleva constantemente, los abandonos de la vida consagrada, entre otros—, pero ojalá que la principal preocupación fuera cómo proceder para no abandonar el horizonte de la misión.

El camino sinodal

Consideremos, en segundo lugar, cuál es la contribución que la Iglesia espera de la vida religiosa en el camino sinodal de la Iglesia, y cuál es vuestro servicio como superioras en este camino. Si el sínodo es sobre todo un momento importante de escucha y discernimiento, la aportación más importante que ustedes pueden hacer es la de participar en la reflexión y el discernimiento, poniéndose en actitud de escucha del Espíritu y abajándose como Jesús para poder encontrar al hermano en su necesidad. Y esto a través de las distintas mediaciones que se prevén en estos momentos —como consagradas, en las parroquias, en las diócesis—, enriqueciendo a la Iglesia con vuestros carismas. En todo este proceso sinodal sean constructoras de comunión, memoria de la vida y misión de Jesús. De ustedes se espera que sean tejedoras de relaciones nuevas para que la Iglesia no sea una comunidad de anónimos, sino de testigos del Resucitado, a pesar de nuestra fragilidad.

Pero además de participar activamente en el proceso sinodal a nivel de Iglesia local, es muy importante que las comunidades, las congregaciones, hagan su camino sinodal. Muchas congregaciones ya lo están haciendo. Es una oportunidad para escucharse unas a otras, para animarse unas a otras a hablar con parresia, para hacerse preguntas sobre los elementos esenciales de la vida religiosa hoy. También para dejar emerger preguntas incómodas. No teman su propia vulnerabilidad, no tengan miedo de presentarla a Jesús.

Siendo fieles al camino y espíritu sinodal hay que ir más allá del ámbito de los propios Institutos y de la misma Unión Internacional de Superioras Generales. Es un camino que ya comparten y las animo a continuarlo. También las exhorto a una profunda colaboración con la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. La comunión eclesial, la diversidad de las vocaciones y carismas, y el encuentro, aunque a veces sea fatigoso, siempre nos enriquecen.

Cuento con ustedes, queridas hermanas, a la hora de acompañar al pueblo santo de Dios en este proceso sinodal, como expertas en construir comunión, en propiciar la escucha y el discernimiento. El ministerio de acompañamiento es urgente (cf. Exhort. ap. Evangelii Gaudium 103; 169; 171).

Cuento con ustedes para que el proceso sinodal que estamos viviendo en la Iglesia tenga lugar también en el seno de sus institutos, donde jóvenes y mayores intercambien su sabiduría y visiones de la vida consagrada; donde todas las culturas se sienten en la misma mesa del Reino; donde las historias se procesen a la luz de Jesús resucitado y de su perdón; donde los laicos puedan participar de vuestras espiritualidades.

Un signo hermoso de esta renovación sinodal ha de ser el cuidado mutuo. En este contexto pienso en las congregaciones pequeñas o en aquellas que están decreciendo hasta el punto de vivir una difícil sostenibilidad. Confío en que estos procesos, de cara al futuro, las acerquen todavía más unas a otras para sostenerse y ayudarse mutuamente en los caminos de formación y de discernimiento. Confío también en que estos procesos ayuden a la comunidad eclesial en su diálogo con el mundo, sin olvidar la atención a la casa común.

Sé también que en algunos lugares preocupa la falta de vocaciones y el envejecimiento. Pero lo importante es poder dar siempre una respuesta fiel y creativa al Señor. Acojan el tiempo que vivimos como un don de Dios, un kairós, pues a Él nada se le escapa de su mano.

Con María, con paso ligero, con fe, ¡adelante! Las bendigo de corazón, bendigo sus comunidades, sobre todo a los miembros más vulnerables, y bendigo a cuantos se benefician de la labor que llevan a cabo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.



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