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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A LUXEMBURGO Y BÉLGICA
(26-29 de septiembre de 2024)

ENCUENTRO CON LOS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS 

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Aula Magna de la "Université Catholique de Louvain”
Sábado, 28 de septiembre de 2024

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Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Gracias, señora Rectora, por sus amables palabras. Queridos estudiantes, me alegra encontrarme con ustedes y escuchar sus reflexiones. En esas palabras percibo pasión y esperanza, deseo de justicia, búsqueda de la verdad.

Entre los temas que ustedes afrontan, me ha impresionado la cuestión sobre el futuro y la angustia. Vemos bien cuán violento y arrogante es el mal que destruye el medioambiente y los pueblos. Pareciera que no conoce freno. La guerra es su expresión más brutal —ustedes saben que en un país, que no nombro, las inversiones que hoy proporcionan más rentabilidad son las fábricas de armas, es feo— y parece que esto no tiene fin. La guerra es una expresión brutal; como lo son también la corrupción y las modernas formas de esclavitud. La guerra, la corrupción y las nuevas formas de esclavitud. En ocasiones estos males contaminan la misma religión, convirtiéndola en un instrumento de dominio. Tengan cuidado, ya que esto es una blasfemia. La unión de los hombres con Dios, que es Amor salvífico, se vuelve así una esclavitud. Incluso el nombre del padre, que es revelación de cuidado, se vuelve expresión de prepotencia. Dios es Padre, no un patrón; es Hijo y Hermano, no un dictador; es Espíritu de amor, y no de dominio.

Nosotros los cristianos sabemos que el mal no tiene la última palabra —y en este punto debemos mantenernos firmes, el mal no tiene la última palabra—, sino que, como se dice, tiene los días contados. Esto no quita nuestro compromiso, al contrario, lo aumenta: la esperanza es nuestra responsabilidad. Una responsabilidad que debe ser asumida, porque la esperanza nunca defrauda. Y esta certeza, vence esa conciencia pesimista, el estilo de Turandot. La esperanza nunca defrauda.

Y ahora, tres palabras: gratitud, misión y fidelidad.

La primera actitud es la gratitud, porque esta casa nos ha sido donada; no somos patrones, somos huéspedes y peregrinos en la tierra. El primero en hacerse cargo de nosotros es Dios; nosotros somos ante todo cuidados por Dios, que creó la tierra y —dice Isaías— “no la creó vacía, sino que la formó para que fuera habitada” (Is 45,18). Y el salmo octavo está lleno de asombrada gratitud: «Al ver el cielo, obra de tus manos, / la luna y las estrellas que has creado: / ¿qué es el hombre para que pienses en él, / el ser humano para que lo cuides?» (Sal 8,4-5). La plegaria que me sale del corazón es: ¡Gracias, Padre, por el cielo estrellado y por la vida en este universo!

La segunda actitud es la misión. Nosotros estamos en el mundo para custodiar su belleza y cultivarla para el bien de todos, sobre todo para la posteridad, en un futuro cercano. Este es el “programa ecológico” de la Iglesia. Pero ningún plan de desarrollo podrá llevarse a cabo si permanece la arrogancia, la violencia y la rivalidad en nuestras conciencias y en nuestra sociedad. Es necesario ir a la fuente de la cuestión, que es el corazón del hombre. Del corazón del hombre viene también la dramática urgencia del tema ecológico: de la arrogante indiferencia de los poderosos, que antepone siempre los intereses económicos. Interés económico, el dinero. Recuerdo lo que me decía siempre mi abuela: “En la vida, ten cuidado porque el diáblo entra por los bolsillos”. El interés económico. Mientras sea así, toda exhortación será silenciada o sólo sera acogida en la medida en que sea conveniente al mercado. Esta “espiritualidad”, por así decirlo, del mercado. Y mientras el mercado esté en primer lugar, nuestra casa común sufrirá injusticias. La belleza del don exige nuestra responsabilidad: somos huéspedes, no dueños absolutos. En este sentido, queridos estudiantes, consideren la cultura como cultivo del mundo, no sólo de las ideas.  

Aquí está el desafío del desarrollo integral, que requiere la tercera actitud: la fidelidad. Fidelidad a Dios y fidelidad al hombre. Este desarrollo, en efecto, se refiere a todas las personas en todos los aspectos de su vida: física, moral, cultural, sociopolítica; y a esto se opone cualquier forma de opresión y de descarte. La Iglesia denuncia estos atropellos, comprometiéndose ante todo en la conversión de cada uno de sus miembros, de nosotros mismos, a la justicia y la verdad. En este sentido, el desarrollo integral se apela a nuestra santidad: es vocación a la vida justa y feliz, para todos.

Y ahora, la opción a realizar, por tanto, está entre manipular la naturaleza y cultivar la naturaleza. Una opción que se plantea así: o manipulo la naturaleza o cultivo la naturaleza. A partir de nuestra naturaleza humana; pensemos en la eugenesia, los organismos cibernéticos, la inteligencia artificial. La opción entre manipular y cultivar concierne también a nuestro mundo interior.

Pensar en la ecología humana nos lleva a abordar una temática que les preocupa a ustedes y más todavía a mí y a mis predecesores: el papel de la mujer en la Iglesia. Me gusta eso que has dicho. Pesan aquí agresiones e injusticias, junto con prejuicios ideológicos. Por eso es necesario recuperar el punto de partida: quién es la mujer y quién es la Iglesia. La Iglesia es mujer, no es “el” Iglesia, es “la” Iglesia, es la esposa. La Iglesia es el pueblo de Dios, no una empresa multinacional. La mujer, en el pueblo de Dios, es hija, hermana, madre. Como yo soy hijo, hermano, padre. Estas son las relaciones que expresan nuestro ser imagen de Dios, hombre y mujer, juntos, no separadamente. Las mujeres y los hombres son personas, no individuos; están llamados desde el “principio” a amar y ser amados. Una vocación que es misión. Y de aquí viene su papel en la sociedad y en la Iglesia (cf. S. Juan Pablo II, Carta. ap. Mulieris dignitatem, 1).

Lo que es característico de la mujer, es decir, lo que es femenino, no está establecido por el consenso ni por las ideologías. Y la dignidad está asegurada por una ley originaria, no escrita en el papel, sino en la carne. La dignidad es un bien inestimable, una cualidad originaria, que ninguna ley humana puede dar o quitar. A partir de esta dignidad, común y compartida, la cultura cristiana elabora siempre nuevamente, en los diferentes contextos, la misión y la vida del hombre y de la mujer y su ser recíproco para el otro, en la comunión. No el uno contra el otro, esto sería feminismo o machismo, y no en reinvindicaciones opuestas, sino el hombre para la mujer y la mujer para el hombre, juntos.

Recordemos que la mujer se encuentra en el centro del acontecimiento salvífico. Del “sí” de María, Dios en persona viene al mundo. La mujer es acogida fecunda, cuidado, entrega vital. Por esto es más importante la mujer que el hombre, pero es feo cuando la mujer quiere hacer el papel de hombre, no, ella es mujer, y esto “pesa”, es importante. Abramos los ojos ante tantos ejemplos cotidianos de amor: en la amistad y el trabajo, en el estudio y la responsabilidad social y eclesial, en la esponsalidad, la maternidad y la virginidad por el Reino de Dios y por el servicio. No olvidemos, lo repito: la Iglesia es mujer, no es masculina, es mujer.

Ustedes mismos están aquí para crecer como mujeres y como hombres. Están en camino, en formación como personas. Por eso su itinerario académico comprende distintos ámbitos: investigación, amistad, servicio social, responsabilidad civil y política, expresiones artísticas, entre otros.

Pienso en la experiencia que viven cada día en esta Universidad Católica de Lovaina, y comparto tres aspectos, sencillos y decisivos, de la formación: ¿cómo estudiar?, ¿por qué estudiar? y ¿para quién estudiar?

Cómo estudiar: como en cada ciencia, no hay sólo un método, sino también un estilo. Cada persona puede cultivar el suyo. El estudio, en efecto, es siempre un camino al conocimiento de uno mismo y de los demás. Pero también hay un estilo común, que se puede compartir en la comunidad universitaria. Se estudia juntos: gracias a quien ha estudiado antes que yo —docentes, compañeros más avanzados—, con quien estudia a mi lado, en el aula. La cultura como cuidado de uno mismo comporta un cuidado mutuo. No hay una guerra entre estudiantes y profesores, hay diálogo, a veces es un diálogo un poco intenso pero es el diálogo y el diálogo hace crecer la comunidad universitaria.

Segundo: por qué estudiar. Hay un motivo que nos impulsa y un objetivo que nos atrae. Es necesario que sean buenos, porque de ellos depende el sentido del estudio, depende la dirección de nuestra vida. A veces estudio para encontrar un determinado tipo de trabajo, pero termino por vivir en función de eso. Nosotros mismos nos convertimos en la “mercancía”, vivir en función del trabajo. No se vive para trabajar, sino que se trabaja para vivir; es fácil decirlo, pero implica esfuerzo ponerlo en práctica con coherencia. Esta palabra coherencia es muy importante para todos, pero especialmente para ustedes estudiantes. Ustedes deben aprender esta actitud de la coherencia, a ser coherentes.

Tercero: para quién estudiar. ¿Para uno mismo? ¿Para dar cuentas a los demás? Estudiamos para ser capaces de educar y servir a los demás, sobre todo con el servicio de la competencia y del juicio autorizado. Antes de preguntarnos si estudiar sirve para algo, preocupémonos de servir a alguien. Una buena pregunta que un estudiante universitario puede hacerse sería, ¿a quién sirvo yo?, ¿a mí mismo? O, por el contrario, ¿tengo el corazón abierto al  servicio del otro? Entonces el título universitario certifica una capacidad para el bien común. Estudio para mí, para trabajar, para ser útil, para el bien común. Y esto debe ser muy equilibrado, muy equilibrado.

Queridos estudiantes, es una alegría para mí compartir con ustedes estas reflexiones. Y mientras lo hacemos percibimos que hay una realidad más grande que nos ilumina y nos supera: la verdad. ¿Qué es la verdad? Pilato había hecho esta pregunta. Sin la verdad, nuestra vida pierde sentido. El estudio tiene sentido cuando busca la verdad, cuando intenta encontrarla, pero con animo crítico. Pero la verdad, para encontrarla, necesita de esta actitud crítica, es así que podemos avanzar. El estudio tiene sentido cuando busca la verdad, no lo olviden. Y buscándola se comprende que estamos hechos para encontrarla. La verdad se hace encontrar; es acogedora, disponible, generosa. Si renunciamos a buscar juntos la verdad, el estudio se convierte en un instrumento de poder, de control sobre los demás. Y les confieso que me entristece cuando encuentro, en cualquier parte del mundo, universidades que sólo buscan preparar a los estudiantes para lucrar o para tener poder. Es demasiado individualista, sin comunidad. El alma mater es la comunidad universitaria, la universidad, es la que nos ayuda a construir la sociedad, a crear fraternidad. No sirve el estudio sin esa unión, no sirve, sino que domina. En cambio, la verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32). Queridos estudiantes, ¿quieren la libertad? ¡Sean buscadores y testigos de la verdad! Tratando de ser creíbles y coherentes por medio de las decisiones cotidianas más sencillas. Así esta se volverá, cada día, lo que quiere ser, una Universidad católica. Y vayan adelante, vayan adelante, y no entren en las luchas de las dicotomías ideológicas, no. No lo olviden: la Iglesia es mujer y esto les ayudará mucho.

Gracias por este encuentro. Gracias a ti que lo has hecho muy bien. Los bendigo de corazón, a ustedes y a vuestro camino de formación. Y por favor se lo pido, recen por mí. Y si alguno no reza o no sabe rezar o no quiere rezar a menos me mande buena onda, que se necesita. Gracias.



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