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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 10 de diciembre de 2003

 

Las bodas del Cordero

1. Siguiendo la serie de los salmos y los cánticos que constituyen la oración eclesial de las Vísperas, nos encontramos ante un himno, tomado del capítulo 19 del Apocalipsis y compuesto por una secuencia de aleluyas y de aclamaciones.

Detrás de estas gozosas invocaciones se halla la lamentación dramática entonada en el capítulo anterior por los reyes, los mercaderes y los navegantes ante la caída de la Babilonia imperial, la ciudad de la malicia y la opresión, símbolo de la persecución desencadenada contra la Iglesia.

2. En antítesis con ese grito que se eleva desde la tierra, resuena en el cielo un coro alegre de ámbito litúrgico que, además del aleluya, repite también el amén. En realidad, las diferentes aclamaciones, semejantes a antífonas, que ahora la Liturgia de las Vísperas une en un solo cántico, en el texto del Apocalipsis se ponen en labios de personajes diversos. Ante todo, encontramos una "multitud inmensa", constituida por la asamblea de los ángeles y los santos (cf. vv. 1-3). Luego, se distingue la voz de los "veinticuatro ancianos" y de los "cuatro vivientes", figuras simbólicas que parecen los sacerdotes de esta liturgia celestial de alabanza y acción de gracias (cf. v. 4). Por último, se eleva la voz de un solista (cf. v. 5), el cual, a su vez, implica en el canto a la "multitud inmensa" de la que se había partido (cf. vv. 6-7).

3. En las futuras etapas de nuestro itinerario orante, tendremos ocasión de ilustrar cada una de las antífonas de este grandioso y festivo himno de alabanza entonado por muchas voces. Ahora nos contentamos con dos anotaciones. La primera se refiere a la aclamación de apertura, que reza así:  "La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos" (vv. 1-2).

En el centro de esta invocación gozosa se encuentra el recuerdo de la intervención decisiva de Dios en la historia:  el Señor no es indiferente, como un emperador impasible y aislado, ante las vicisitudes humanas. Como dice el salmista, "el Señor tiene su trono en el cielo:  sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres" (Sal 10, 4).

4. Más aún, su mirada es fuente de acción, porque él interviene y destruye los imperios prepotentes y opresores, abate a los orgullosos que lo desafían, juzga a los que perpetran el mal. El salmista describe también con imágenes pintorescas (cf. Sal 10, 7) esta irrupción de Dios en la historia, como el autor del Apocalipsis había evocado en el capítulo anterior (cf. Ap 18, 1-24) la terrible intervención divina con respecto a Babilonia, arrancada de su sede y arrojada al mar. Nuestro himno alude a esa intervención en un pasaje que no se recoge en la celebración de las Vísperas (cf. Ap 19, 2-3).

Nuestra oración, entonces, sobre todo debe invocar y ensalzar la acción divina, la justicia eficaz del Señor, su gloria, obtenida con el triunfo sobre el mal. Dios se hace presente en la historia, poniéndose de parte de los justos y de las víctimas, precisamente como declara la breve y esencial aclamación del Apocalipsis, y como a menudo se repite en el canto de los salmos (cf. Sal 145, 6-9).

5. Queremos poner de relieve otro tema de nuestro cántico. Se desarrolla en la aclamación final y es uno de los motivos dominantes del mismo Apocalipsis:  "Llegó la boda del Cordero; su Esposa se ha embellecido" (Ap 19, 7). Cristo y la Iglesia, el Cordero y la Esposa, están en profunda comunión de amor.

Trataremos de hacer que brille esta mística unión esponsal a través del testimonio poético de un gran Padre de la Iglesia siria, san Efrén, que vivió en el siglo IV. Usando simbólicamente el signo de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11), introduce a esa localidad, personificada, para alabar a Cristo por el gran don recibido:  "Juntamente con mis huéspedes, daré gracias porque él me ha considerado digna de invitarlo:  él, que es el Esposo celestial, y que descendió e invitó a todos; y también yo he sido invitada a entrar a su fiesta pura de bodas. Ante los pueblos lo reconoceré como el Esposo. No hay otro como él. Su cámara nupcial está preparada desde los siglos, abunda en riquezas, y no le falta nada. No como la fiesta de Caná, cuyas carencias él ha colmado" (Himnos sobre la virginidad, 33, 3:  L'arpa dello Spirito, Roma 1999, pp. 73-74).

6. En otro himno, que también canta las bodas de Caná, san Efrén subraya que Cristo, invitado a las bodas de otros (precisamente los esposos de Caná), quiso celebrar la fiesta de sus bodas:  las bodas con su esposa, que es toda alma fiel. "Jesús, fuiste invitado a una fiesta de bodas de otros, de los esposos de Caná. Aquí, en cambio, se trata de tu fiesta, pura y hermosa:  alegra nuestros días, porque también tus huéspedes, Señor, necesitan tus cantos; deja que tu arpa lo llene todo. El alma es tu esposa; el cuerpo es su cámara nupcial; tus invitados son los sentidos y los pensamientos. Y si un solo cuerpo es para ti una fiesta de bodas, la Iglesia entera es tu banquete nupcial" (Himnos sobre la fe, 14, 4-5:  o.c., p. 27).


Saludos

Queridos hermanos y hermanas, saludo cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a los venidos de España, de México y de otros países de América Latina. En este tiempo de Adviento, que nuestra oración al Señor sea con corazón puro y sincero, confiando plenamente en su infinita misericordia. Muchas gracias.

(En francés)
Que la llamada de Juan Bautista os conduzca por la senda de la conversión, al encuentro del Esposo que viene.

(A un grupo de alumnos portugueses que estudian en Pisa y a los profesores de la facultad de derecho de la Universidad de Lisboa)
Deseándoos un año lleno de frutos para vosotros y para los que os acompañan con su amistad y apoyo, os encomiendo a la protección de la Virgen Madre, Sede de la sabiduría, y os bendigo de corazón.

(En italiano) 
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Amadísimos hermanos, en el Adviento, tiempo de espera que nos prepara para la Navidad, está presente particularmente María, la Virgen de la esperanza. A ella os encomiendo a todos, para que os preparéis a acoger a Cristo que viene a realizar su reino de justicia y de paz.

 



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